Como país, hemos ido avanzando en temas legislativos, de accesibilidad, de inclusión educativa y laboral, salud, etc. que promueven la igualdad de condiciones de las personas con discapacidad.
Pero todo este esfuerzo no sólo no es suficiente sino que corre peligro de ser un saludo a la bandera si no se llena de vida, y esa vida la ponemos las personas. Y esa vida se refleja en los discursos que damos y en la manera cómo pensamos y sentimos, las cuales van a perfilar nuestra conducta y manera de vivir en sociedad.
Es por esto que aunque existan estacionamientos reservados para personas con discapacidad, no sirven de nada si me estaciono en ellos a pesar de no tener dificultades motoras, con la justificación de estar apurado o porque el que me corresponde está muy alejado; si ocupo el ascensor en lugar de subir escaleras porque me es más cómodo, aunque deje a una persona con silla de ruedas esperando hasta 3 turnos, sabiendo que no podrá usar otro sistema alterno; si no dejo que mi hijo vaya a una fiesta de cumpleaños porque el niño que lo invitó se porta “raro”, o si realizo investigaciones con supuesta relevancia social e inclusiva, y no soy capaz de facilitar la vida a esa persona para que pueda tomarse un café sin tener que bajar y subir escaleras con sus muletas.
No necesitamos mejores leyes. Necesitamos mejores conductas, mejores pensamientos, mejores emociones; necesitamos ser mejores personas.
Arlette Fernandez
Especialista en Educación y Discapacidad
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