No queremos “niños inclusivos”

No queremos “niños inclusivos”, lo que queremos son aulas inclusivas, escuelas inclusivas, prácticas inclusivas. Queremos una escuela sin etiquetas en la que los docentes NO necesiten usar el “inclusivo” como sustituto amigable para indicar que un niño o niña diferente ¿acaso no todas y todos somos diferentes?

No queremos “niños inclusivos”. Ni profesores que digan “el año pasado tuve hasta tres inclusivos, a dos les iba bien, pero uno era bien bajito”. Aunque la inclusión pueda significar un reto para la escuela, para el docente y para la familia; estas dificultades no están en el o la estudiante, sino que están en el entorno educativo. Son los currículos inflexibles, los materiales, las metodologías, la organización escolar, o las actitudes, los que hacen más difíciles que algunos niños o niñas no puedan aprender. Si es así ¿por qué adjetivarlos como si la inclusión fuera una característica suya, algo que tienen que hacer “ellos” y no todos nosotros en la escuela?

No queremos “niños inclusivos”. Queremos escuelas inclusivas. Queremos una sociedad inclusiva. La inclusión la hacemos todos, y somos nosotros los que debemos ser más inclusivos, no el niño o niña con bajos logros de aprendizaje o retos de comportamiento. Puede parecer una discusión trivial pero no lo es.

El lenguaje no solo transmite significados, sino que los provocan y tiene la posibilidad de construir sentidos comunes. Por esa razón, es que con el tiempo se han ido desterrando términos peyorativos para nombrar a las personas con discapacidad que ya NO deben ser usados bajo ninguna circunstancia ni en el ámbito escolar ni fuera de él, y todos debemos hacer docencia para erradicarlos: “enfermito”, “cieguita”, “mudito”, “retrasado”, “lisiada”, “discapacitado”, “minusválido”, etc. Todos estos términos niegan la individualidad y capacidad de las personas con discapacidad, los reducen a sus limitaciones funcionales, o buscan infundir un sentimiento de pena.

No queremos “niños inclusivos” porque este adjetivo, en la boca de un docente o de un director puede ser una etiqueta negativa y poderosa que da un mensaje a otros estudiantes, a otros docentes y a otras familias que “ese” es el niño con problemas y que todos los demás no los tienen; olvidando que, en un modelo inclusivo, las barreras están en el entorno y, por lo tanto, la inclusión, también está en toda la comunidad educativa.

Trabajemos por comunidades educativas inclusivas, que acepten y valoren la diferencia, que no discriminen a ningún estudiante, y en las que no se escuche nunca más hablar de “niños inclusivos”.

No queremos “niños inclusivos”

Autor: Publicado: junio 23, 2022

No queremos “niños inclusivos”, lo que queremos son aulas inclusivas, escuelas inclusivas, prácticas inclusivas. Queremos una escuela sin etiquetas en la que los docentes NO necesiten usar el “inclusivo” como sustituto amigable para indicar que un niño o niña diferente ¿acaso no todas y todos somos diferentes?

No queremos “niños inclusivos”. Ni profesores que digan “el año pasado tuve hasta tres inclusivos, a dos les iba bien, pero uno era bien bajito”. Aunque la inclusión pueda significar un reto para la escuela, para el docente y para la familia; estas dificultades no están en el o la estudiante, sino que están en el entorno educativo. Son los currículos inflexibles, los materiales, las metodologías, la organización escolar, o las actitudes, los que hacen más difíciles que algunos niños o niñas no puedan aprender. Si es así ¿por qué adjetivarlos como si la inclusión fuera una característica suya, algo que tienen que hacer “ellos” y no todos nosotros en la escuela?

No queremos “niños inclusivos”. Queremos escuelas inclusivas. Queremos una sociedad inclusiva. La inclusión la hacemos todos, y somos nosotros los que debemos ser más inclusivos, no el niño o niña con bajos logros de aprendizaje o retos de comportamiento. Puede parecer una discusión trivial pero no lo es.

El lenguaje no solo transmite significados, sino que los provocan y tiene la posibilidad de construir sentidos comunes. Por esa razón, es que con el tiempo se han ido desterrando términos peyorativos para nombrar a las personas con discapacidad que ya NO deben ser usados bajo ninguna circunstancia ni en el ámbito escolar ni fuera de él, y todos debemos hacer docencia para erradicarlos: “enfermito”, “cieguita”, “mudito”, “retrasado”, “lisiada”, “discapacitado”, “minusválido”, etc. Todos estos términos niegan la individualidad y capacidad de las personas con discapacidad, los reducen a sus limitaciones funcionales, o buscan infundir un sentimiento de pena.

No queremos “niños inclusivos” porque este adjetivo, en la boca de un docente o de un director puede ser una etiqueta negativa y poderosa que da un mensaje a otros estudiantes, a otros docentes y a otras familias que “ese” es el niño con problemas y que todos los demás no los tienen; olvidando que, en un modelo inclusivo, las barreras están en el entorno y, por lo tanto, la inclusión, también está en toda la comunidad educativa.

Trabajemos por comunidades educativas inclusivas, que acepten y valoren la diferencia, que no discriminen a ningún estudiante, y en las que no se escuche nunca más hablar de “niños inclusivos”.

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