El WhatsApp de la historia: ¿Qué dirían los personajes clásicos en un chat?

Por: Gianfranco Hereña (*)

Puede que en literatura no haya nada nuevo que contar. Las historias que hemos oído desde niños e incluso las que leemos ahora, en la adultez, parten siempre de argumentos que en algún momento otros se encargaron de inventar. Lo único que varía, sin embargo, es la forma de narrar las historias y eso es algo que siempre está en evolución.

De los cantos y las odas griegas contadas de manera oral, pasamos a la escritura y de la escritura a las proyecciones audiovisuales. Todas son formas de contar historias y, me atrevería a decir, cada una de ellas valiosa en sí misma de acuerdo con el objetivo que se persiga. Pero, ¿es posible que las historias hayan entrado en crisis y nadie quiera escucharlas porque ya nadie lee o la atención de los jóvenes es cada vez menor?

Tengo sentimientos encontrados respecto al tema. Vamos por partes.

Verán, escuchar historias fue siempre lo mío. Incluso antes que escribirlas, mi placer máximo consistía en apoltronarme en un sillón de la sala y escuchar al abuelo narrar aquello que decían esos libros que aún no podía leer. Yo era un espectador de lujo ante las morisquetas y cambios de voz repentinas que lograba cada vez que me contaba algo. Me fascinaba. Puede que hasta aquí no haya dicho nada que les mueva un pelo (y tienen razón). A lo que voy: soy un creyente de la palabra.

Toda conexión- no solo con los estudiantes- nace a partir del interés, ya sea el que se traiga previamente o aquel que se genere a través de una o varias dinámicas. Esto no siginifica, por supuesto, recurrir a cualquier medio con tal de llamar la atención, sino por el contrario, de averiguar sesudamente qué intereses trae consigo la audiencia para, a partir de ello, generar recursos que impacten directamente en sus aprendizajes.

Muy aparte de los videojuegos o las series que los estudiantes veían en Netflix, había algo que hacían cada vez que hablaba y era dirigir la vista hacia sus celulares. Ahí, entre mensajes de Whatsapp o Messenger, mi clase se diluía. No, que no se pretenda que esto es una recomendación para todos los docentes. Tampoco el izamiento de una bandera blanca ante el uso de celulares en clase. Pero sí fue el inicio de una nueva era: la creación de un lenguaje en común con mis estudiantes.

Si de pequeño me gustaba oír esas historias ajenas contadas por mi abuelo, ¿por qué no empezar a leerlas? ¿No es acaso la literatura la narración de historias de "otros"? Si hay algo en la humanidad que se mantiene vivo a lo largo del tiempo es nuestra curiosidad por ver lo que hacen otros sin que nos vean. Es ese afán de escuchar a través de la pared (vaso de por medio) lo que nos permite imaginarnos qué ocurre en otra habitación y recrear en nuestras mentes sucias escenas de amor apasionado, discusiones febriles o debates interminables acerca de qué cuentas quedan por pagar. Pensé entonces, ¿qué ocurriría si hacía dialogar a los personajes que leíamos en el entorno del Whatsapp?

Me imaginé entonces distintos escenarios: Discusiones entre los hermanos Vicario planeando cómo matar a Santiago Násar mientras éste, accidentalmente, había sido agregado al grupo. Una vista en profundidad a los diálogos de los Karamazov discutiendo sobre la existencia de Dios e introduciendo, discretamente, conceptos teológicos para el debate o ¿por qué no? Dramatizar a través de un chat la despedida entre Ulises y Penélope antes de volver a Ítaca y ver que su última conexión ha sido hace diez años.

Había dicho que para conectar hay que generar un lenguaje en común, y el mío fue ese. Detrás de los mensajes había siempre un tema mucho más profundo que requería un trabajo especial que hasta ese momento había elaborado. Y es que mirar el Whatsapp de otros nos genera interés porque tiene, en cierto modo, una cuota silenciosa de peligro (ser descubiertos) y, por otro, la fascinación de ser lo que yo era cuando escuchaba las historias de mi abuelo: un espectador de lujo ¿Y qué es la literatura sino vivir mil vidas teniendo solo una?


HEREÑA

(*) (Lima, 1990) . Es Licenciado en Comunicación por la Universidad de Lima y Diplomado en Estudios de Formación Pedagógica para la Docencia Universitaria de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Desde hace seis años es director de la web cultural El buen librero y docente de comunicación en el colegio Pío XII.

El WhatsApp de la historia: ¿Qué dirían los personajes clásicos en un chat?

Autor: Julio César Mateus Publicado: mayo 13, 2019

Por: Gianfranco Hereña (*)

Puede que en literatura no haya nada nuevo que contar. Las historias que hemos oído desde niños e incluso las que leemos ahora, en la adultez, parten siempre de argumentos que en algún momento otros se encargaron de inventar. Lo único que varía, sin embargo, es la forma de narrar las historias y eso es algo que siempre está en evolución.

De los cantos y las odas griegas contadas de manera oral, pasamos a la escritura y de la escritura a las proyecciones audiovisuales. Todas son formas de contar historias y, me atrevería a decir, cada una de ellas valiosa en sí misma de acuerdo con el objetivo que se persiga. Pero, ¿es posible que las historias hayan entrado en crisis y nadie quiera escucharlas porque ya nadie lee o la atención de los jóvenes es cada vez menor?

Tengo sentimientos encontrados respecto al tema. Vamos por partes.

Verán, escuchar historias fue siempre lo mío. Incluso antes que escribirlas, mi placer máximo consistía en apoltronarme en un sillón de la sala y escuchar al abuelo narrar aquello que decían esos libros que aún no podía leer. Yo era un espectador de lujo ante las morisquetas y cambios de voz repentinas que lograba cada vez que me contaba algo. Me fascinaba. Puede que hasta aquí no haya dicho nada que les mueva un pelo (y tienen razón). A lo que voy: soy un creyente de la palabra.

Toda conexión- no solo con los estudiantes- nace a partir del interés, ya sea el que se traiga previamente o aquel que se genere a través de una o varias dinámicas. Esto no siginifica, por supuesto, recurrir a cualquier medio con tal de llamar la atención, sino por el contrario, de averiguar sesudamente qué intereses trae consigo la audiencia para, a partir de ello, generar recursos que impacten directamente en sus aprendizajes.

Muy aparte de los videojuegos o las series que los estudiantes veían en Netflix, había algo que hacían cada vez que hablaba y era dirigir la vista hacia sus celulares. Ahí, entre mensajes de Whatsapp o Messenger, mi clase se diluía. No, que no se pretenda que esto es una recomendación para todos los docentes. Tampoco el izamiento de una bandera blanca ante el uso de celulares en clase. Pero sí fue el inicio de una nueva era: la creación de un lenguaje en común con mis estudiantes.

Si de pequeño me gustaba oír esas historias ajenas contadas por mi abuelo, ¿por qué no empezar a leerlas? ¿No es acaso la literatura la narración de historias de “otros”? Si hay algo en la humanidad que se mantiene vivo a lo largo del tiempo es nuestra curiosidad por ver lo que hacen otros sin que nos vean. Es ese afán de escuchar a través de la pared (vaso de por medio) lo que nos permite imaginarnos qué ocurre en otra habitación y recrear en nuestras mentes sucias escenas de amor apasionado, discusiones febriles o debates interminables acerca de qué cuentas quedan por pagar. Pensé entonces, ¿qué ocurriría si hacía dialogar a los personajes que leíamos en el entorno del Whatsapp?

Me imaginé entonces distintos escenarios: Discusiones entre los hermanos Vicario planeando cómo matar a Santiago Násar mientras éste, accidentalmente, había sido agregado al grupo. Una vista en profundidad a los diálogos de los Karamazov discutiendo sobre la existencia de Dios e introduciendo, discretamente, conceptos teológicos para el debate o ¿por qué no? Dramatizar a través de un chat la despedida entre Ulises y Penélope antes de volver a Ítaca y ver que su última conexión ha sido hace diez años.

Había dicho que para conectar hay que generar un lenguaje en común, y el mío fue ese. Detrás de los mensajes había siempre un tema mucho más profundo que requería un trabajo especial que hasta ese momento había elaborado. Y es que mirar el Whatsapp de otros nos genera interés porque tiene, en cierto modo, una cuota silenciosa de peligro (ser descubiertos) y, por otro, la fascinación de ser lo que yo era cuando escuchaba las historias de mi abuelo: un espectador de lujo ¿Y qué es la literatura sino vivir mil vidas teniendo solo una?


HEREÑA

(*) (Lima, 1990) . Es Licenciado en Comunicación por la Universidad de Lima y Diplomado en Estudios de Formación Pedagógica para la Docencia Universitaria de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Desde hace seis años es director de la web cultural El buen librero y docente de comunicación en el colegio Pío XII.

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