Desde hace casi un año han venido sucediendo algunos acontecimientos que llevan a preocupación por parte de sectores importantes de la comunidad educativa y la ciudadanía en general. Si bien es cierto que la educación no iba bien desde antes que se iniciara la pandemia, había signos de lenta mejoría. El reclamo ahora es que deben hacerse correctivos de magnitud e impacto suficientes que permitan que la población reciba una educación pertinente y de calidad, y que la nación cuente con el capital humano necesario para elevar su competitividad y productividad, tanto en el plano local como internacional. De lo contrario, podrían acentuarse las brechas socioeconómicas comparadas con los países de mayor desarrollo y los países emergentes.
La preocupación va por la lenta y a veces despreocupada reacción que se ha tenido en cuanto al comportamiento de diversos indicadores cuya incidencia es importante en el éxito de las políticas educativas, a la vez que las tendencias de su evolución dependen también en parte de lo que pueda hacerse en educación. Así, por ejemplo, el retroceso en las tasas de escolarización en todos los niveles de enseñanza, y en especial, en la educación de adultos y la educación superior afectan planes como el de productividad y competitividad que no están logrando los resultados esperados, en parte porque la educación no provee graduados por carreras en las cantidades necesarias y porque del sistema egresan demandantes de empleo sin suficientes conocimientos y competencias que hagan posible aprovechar sus talentos y habilidades. Se suma a ello la percepción generalizada que ni el Ejecutivo ni el Congreso de la República están atacando los principales cuellos de botella que afectan el funcionamiento del sector. Es más, algunos temas cruciales siguen olvidados o descuidados; es el caso del reemplazo que debe producirse por el retiro -por edad- de más del 50% de docentes en los siguientes quince años. Otro tema es la necesidad de un replanteamiento de la educación superior que vaya más allá de reorganizar la SUNEDU, pues es urgente comenzar a abordar temas estratégicos de cara al futuro: la internacionalización, la perspectiva de la enseñanza virtual y de los modelos de educación híbrida, los posgrados, la redefinición de la oferta de carreras para fomentar mayores niveles de empleabilidad, la proyección social de sus instituciones, el valor de los títulos profesionales para las nuevas generaciones, el impulso de las micro credenciales y de cursos de corta duración como opciones de aprendizaje alternativas y para la formación en capacidades en el marco de una educación a lo largo de la vida, entre otros. Asimismo, son temas que deberían merecer mayor reflexión, la reforma del financiamiento de la educación, el fortalecimiento de las relaciones de la educación con el aparato productivo, el impulso a la innovación y la investigación para el desarrollo y la mayor valoración y oferta de formación técnica.
Pandemia y desarrollo de indicadores sociales
Es verdad que en los dos años recientes el retroceso de los indicadores del desarrollo socio-educativos ha sido general en el mundo y particularmente en América Latina. Sin embargo, en buena parte ese deterioro ha sido más acentuado en el Perú que en otros países de la región. Algunos datos que ofrece CEPAL en su informe “Impactos socio-demográficos de la pandemia de COVID-19 en América Latina y el Caribe” (2022) son muy reveladores:
Respuestas que espera la sociedad de la educación
A los indicadores descritos se pueden añadir otros que reflejan la grave crisis que vive la educación peruana. Además, llevan a preguntarse sobre las posibilidades de mejorar la educación si no se parte de una mirada intersectorial en donde uno de los objetivos sea que las políticas educativas acompañen más de cerca las políticas de desarrollo y no como ha venido sucediendo en muchas ocasiones; es decir, que van divorciadas del escenario global nacional al cual deben responder.
Como hemos mencionado en este Informe, los problemas no han nacido con la pandemia, pero si se han agudizado y es el motivo por el cual importantes sectores de la sociedad expresan su deseo que la educación sea objeto de una acción sostenida y gradual de medidas que lleven a transformarlo. Las mejoras que se fueron viendo hasta antes de la pandemia son meritorias pero insuficientes. Una mejor educación podría potenciar -en beneficio del país- la innovación, el emprendimiento y el aumento de la productividad. Mejor aún si se produce un mayor desarrollo digital a la vez que una mejora sustancial de la dotación de servicios esenciales a lo largo y ancho del país. Sería más fácil democratizar la adquisición y buen uso de competencias digitales, introducir sustanciales mejoras en las metodologías de enseñanza e impulsar el desarrollo de industrias intensivas en tecnología y conocimiento.
Espacios de reflexión sobre los futuros de la educación han venido creciendo y ayudan a identificar algunas rutas importantes para iniciar el cambio. Una iniciativa reciente es la que plantean el Banco Mundial, Unesco y Unicef que califican la actual crisis de los sistemas educativos latinoamericanos como una de las más graves y mayores de la historia. Por ello formulan un llamado dirigido a promover que la educación sea objeto de un pacto educativo que dure décadas y que convoque la participación del Estado, familias, comunidades educativas, sector privado, colectivos de la sociedad civil, iglesias, organizaciones no gubernamentales y políticas con el propósito común de convertir a cada institución educativa en el espacio en el que los estudiantes desarrollen todas las competencias necesarias para hacer realidad su proyecto de vida y contribuir al bienestar de sus familias y al desarrollo del país.
Frente a los casi permanentes momentos de inestabilidad que vive el país y la educación, el pacto es una opción a tener en cuenta para dar continuidad a las políticas educativas y tener una visión de largo plazo. El Proyecto Educativo Nacional es una herramienta clave para este proceso que podría ser priorizado y calendarizado, además de enriquecido producto de las lecciones que se derivan de lo vivido durante la pandemia. Pero el pacto debería ir más allá de ser un documento orientador de las políticas de Estado pues necesita estar articulado a los planes quinquenales, a los procesos presupuestarios y a los compromisos que en esta línea se adopten con otros actores de la sociedad.
No se olvida que la educación superior debe formar parte de este pacto. Hay que plantearse cuáles serán los ingredientes de su transformación, asegurarles el financiamiento de las fuertes inversiones que necesita para aprovechar herramientas como la inteligencia artificial, el metaverso, programas como Minerva, Khan Academy, Brillant, Nvidia y muchos otros más que ayudan a que nazcan nuevas necesidades y espacios de formación de profesionales los que deberán haber adquirido tres tipos de alfabetización: tecnológica, de la data y humana, además de capacidades como el pensamiento crítico y sistémico, el emprendimiento y la flexibilidad cultural. Como el costo de la transformación será considerable y muchas de las universidades no estarán en condiciones de asumirlos, son indispensables alianzas entre ellas para abaratar la implantación y realizar acuerdos con los grandes proveedores tecnológicos para la adquisición de los materiales necesarios. Además es imprescindible un cambio de cultura y mentalidad en instituciones por lo general bastante conservadoras.
Desde hace casi un año han venido sucediendo algunos acontecimientos que llevan a preocupación por parte de sectores importantes de la comunidad educativa y la ciudadanía en general. Si bien es cierto que la educación no iba bien desde antes que se iniciara la pandemia, había signos de lenta mejoría. El reclamo ahora es que deben hacerse correctivos de magnitud e impacto suficientes que permitan que la población reciba una educación pertinente y de calidad, y que la nación cuente con el capital humano necesario para elevar su competitividad y productividad, tanto en el plano local como internacional. De lo contrario, podrían acentuarse las brechas socioeconómicas comparadas con los países de mayor desarrollo y los países emergentes.
La preocupación va por la lenta y a veces despreocupada reacción que se ha tenido en cuanto al comportamiento de diversos indicadores cuya incidencia es importante en el éxito de las políticas educativas, a la vez que las tendencias de su evolución dependen también en parte de lo que pueda hacerse en educación. Así, por ejemplo, el retroceso en las tasas de escolarización en todos los niveles de enseñanza, y en especial, en la educación de adultos y la educación superior afectan planes como el de productividad y competitividad que no están logrando los resultados esperados, en parte porque la educación no provee graduados por carreras en las cantidades necesarias y porque del sistema egresan demandantes de empleo sin suficientes conocimientos y competencias que hagan posible aprovechar sus talentos y habilidades. Se suma a ello la percepción generalizada que ni el Ejecutivo ni el Congreso de la República están atacando los principales cuellos de botella que afectan el funcionamiento del sector. Es más, algunos temas cruciales siguen olvidados o descuidados; es el caso del reemplazo que debe producirse por el retiro -por edad- de más del 50% de docentes en los siguientes quince años. Otro tema es la necesidad de un replanteamiento de la educación superior que vaya más allá de reorganizar la SUNEDU, pues es urgente comenzar a abordar temas estratégicos de cara al futuro: la internacionalización, la perspectiva de la enseñanza virtual y de los modelos de educación híbrida, los posgrados, la redefinición de la oferta de carreras para fomentar mayores niveles de empleabilidad, la proyección social de sus instituciones, el valor de los títulos profesionales para las nuevas generaciones, el impulso de las micro credenciales y de cursos de corta duración como opciones de aprendizaje alternativas y para la formación en capacidades en el marco de una educación a lo largo de la vida, entre otros. Asimismo, son temas que deberían merecer mayor reflexión, la reforma del financiamiento de la educación, el fortalecimiento de las relaciones de la educación con el aparato productivo, el impulso a la innovación y la investigación para el desarrollo y la mayor valoración y oferta de formación técnica.
Pandemia y desarrollo de indicadores sociales
Es verdad que en los dos años recientes el retroceso de los indicadores del desarrollo socio-educativos ha sido general en el mundo y particularmente en América Latina. Sin embargo, en buena parte ese deterioro ha sido más acentuado en el Perú que en otros países de la región. Algunos datos que ofrece CEPAL en su informe “Impactos socio-demográficos de la pandemia de COVID-19 en América Latina y el Caribe” (2022) son muy reveladores:
Respuestas que espera la sociedad de la educación
A los indicadores descritos se pueden añadir otros que reflejan la grave crisis que vive la educación peruana. Además, llevan a preguntarse sobre las posibilidades de mejorar la educación si no se parte de una mirada intersectorial en donde uno de los objetivos sea que las políticas educativas acompañen más de cerca las políticas de desarrollo y no como ha venido sucediendo en muchas ocasiones; es decir, que van divorciadas del escenario global nacional al cual deben responder.
Como hemos mencionado en este Informe, los problemas no han nacido con la pandemia, pero si se han agudizado y es el motivo por el cual importantes sectores de la sociedad expresan su deseo que la educación sea objeto de una acción sostenida y gradual de medidas que lleven a transformarlo. Las mejoras que se fueron viendo hasta antes de la pandemia son meritorias pero insuficientes. Una mejor educación podría potenciar -en beneficio del país- la innovación, el emprendimiento y el aumento de la productividad. Mejor aún si se produce un mayor desarrollo digital a la vez que una mejora sustancial de la dotación de servicios esenciales a lo largo y ancho del país. Sería más fácil democratizar la adquisición y buen uso de competencias digitales, introducir sustanciales mejoras en las metodologías de enseñanza e impulsar el desarrollo de industrias intensivas en tecnología y conocimiento.
Espacios de reflexión sobre los futuros de la educación han venido creciendo y ayudan a identificar algunas rutas importantes para iniciar el cambio. Una iniciativa reciente es la que plantean el Banco Mundial, Unesco y Unicef que califican la actual crisis de los sistemas educativos latinoamericanos como una de las más graves y mayores de la historia. Por ello formulan un llamado dirigido a promover que la educación sea objeto de un pacto educativo que dure décadas y que convoque la participación del Estado, familias, comunidades educativas, sector privado, colectivos de la sociedad civil, iglesias, organizaciones no gubernamentales y políticas con el propósito común de convertir a cada institución educativa en el espacio en el que los estudiantes desarrollen todas las competencias necesarias para hacer realidad su proyecto de vida y contribuir al bienestar de sus familias y al desarrollo del país.
Frente a los casi permanentes momentos de inestabilidad que vive el país y la educación, el pacto es una opción a tener en cuenta para dar continuidad a las políticas educativas y tener una visión de largo plazo. El Proyecto Educativo Nacional es una herramienta clave para este proceso que podría ser priorizado y calendarizado, además de enriquecido producto de las lecciones que se derivan de lo vivido durante la pandemia. Pero el pacto debería ir más allá de ser un documento orientador de las políticas de Estado pues necesita estar articulado a los planes quinquenales, a los procesos presupuestarios y a los compromisos que en esta línea se adopten con otros actores de la sociedad.
No se olvida que la educación superior debe formar parte de este pacto. Hay que plantearse cuáles serán los ingredientes de su transformación, asegurarles el financiamiento de las fuertes inversiones que necesita para aprovechar herramientas como la inteligencia artificial, el metaverso, programas como Minerva, Khan Academy, Brillant, Nvidia y muchos otros más que ayudan a que nazcan nuevas necesidades y espacios de formación de profesionales los que deberán haber adquirido tres tipos de alfabetización: tecnológica, de la data y humana, además de capacidades como el pensamiento crítico y sistémico, el emprendimiento y la flexibilidad cultural. Como el costo de la transformación será considerable y muchas de las universidades no estarán en condiciones de asumirlos, son indispensables alianzas entre ellas para abaratar la implantación y realizar acuerdos con los grandes proveedores tecnológicos para la adquisición de los materiales necesarios. Además es imprescindible un cambio de cultura y mentalidad en instituciones por lo general bastante conservadoras.
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