Trastornos del espectro autista: el papel del colegio en la integraciónEn la mayoría de los casos, se presenta en los primeros cinco años de vida, según indica la Organización Mundial de la Salud (OMS). Lo que se conoce como “autismo” y que en realidad debe denominarse Trastornos del Espectro Autista (TEA) es una condición caracterizada por algún grado de alteración del comportamiento social, la comunicación y el lenguaje, y por un repertorio de intereses y actividades restringido, estereotipado y repetitivo. Se manifiesta en la infancia y tiende a persistir hasta la adolescencia y edad adulta. En la mayoría de los casos, se presenta en los primeros cinco años de vida, según indica la Organización Mundial de la Salud (OMS) y su tratamiento es psicoeducativo, destaca el neurólogo infantil Rubin Jure. Jure agrega que su origen es neurobiológico, no hay marcadores y el diagnóstico es exclusivamente clínico.

Integración escolar

¿En qué contribuye la escolarización al tratamiento del TEA? De acuerdo con lo explicado por Jure, ayuda a enseñar al niño lo que no puede aprender por sí mismo: comunicarse, socializar, jugar con otros niños, pero requiere una formación. “La escuela tiene que ayudar, por supuesto, pero un docente no tiene por qué conocer esta condición y todas sus particularidades. Para ayudar a un niño, a la familia y a la comunidad educativa en general, hace falta gente experimentada”. Para acompañar a un hijo con TEA, un padre necesita de un profesional para aprender técnicas que favorezcan el desarrollo de la comunicación. “Estos niños demandan una rutina para no alterarse y estímulos visuales de comunicación para comenzar a prestar atención. La mayoría, requiere la colaboración de maestros integradores”, agrega Jure. Alejandra Carbajo es una de las directoras de Cein –un centro que se ocupa del abordaje terapéutico interdisciplinario del desarrollo infantil–, es psicomotricista y especialista en atención temprana. Indica que los niños necesitan contextos escolares favorecedores. “La escuela debe transformarse en un lugar que pueda recibir a todos los niños, y que les permita exponer su singularidad, dice y agrega: “Es el contexto vital del niño cuando sale de su casa. Tiene que ser un lugar protegido por los adultos y no estar atravesado por sus prejuicios”. “Un docente debe poder esperar que una prueba sea respondida con un dibujo y no con palabras. Los niños viven la diversidad como natural, de hecho lo es, pero son los sesgos –a veces muy sutiles– de los adultos, los que condiciona a los niños”. Hasta 2013, estas manifestaciones clínicas se categorizaban en Trastorno Generalizado del Desarrollo (TGD), síndrome de Asperger y TEA. “Son como grises de un mismo espectro. Se confundían ya que el criterio es clínico y no hay marcadores biológicos: ahora todos se llaman ‘Trastornos del Espectro Autista’”, explica Jure. Ante los síntomas, los papás van al pediatra que deriva a un neurólogo o a otros profesionales especializados. Agustín (6) es un niño que fue diagnosticado hace unos años con TGD. Expresaba dificultades para comunicarse y sostener la atención, manifestaciones que se hicieron más visibles en el jardín maternal. Hoy, va a primer grado en la escuela Dante Alighieri, cursa jornada simple, cuenta con el apoyo de dos maestras integradoras, recibe terapia de profesionales fonoaudiólogos, psicólogos y psicomotricistas, y asiste a un club barrial donde juega libremente. “Con todo ese apoyo, él logra organizarse en el contexto escolar. A veces, nos muestran algún video de su comportamiento en la escuela y no podemos creer el nivel de organización que va alcanzando. Claro que hay días en los que cuando se acerca la hora de que concluya la jornada escolar, escribe ‘fin’ como diciendo ‘bueno, hasta acá’”, indica Pablo López, papá de Agustín. “No nos preocupa tanto la cuestión académica. Los contenidos se van adecuando, se usan muchas imágenes, pero va logrando progresivamente mayor comunicación con palabras. Encontramos contención en el colegio, pero lo fundamental es el trato cariñoso y comprensivo de los compañeros”, cuenta. “Es un chico feliz, va a la escuela contento, disfruta de los amigos. Eso es muy gratificante”, agrega López. No hay medicación para TEA. Sí, para algunos trastornos asociados (a menudo se acompaña de epilepsia, por ejemplo). “Hace unos años, se decía que el autismo se daba en una de cada cinco mil personas; luego, de uno de cada dos mil. Hoy, se sabe que una persona de cada 60 está dentro del espectro. Puede haber un aumento, pero lo que hace que haya incrementado la prevalencia es que se reconoce todo el espectro. Personas que se destacan por su inteligencia, profesionales, están dentro del TEA. En suma: no hay duda de que ha subido el diagnóstico, lo que no se sabe es si también aumentó la prevalencia”, grafica Jure. Carbajo señala que los papás acuden cada vez más tempranamente. La consulta desde pequeños es positiva porque el niño muestra plasticidad emocional, neurobiológica y afectiva. *Especial Este artículo apareció originalmente en La Voz.

Trastornos del espectro autista: el papel del colegio en la integración

Autor: EDUCARED admin Publicado: octubre 30, 2017

En la mayoría de los casos, se presenta en los primeros cinco años de vida, según indica la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Lo que se conoce como “autismo” y que en realidad debe denominarse Trastornos del Espectro Autista (TEA) es una condición caracterizada por algún grado de alteración del comportamiento social, la comunicación y el lenguaje, y por un repertorio de intereses y actividades restringido, estereotipado y repetitivo. Se manifiesta en la infancia y tiende a persistir hasta la adolescencia y edad adulta.

En la mayoría de los casos, se presenta en los primeros cinco años de vida, según indica la Organización Mundial de la Salud (OMS) y su tratamiento es psicoeducativo, destaca el neurólogo infantil Rubin Jure. Jure agrega que su origen es neurobiológico, no hay marcadores y el diagnóstico es exclusivamente clínico.

Integración escolar

¿En qué contribuye la escolarización al tratamiento del TEA? De acuerdo con lo explicado por Jure, ayuda a enseñar al niño lo que no puede aprender por sí mismo: comunicarse, socializar, jugar con otros niños, pero requiere una formación. “La escuela tiene que ayudar, por supuesto, pero un docente no tiene por qué conocer esta condición y todas sus particularidades. Para ayudar a un niño, a la familia y a la comunidad educativa en general, hace falta gente experimentada”.

Para acompañar a un hijo con TEA, un padre necesita de un profesional para aprender técnicas que favorezcan el desarrollo de la comunicación. “Estos niños demandan una rutina para no alterarse y estímulos visuales de comunicación para comenzar a prestar atención. La mayoría, requiere la colaboración de maestros integradores”, agrega Jure.

Alejandra Carbajo es una de las directoras de Cein –un centro que se ocupa del abordaje terapéutico interdisciplinario del desarrollo infantil–, es psicomotricista y especialista en atención temprana. Indica que los niños necesitan contextos escolares favorecedores. “La escuela debe transformarse en un lugar que pueda recibir a todos los niños, y que les permita exponer su singularidad, dice y agrega: “Es el contexto vital del niño cuando sale de su casa. Tiene que ser un lugar protegido por los adultos y no estar atravesado por sus prejuicios”. “Un docente debe poder esperar que una prueba sea respondida con un dibujo y no con palabras. Los niños viven la diversidad como natural, de hecho lo es, pero son los sesgos –a veces muy sutiles– de los adultos, los que condiciona a los niños”.

Hasta 2013, estas manifestaciones clínicas se categorizaban en Trastorno Generalizado del Desarrollo (TGD), síndrome de Asperger y TEA. “Son como grises de un mismo espectro. Se confundían ya que el criterio es clínico y no hay marcadores biológicos: ahora todos se llaman ‘Trastornos del Espectro Autista’”, explica Jure. Ante los síntomas, los papás van al pediatra que deriva a un neurólogo o a otros profesionales especializados.

Agustín (6) es un niño que fue diagnosticado hace unos años con TGD. Expresaba dificultades para comunicarse y sostener la atención, manifestaciones que se hicieron más visibles en el jardín maternal. Hoy, va a primer grado en la escuela Dante Alighieri, cursa jornada simple, cuenta con el apoyo de dos maestras integradoras, recibe terapia de profesionales fonoaudiólogos, psicólogos y psicomotricistas, y asiste a un club barrial donde juega libremente. “Con todo ese apoyo, él logra organizarse en el contexto escolar. A veces, nos muestran algún video de su comportamiento en la escuela y no podemos creer el nivel de organización que va alcanzando. Claro que hay días en los que cuando se acerca la hora de que concluya la jornada escolar, escribe ‘fin’ como diciendo ‘bueno, hasta acá’”, indica Pablo López, papá de Agustín.

“No nos preocupa tanto la cuestión académica. Los contenidos se van adecuando, se usan muchas imágenes, pero va logrando progresivamente mayor comunicación con palabras. Encontramos contención en el colegio, pero lo fundamental es el trato cariñoso y comprensivo de los compañeros”, cuenta. “Es un chico feliz, va a la escuela contento, disfruta de los amigos. Eso es muy gratificante”, agrega López.

No hay medicación para TEA. Sí, para algunos trastornos asociados (a menudo se acompaña de epilepsia, por ejemplo).

“Hace unos años, se decía que el autismo se daba en una de cada cinco mil personas; luego, de uno de cada dos mil. Hoy, se sabe que una persona de cada 60 está dentro del espectro. Puede haber un aumento, pero lo que hace que haya incrementado la prevalencia es que se reconoce todo el espectro. Personas que se destacan por su inteligencia, profesionales, están dentro del TEA. En suma: no hay duda de que ha subido el diagnóstico, lo que no se sabe es si también aumentó la prevalencia”, grafica Jure.

Carbajo señala que los papás acuden cada vez más tempranamente. La consulta desde pequeños es positiva porque el niño muestra plasticidad emocional, neurobiológica y afectiva.

*Especial

Este artículo apareció originalmente en La Voz.

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