Reformas relativas a la evaluación del estudiante

Los análisis de evaluaciones comparadas, como PISA y TIMSS, coinciden en señalar que, a mayor exigencia en la evaluación de los estudiantes de una escuela, las posibilidades de recibir una mejor educación aumentan. Asimismo, que en las escuelas que atienden a la población escolar de los estratos más pobres aumenta la tolerancia de los profesores al momento de calificar. Corregir está práctica es una reforma claveque requiere unos estándares básicos equitativos, justos, transparentes, y que se vayan renovando y elevando a medida que la calidad del servicio mejora. 

Ciertamente que no es un asunto fácil de emprender. Está muy asociada, entre otras, a una elevación sustantiva de la calidad de la metodología y didáctica, así como a un sistema de ayuda oportuno de orientación y apoyo académico y/o socioemocional a cada estudiante en función de sus necesidades, sobre todo en aquellas escuelas donde estudian los más pobres y, en el momento actual, para los estudiantes de aquellas familias en donde la situación económica se ve afectada por razones de desempleo o subempleo ocasionados por el confinamiento que el COVID-19 forzó realizar.

Hay que aceptar que vivimos una situación de provisionalidad; de tránsito de una escuela que conocíamos hasta hace muy pocos meses, con sus bondades y limitaciones, a otra cuyas características aún no están totalmente definidas. Tampoco está definido si el Currículo Nacional, seguirá vigente, tal como está definido o si se requiere algún reajuste. De hecho, algunas de las primeras experiencias de educación no presencial nos muestran que muchos alumnos no necesariamente aprenden lo que estaba programado, sino cosas nuevas; por ejemplo, aprenden a aprender de manera más autónoma, a organizar su horario de trabajo y de otras actividades, aprenden mucho de la realidad social y de cómo un suceso como el COVID-19 pone en jaque a toda la humanidad; aprenden a integrar aprendizajes y trabajar por proyectos, entre otros. Nos hemos dado cuenta que hay otros apredizajes imprescindibles que no estaban o estaban insuficientemente presentes en la formación fundamental de los estudiantes y que en la evaluación hay una dimensión humana que deberíamos fortalecer. Siendo así, ¿cómo deberían reestructurarse los contenidos y estrategias de formación? ¿debemos pensar en un modo diferente de evaluación? ¿cuál debe ser el rol de la evaluación formativa, de la recolección de evidencias de lo aprendido?

La emergencia sanitaria ha puesto sobre la mesa  la importancia del buen uso del tiempo de aprendizaje. Lo más probable es que la duración de las clases presenciales se reduzca compensándose con clases no presenciales. Si esa fuera la situación, dos exigencias debería tener el desarrollo del modelo de formación: que la calidad de la hora pedagógica mejore sustantivamente y que se acepte que no todo lo que está en el Currículo Nacional es posible enseñarlo, que hay que priorizar y, en lo posible, definir un listado de aprendizajes fundamentales que hay que lograr y que son la base para evaluar.     

Las actitudes y conductas hacia la evaluación por parte de profesores y estudiantes es otro factor a tener en cuenta. Sarramona destaca que el docente tiene una deontología que practicar, que incluye coherencia pedagógica, justicia valorativa y respeto a los ritmos de aprendizaje; por su parte, el estudiante está obligado a comportarse de acuerdo con los criterios de transparencia y respeto a las normas establecidas en las evaluaciones[1]. Directivos de las escuelas y padres de familia juegan un importante papel para apoyar el logro de esta política de evaluación.

Hay que tomar conciencia que evaluar es un proceso complejo; más cuando se trata de competencias. Las tradicionales pruebas aplicadas al final de un período siguen siendo una herramienta a las que se pueden recurrir, pero otras cobran mayor importancia. En cuanto a las primeras, su necesaria reorientación por tratarse de evaluar aprendizajes más complejos que en el pasado implica para el profesor construirlas superando las preguntas de respuesta simple, rápida o inmediata. Más bien, éstas deben llevar al estudiante a la reflexión y al análisis de más de una variable; es decir, a contribuir en el desarrollo de habilidades de juicio, valor, pensamiento complejo. 

Además, la selección de los instrumentos y mecanismos de evaluación debe tener en cuenta la naturaleza de la competencia que se evalúa, el momento en que se produce la evaluación del aprendizaje y los mecanismos de retroalimentación que sean necesarios para asegurar el logro de la competencia al final del período. Las observaciones y portafolios son valiosas herramientas de evaluación del progreso de los aprendizajes. También lo es no quedarse en evaluaciones individuales iguales para todos, sino en función de las trayectorias y talentos de cada cual. Asimismo, si hay que estimular el aprendizaje colaborativo y en base a proyectos, igual debe hacerse con la evaluación grupal. 

Por ahora solo una minoría de niños y adolescentes estudia aprovechando las tecnologías digitales. Si bien democratizarlas tomará un tiempo que dependerá de la prioridad que el Estado y la sociedad le otorguen, hay que entender que a la hora actual, incorporar y aprovechar intensamente las herramientas que ofrece el desarrollo digital es un derecho y un complemento para que las escuelas reduzcan las brechas de calidad hoy existentes e instauren un mecanismo de evaluación que les facilite contar con información pormenorizada e individual respecto de cómo aprende cada estudiante y los apoyos que necesita. De lograrlo, los fracasos escolares se eliminarán o disminuirán significativamente.  No cabe duda de que las reformas académicas que traerá la denominada “escuela que viene” suponen una revisión de los perfiles de formación y actuación del docente, y consecuentemente, una revisión de las estrategias hasta ahora empleadas en la formación inicial y en servicio del magisterio nacional. Hasta ahora, la formación inicial ha sido la “pariente pobre” de las prioridades educativas y la formación en servicio, si bien fue beneficiada de ingentes recursos, ha carecido de los impactos esperados. Prueba de ello es lo lejos que todavía estamos de aplicación real del enfoque curricular y de evaluación por competencias luego de dos décadas y media de haberse adoptado. La experiencia exitosa de otros países muestra que el impacto mayor se produce cuando la capacitación y e acompañamiento son parte de una misma moneda y que el modelo de evaluación debe aplicarse con la flexibilidad necesaria de acuerdo con la realidad específica en la que trabaja la escuela. Ello lleva al reclamo que desde hace muchos años se hace de menos centralismo en las decisiones que atañen a la escuela y más autonomía para éstas y sus docentes. Ojalá avancemos en este propósito.


[1] Sarramona, J. Ahora de exámenes, perdón, de actividades de evaluación. 2020.

Reformas relativas a la evaluación del estudiante

Autor: Hugo Diaz Publicado: junio 24, 2020

Los análisis de evaluaciones comparadas, como PISA y TIMSS, coinciden en señalar que, a mayor exigencia en la evaluación de los estudiantes de una escuela, las posibilidades de recibir una mejor educación aumentan. Asimismo, que en las escuelas que atienden a la población escolar de los estratos más pobres aumenta la tolerancia de los profesores al momento de calificar. Corregir está práctica es una reforma claveque requiere unos estándares básicos equitativos, justos, transparentes, y que se vayan renovando y elevando a medida que la calidad del servicio mejora. 

Ciertamente que no es un asunto fácil de emprender. Está muy asociada, entre otras, a una elevación sustantiva de la calidad de la metodología y didáctica, así como a un sistema de ayuda oportuno de orientación y apoyo académico y/o socioemocional a cada estudiante en función de sus necesidades, sobre todo en aquellas escuelas donde estudian los más pobres y, en el momento actual, para los estudiantes de aquellas familias en donde la situación económica se ve afectada por razones de desempleo o subempleo ocasionados por el confinamiento que el COVID-19 forzó realizar.

Hay que aceptar que vivimos una situación de provisionalidad; de tránsito de una escuela que conocíamos hasta hace muy pocos meses, con sus bondades y limitaciones, a otra cuyas características aún no están totalmente definidas. Tampoco está definido si el Currículo Nacional, seguirá vigente, tal como está definido o si se requiere algún reajuste. De hecho, algunas de las primeras experiencias de educación no presencial nos muestran que muchos alumnos no necesariamente aprenden lo que estaba programado, sino cosas nuevas; por ejemplo, aprenden a aprender de manera más autónoma, a organizar su horario de trabajo y de otras actividades, aprenden mucho de la realidad social y de cómo un suceso como el COVID-19 pone en jaque a toda la humanidad; aprenden a integrar aprendizajes y trabajar por proyectos, entre otros. Nos hemos dado cuenta que hay otros apredizajes imprescindibles que no estaban o estaban insuficientemente presentes en la formación fundamental de los estudiantes y que en la evaluación hay una dimensión humana que deberíamos fortalecer. Siendo así, ¿cómo deberían reestructurarse los contenidos y estrategias de formación? ¿debemos pensar en un modo diferente de evaluación? ¿cuál debe ser el rol de la evaluación formativa, de la recolección de evidencias de lo aprendido?

La emergencia sanitaria ha puesto sobre la mesa  la importancia del buen uso del tiempo de aprendizaje. Lo más probable es que la duración de las clases presenciales se reduzca compensándose con clases no presenciales. Si esa fuera la situación, dos exigencias debería tener el desarrollo del modelo de formación: que la calidad de la hora pedagógica mejore sustantivamente y que se acepte que no todo lo que está en el Currículo Nacional es posible enseñarlo, que hay que priorizar y, en lo posible, definir un listado de aprendizajes fundamentales que hay que lograr y que son la base para evaluar.     

Las actitudes y conductas hacia la evaluación por parte de profesores y estudiantes es otro factor a tener en cuenta. Sarramona destaca que el docente tiene una deontología que practicar, que incluye coherencia pedagógica, justicia valorativa y respeto a los ritmos de aprendizaje; por su parte, el estudiante está obligado a comportarse de acuerdo con los criterios de transparencia y respeto a las normas establecidas en las evaluaciones[1]. Directivos de las escuelas y padres de familia juegan un importante papel para apoyar el logro de esta política de evaluación.

Hay que tomar conciencia que evaluar es un proceso complejo; más cuando se trata de competencias. Las tradicionales pruebas aplicadas al final de un período siguen siendo una herramienta a las que se pueden recurrir, pero otras cobran mayor importancia. En cuanto a las primeras, su necesaria reorientación por tratarse de evaluar aprendizajes más complejos que en el pasado implica para el profesor construirlas superando las preguntas de respuesta simple, rápida o inmediata. Más bien, éstas deben llevar al estudiante a la reflexión y al análisis de más de una variable; es decir, a contribuir en el desarrollo de habilidades de juicio, valor, pensamiento complejo. 

Además, la selección de los instrumentos y mecanismos de evaluación debe tener en cuenta la naturaleza de la competencia que se evalúa, el momento en que se produce la evaluación del aprendizaje y los mecanismos de retroalimentación que sean necesarios para asegurar el logro de la competencia al final del período. Las observaciones y portafolios son valiosas herramientas de evaluación del progreso de los aprendizajes. También lo es no quedarse en evaluaciones individuales iguales para todos, sino en función de las trayectorias y talentos de cada cual. Asimismo, si hay que estimular el aprendizaje colaborativo y en base a proyectos, igual debe hacerse con la evaluación grupal. 

Por ahora solo una minoría de niños y adolescentes estudia aprovechando las tecnologías digitales. Si bien democratizarlas tomará un tiempo que dependerá de la prioridad que el Estado y la sociedad le otorguen, hay que entender que a la hora actual, incorporar y aprovechar intensamente las herramientas que ofrece el desarrollo digital es un derecho y un complemento para que las escuelas reduzcan las brechas de calidad hoy existentes e instauren un mecanismo de evaluación que les facilite contar con información pormenorizada e individual respecto de cómo aprende cada estudiante y los apoyos que necesita. De lograrlo, los fracasos escolares se eliminarán o disminuirán significativamente.  No cabe duda de que las reformas académicas que traerá la denominada “escuela que viene” suponen una revisión de los perfiles de formación y actuación del docente, y consecuentemente, una revisión de las estrategias hasta ahora empleadas en la formación inicial y en servicio del magisterio nacional. Hasta ahora, la formación inicial ha sido la “pariente pobre” de las prioridades educativas y la formación en servicio, si bien fue beneficiada de ingentes recursos, ha carecido de los impactos esperados. Prueba de ello es lo lejos que todavía estamos de aplicación real del enfoque curricular y de evaluación por competencias luego de dos décadas y media de haberse adoptado. La experiencia exitosa de otros países muestra que el impacto mayor se produce cuando la capacitación y e acompañamiento son parte de una misma moneda y que el modelo de evaluación debe aplicarse con la flexibilidad necesaria de acuerdo con la realidad específica en la que trabaja la escuela. Ello lleva al reclamo que desde hace muchos años se hace de menos centralismo en las decisiones que atañen a la escuela y más autonomía para éstas y sus docentes. Ojalá avancemos en este propósito.


[1] Sarramona, J. Ahora de exámenes, perdón, de actividades de evaluación. 2020.

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