¿Es la educación de nuestros días un asunto más económico que político? ¿Quién determina cuáles son las competencias formativas? ¿Qué discursos se ocultan en los intereses tecnológicos? Este ensayo, publicado por la revista Chasqui, discute el impacto de la tecnología y la cultura digital en el discurso educativo contemporáneo.
Leamos unos extractos:
La escuela y la tecnología son dispositivos sociales que sintetizan las visiones de progreso y desarrollo de una sociedad, lo que las hace interdependientes. En el sistema de producción premoderno los oficios se heredaban y aprendían de forma directa bajo la tutela de un maestro; en el sistema industrial, la escuela imitó el modelo fordista; y hoy, en la posmodernidad, los relatos sobre la sociedad (que somos y queremos ser) parecen menos definidos, pero siempre coinciden en ubicar como protagonista a las tecnologías digitales.
La novedad de los medios emergentes, así como la digitalización de la mayoría de los procesos mediáticos, determinan un discurso que reclama con urgencia el desarrollo de competencias digitales. Este discurso global, sin embargo, oculta y sanciona sensibilidades diferentes sobre el papel de las tecnologías en la escuela.
De hecho, diversas investigaciones han mostrado que la defensa pública que muchos docentes realizan de las TIC dista de sus prácticas reales o se presenta como una estrategia de defensa para no ser acusados de “retrógrados”, “anacrónicos” o “ignorantes” (Bladergroen, Chigona, Bytheway, Cox, & van Zyl, 2012). Al respecto, un reciente artículo de The Economist (2017) sobre el papel de la tecnología educativa en la escuela actual, recuerda que el psicólogo conductista Skinner, en 1984, sancionó cualquier forma de oposición a la tecnología en la educación como una “vergüenza”.
Por otro lado, la promesa revolucionaria del Internet de las Cosas y las economías colaborativas van generado un impacto tal en el discurso social que la competitividad de los países empieza a valorarse en gran medida a partir de su nivel de digitalización. Por cierto, este discurso casi nunca discute los riesgos y problemas que aspectos como la “uberización del trabajo” o el “efecto Airbnb” traen consigo (como la creación de informalidad o la precarización de las condiciones laborales, por ejemplo).
Otros expertos discrepan y sostienen que la digitalización es un espejismo, pues si bien mejora ostensiblemente aspectos relacionados con la infraestructura de la comunicación —ubicuidad, asincronía, velocidad, portabilidad, etc.— no ha significado un aumento apreciable de la productividad (Nosengo, 2017). Según Robert Gordon, economista de la Universidad de Northwestern, y autor de The Rise and Fall of American Growth, la productividad crece hoy menos que a comienzos del siglo anterior y dentro de 10 años, la economía digital como paradigma se habrá agotado. En ese sentido, revoluciones tecnológicas como la bombilla eléctrica, las alcantarillas o los tocadiscos resultaron mucho más trascendentales en términos económicos y sociales.
El historiador Ian Mortimer (2018) cuestionó en un artículo de la BBC que la tentación de pensar los cambios tecnológicos solo en términos de progreso, no siempre nos permite recordar que “todas las ventajas que hemos obtenido gracias a la tecnología tienen un precio”. Para él, la lección “no está en cómo el cambio se relaciona con la tecnología sino cómo se relaciona con la necesidad, algo que es fácil de olvidar en nuestro estado relativamente cómodo”. ¿Qué necesidades estamos resolviendo con la tecnología digital? (y, aún mejor: ¿qué problemas estamos creando?).
Antes que establecer una posición definitiva cabe insistir en la importancia que tienen estas perspectivas en la manera como nos relacionamos con los medios. Unos y otros tienen argumentos suficientes sobre los que vale la pena reflexionar (sea para relativizar o contextualizar). Sí queda claro que debemos tomar consciencia del estatuto de incertidumbre tecnológica en que nos movemos y cómo gravita en los discursos educativos institucionales y profesionales.
Descarga el ensayo completo publicado en la revista Chasqui.
¿Es la educación de nuestros días un asunto más económico que político? ¿Quién determina cuáles son las competencias formativas? ¿Qué discursos se ocultan en los intereses tecnológicos? Este ensayo, publicado por la revista Chasqui, discute el impacto de la tecnología y la cultura digital en el discurso educativo contemporáneo.
Leamos unos extractos:
La escuela y la tecnología son dispositivos sociales que sintetizan las visiones de progreso y desarrollo de una sociedad, lo que las hace interdependientes. En el sistema de producción premoderno los oficios se heredaban y aprendían de forma directa bajo la tutela de un maestro; en el sistema industrial, la escuela imitó el modelo fordista; y hoy, en la posmodernidad, los relatos sobre la sociedad (que somos y queremos ser) parecen menos definidos, pero siempre coinciden en ubicar como protagonista a las tecnologías digitales.
La novedad de los medios emergentes, así como la digitalización de la mayoría de los procesos mediáticos, determinan un discurso que reclama con urgencia el desarrollo de competencias digitales. Este discurso global, sin embargo, oculta y sanciona sensibilidades diferentes sobre el papel de las tecnologías en la escuela.
De hecho, diversas investigaciones han mostrado que la defensa pública que muchos docentes realizan de las TIC dista de sus prácticas reales o se presenta como una estrategia de defensa para no ser acusados de “retrógrados”, “anacrónicos” o “ignorantes” (Bladergroen, Chigona, Bytheway, Cox, & van Zyl, 2012). Al respecto, un reciente artículo de The Economist (2017) sobre el papel de la tecnología educativa en la escuela actual, recuerda que el psicólogo conductista Skinner, en 1984, sancionó cualquier forma de oposición a la tecnología en la educación como una “vergüenza”.
Por otro lado, la promesa revolucionaria del Internet de las Cosas y las economías colaborativas van generado un impacto tal en el discurso social que la competitividad de los países empieza a valorarse en gran medida a partir de su nivel de digitalización. Por cierto, este discurso casi nunca discute los riesgos y problemas que aspectos como la “uberización del trabajo” o el “efecto Airbnb” traen consigo (como la creación de informalidad o la precarización de las condiciones laborales, por ejemplo).
Otros expertos discrepan y sostienen que la digitalización es un espejismo, pues si bien mejora ostensiblemente aspectos relacionados con la infraestructura de la comunicación —ubicuidad, asincronía, velocidad, portabilidad, etc.— no ha significado un aumento apreciable de la productividad (Nosengo, 2017). Según Robert Gordon, economista de la Universidad de Northwestern, y autor de The Rise and Fall of American Growth, la productividad crece hoy menos que a comienzos del siglo anterior y dentro de 10 años, la economía digital como paradigma se habrá agotado. En ese sentido, revoluciones tecnológicas como la bombilla eléctrica, las alcantarillas o los tocadiscos resultaron mucho más trascendentales en términos económicos y sociales.
El historiador Ian Mortimer (2018) cuestionó en un artículo de la BBC que la tentación de pensar los cambios tecnológicos solo en términos de progreso, no siempre nos permite recordar que “todas las ventajas que hemos obtenido gracias a la tecnología tienen un precio”. Para él, la lección “no está en cómo el cambio se relaciona con la tecnología sino cómo se relaciona con la necesidad, algo que es fácil de olvidar en nuestro estado relativamente cómodo”. ¿Qué necesidades estamos resolviendo con la tecnología digital? (y, aún mejor: ¿qué problemas estamos creando?).
Antes que establecer una posición definitiva cabe insistir en la importancia que tienen estas perspectivas en la manera como nos relacionamos con los medios. Unos y otros tienen argumentos suficientes sobre los que vale la pena reflexionar (sea para relativizar o contextualizar). Sí queda claro que debemos tomar consciencia del estatuto de incertidumbre tecnológica en que nos movemos y cómo gravita en los discursos educativos institucionales y profesionales.
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