Por: Giancarlo M. Sandoval (*)
En Instagram puedes hacer muchas cosas. No solo es uno de los sitios sociales más visitados por su capacidad de viralización de imágenes, sino que es un sitio donde las intimidades se proyectan en una pantalla infinita y no dejan de aparecer. Cada vez más y más actualizaciones llegan como una versión visual de Twitter. Como usuario no solo estás siendo incitado a seguir personas, las celebridades del día, sino a convertirte tú mismo en uno compartiendo tus fotos, pensamientos, stories, o simplemente lo que haya frente a ti.
Así es como les damos nuestros datos.
“Datos” es un concepto bastante nebuloso en el discurso público, pero en el ámbito formal de la computación debe ser visto como cualquier pedazo de información (input) por parte del usuario, sin importar lo pequeño que sea. Por ejemplo, la hora en la que visitaste cierto sitio web. Esto crea un océano de meta-datos, es decir, datos de datos, que llevan a muchos a hacernos preguntas como ¿y a quién le importan esos pequeños datos míos? ¿A quién le importa la hora que visité mi correo o abrí algo? ¿A quién le importa la hora en que saqué dinero de tu cuenta de banco?
Dichas parecían las preocupaciones de gente que está haciendo algo ilegal. A los gobiernos, después de todo, les encanta criminalizar cada actividad que consideren que no pueden monitorear. No es por nada el eslogan que usan en Reino Unido “If you’ve got nothing to hide, you’ve got nothing to fear” (“si no tienes nada que ocultar, no tienes nada que temer”). Sin embargo, la mentalidad cambia un poco cuando no son solo tus meta-datos los que están siendo usados para monitorearte, sino tus datos en sí. Las fotos y mensajes que subes a Instagram, los mensajes “encriptados” de WhatsApp, y las etiquetas en Facebook junto con tu mapa de relaciones (social graph) no solo ayudan a ver dónde estás, sino que también ayudan a crearte.
Aquí vale la pena tener en cuenta la producción social de uno como persona, algo de lo que el sociólogo Ervin Goffman hablaba con fluidez y astucia teórica, como un performance del día a día. Sin un perfil o huella digital no eres nada, no hay nada de ti más que registros públicos de que naciste y alguna que otra información que haya sido sacada por instituciones del Estado. Tu producción social es mediada y creada por los sitios sociales que frecuentas. Tu tono de voz está siendo modificado por cómo escribes en Instagram. Tal era la lección de Friedrich Kittler citando a Nietzche, “nuestras herramientas de escritura nos están escribiendo a nosotros”.
Sin embargo, esta no es solo una libre y desenfrenada producción de ti. El Internet, como diría una colega, está apenas y funcionando, desde protocolos caducos hasta promesas de descentralización y sistemas distribuidos, hasta las personas que interfieren y toman datos. Mientras que las personas ven una producción social desencadenada, el Estado busca cómo hacer estas prácticas legibles, ordenadas, y consumidas para el manejo de la población desde arriba. El sueño cyberpunk de un Internet libre donde podría hacerse de todo y donde nadie podía monitorearte, se ve perdido en las olas de regulación, comercialización, e infraestructura controlada. El Estado es un estado monitoreador, pero también es un estado emprendedor, como diría Mariana Mazzucato. No solo monitorea, también invierte y participa en todas estas tecnologías desde su nacimiento.
Las bases de datos son el sueño de monitoreo de una nación, pero también son la manera principal en la que se encuentra la posibilidad de creación. Es por esto el estado y las empresas privadas invierten tanto en maneras distintas y creativas de obtener tus datos, para siempre.
Giancarlo M. Sandoval es COO de Special Circumstances, un think-tank cooperativo basado en USA y Europa. Estudiante de PhD en Media and Cultural Studies en Birkbeck, University of London. Investiga Inteligencia Artificial, Langsec, Type Theory y Hegel. Escribe en Neophyte.ink
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