Bienestar socioemocional para la educación inclusiva

La educación inclusiva requiere la búsqueda de una educación de calidad, capaz de equipar a todas y todos los estudiantes con una gama de competencias que les permita ser dueñas y dueños de sus propios destinos.

Sin embargo, esto no es posible cuando las y los estudiantes perciben “amenazas” (ya sean internas: pensamientos, recuerdos; o externas, dentro del aula: bullying, discriminación, vergüenza) que impiden que ciertos estudiantes puedan dirigir su energía y concentración a aprender.

Esto es porque detrás de todas las tareas cognitivas están las emociones. Así lo ha demostrado la neurociencia “sin emoción, no hay aprendizaje”.  Las emociones son la llave que permite abrir la puerta al aprendizaje, por lo que, si estas “se agotan”, también lo hace la capacidad de aprender.

Todas y todos los estudiantes pueden experimentar esta sobrecarga emocional que puede bloquear su capacidad para aprender. Recordemos que aprender es una tarea difícil, el camino del aprendizaje implica sensaciones y sentimientos que deben gestionarse durante el proceso de aprender como la sensación de no entender algo, de que la tarea es difícil y no podemos lograrla, o la sensación de fracaso después de múltiples intentos.

Además, debemos considerar el impacto del trauma y el estrés en el aprendizaje. Las poblaciones en situación de vulnerabilidad que han experimentado situaciones de violencia o exclusión llegan a la escuela con cargas adicionales, y es más probable que usen comportamientos “intensos” como método para la comunicación emocional[1]. Tales comportamientos conllevan a que las y los estudiantes suelan ser castigados o desaprobados pero, en realidad, como docentes deberíamos considerarlos como búsqueda de ayuda y apoyo para lidiar con dichas emociones que les impiden aprender.

Para evitar que estas emociones afecten la capacidad de aprender, es fundamental apoyar las emociones que favorecen para el aprendizaje mediante la consideración de cuatro puntos al diseñar nuestras clases:

  1. Crear entornos de aprendizaje seguros y cómodos. Es clave hacer del aula un espacio donde emociones como la calma y la confianza puedan tener lugar. Es crucial que las y los estudiantes desarrollen un sentido de pertenencia con el grupo, lo que puede ser especialmente difícil para quienes se sienten "diferentes". Es importante que se sientan reconocidos y valorados, pues solo cuando los seres humanos nos sentimos parte podemos bajar nuestras defensas emocionales y estar dispuestos al fracaso y al error que implica el aprender. Además de cuidar el tipo de relaciones entre las y los estudiantes, es fundamental que la disposición del espacio áulico permita contar con espacios para descansar, tomar una pausa, moverse y pedir ayuda.
  • Trabajar con material que sea percibido como relevante o auténtico por las y los estudiantes, que tome en cuenta ejemplos del mundo real, sus culturas e intereses. La motivación para aprender no se limita únicamente a captar el interés inicial en el momento de la clase o plantear actividades "divertidas", sino que tenemos que diseñar un entorno que fomente el esfuerzo sostenido y la persistencia, y apoye la autorregulación de las y los estudiantes.  Esto lo podemos lograr trabajando explícitamente la mentalidad de crecimiento y promoviendo el trabajo colaborativo en grupos heterogéneos.
  • Habilitar sistemas de apoyo para las y los estudiantes, tanto dentro como fuera del aula.  Permite que las y los estudiantes se sientan más seguros al momento de pedir ayuda, disponiendo formas de recibir apoyo dentro del aula como “tickets para pedir ayuda”, “pregúntale a tu compañero”, o la “zona del paso a paso". También, provee sistemas para brindar apoyo fuera de la clase, como un horario o día de atención para conversaciones personales con tus estudiantes. De esta manera, se hace previsible qué hará el resto de la clase si uno de sus miembros está experimentando dificultades, y se minimiza las posibilidades de que quienes estén batallando con los desafíos desistan de la tarea. Además, crear sistemas de apoyo favorece la autonomía de las y los estudiantes al momento de aprender y que tomen mayor conciencia y control sobre su propio aprendizaje.
  • Brindar espacios de desarrollo profesional a todas y todos los adultos que participan en el aprendizaje.  Las y los adultos que acompañamos a niños, niñas y adolescentes (seamos madres, padres o docentes) necesitamos fortalecer nuestras competencias socioemocionales, de manera que contemos con conocimientos acerca de cómo funcionan las emociones en el proceso de aprender, de cuál es el impacto del trauma en el cerebro que aprende, sobre estrategias y herramientas para la autorregulación emocional, también habilidades para gestionar nuestras propias emociones y para poder mediar la gestión de emociones del otro, así como actitudes de escucha y empatía para ponernos en el lugar de nuestros estudiantes.

[1] Chardin, M., & Novak, K. (2021). Equity by design: Delivering on the power and promise of UDL. Corwin


 

Bienestar socioemocional para la educación inclusiva

Autor: Marcia Rivas Publicado: enero 24, 2023

La educación inclusiva requiere la búsqueda de una educación de calidad, capaz de equipar a todas y todos los estudiantes con una gama de competencias que les permita ser dueñas y dueños de sus propios destinos.

Sin embargo, esto no es posible cuando las y los estudiantes perciben “amenazas” (ya sean internas: pensamientos, recuerdos; o externas, dentro del aula: bullying, discriminación, vergüenza) que impiden que ciertos estudiantes puedan dirigir su energía y concentración a aprender.

Esto es porque detrás de todas las tareas cognitivas están las emociones. Así lo ha demostrado la neurociencia “sin emoción, no hay aprendizaje”.  Las emociones son la llave que permite abrir la puerta al aprendizaje, por lo que, si estas “se agotan”, también lo hace la capacidad de aprender.

Todas y todos los estudiantes pueden experimentar esta sobrecarga emocional que puede bloquear su capacidad para aprender. Recordemos que aprender es una tarea difícil, el camino del aprendizaje implica sensaciones y sentimientos que deben gestionarse durante el proceso de aprender como la sensación de no entender algo, de que la tarea es difícil y no podemos lograrla, o la sensación de fracaso después de múltiples intentos.

Además, debemos considerar el impacto del trauma y el estrés en el aprendizaje. Las poblaciones en situación de vulnerabilidad que han experimentado situaciones de violencia o exclusión llegan a la escuela con cargas adicionales, y es más probable que usen comportamientos “intensos” como método para la comunicación emocional[1]. Tales comportamientos conllevan a que las y los estudiantes suelan ser castigados o desaprobados pero, en realidad, como docentes deberíamos considerarlos como búsqueda de ayuda y apoyo para lidiar con dichas emociones que les impiden aprender.

Para evitar que estas emociones afecten la capacidad de aprender, es fundamental apoyar las emociones que favorecen para el aprendizaje mediante la consideración de cuatro puntos al diseñar nuestras clases:

  1. Crear entornos de aprendizaje seguros y cómodos. Es clave hacer del aula un espacio donde emociones como la calma y la confianza puedan tener lugar. Es crucial que las y los estudiantes desarrollen un sentido de pertenencia con el grupo, lo que puede ser especialmente difícil para quienes se sienten “diferentes”. Es importante que se sientan reconocidos y valorados, pues solo cuando los seres humanos nos sentimos parte podemos bajar nuestras defensas emocionales y estar dispuestos al fracaso y al error que implica el aprender. Además de cuidar el tipo de relaciones entre las y los estudiantes, es fundamental que la disposición del espacio áulico permita contar con espacios para descansar, tomar una pausa, moverse y pedir ayuda.
  • Trabajar con material que sea percibido como relevante o auténtico por las y los estudiantes, que tome en cuenta ejemplos del mundo real, sus culturas e intereses. La motivación para aprender no se limita únicamente a captar el interés inicial en el momento de la clase o plantear actividades “divertidas”, sino que tenemos que diseñar un entorno que fomente el esfuerzo sostenido y la persistencia, y apoye la autorregulación de las y los estudiantes.  Esto lo podemos lograr trabajando explícitamente la mentalidad de crecimiento y promoviendo el trabajo colaborativo en grupos heterogéneos.
  • Habilitar sistemas de apoyo para las y los estudiantes, tanto dentro como fuera del aula.  Permite que las y los estudiantes se sientan más seguros al momento de pedir ayuda, disponiendo formas de recibir apoyo dentro del aula como “tickets para pedir ayuda”, “pregúntale a tu compañero”, o la “zona del paso a paso”. También, provee sistemas para brindar apoyo fuera de la clase, como un horario o día de atención para conversaciones personales con tus estudiantes. De esta manera, se hace previsible qué hará el resto de la clase si uno de sus miembros está experimentando dificultades, y se minimiza las posibilidades de que quienes estén batallando con los desafíos desistan de la tarea. Además, crear sistemas de apoyo favorece la autonomía de las y los estudiantes al momento de aprender y que tomen mayor conciencia y control sobre su propio aprendizaje.
  • Brindar espacios de desarrollo profesional a todas y todos los adultos que participan en el aprendizaje.  Las y los adultos que acompañamos a niños, niñas y adolescentes (seamos madres, padres o docentes) necesitamos fortalecer nuestras competencias socioemocionales, de manera que contemos con conocimientos acerca de cómo funcionan las emociones en el proceso de aprender, de cuál es el impacto del trauma en el cerebro que aprende, sobre estrategias y herramientas para la autorregulación emocional, también habilidades para gestionar nuestras propias emociones y para poder mediar la gestión de emociones del otro, así como actitudes de escucha y empatía para ponernos en el lugar de nuestros estudiantes.

[1] Chardin, M., & Novak, K. (2021). Equity by design: Delivering on the power and promise of UDL. Corwin


 

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