A menudo creemos estar protegidos frente a las noticias falsas. Entendemos la importancia de verificar fuentes, contrastar la información y no dar por cierto todo lo que circula en internet. Sin embargo, seguimos cayendo en historias falsas, como la supuesta muerte de algún cantante o político. Este fenómeno se enmarca en lo que se conoce como infodemia, es decir, el exceso de información no filtrada al que estamos expuestos diariamente a través de medios digitales. En este contexto, resulta complicado mantenernos siempre alertas. Con tantos estímulos constantes, es normal que en algún momento nuestro cerebro “desconecte” y permita la entrada de información sin filtro.
Entonces, ¿cómo podemos estar bien informados en 2024? ¿Qué estrategias nos permitirán navegar de manera eficiente este vasto y contaminado océano de información?
En esta era en la que el acceso a la información es más fácil que nunca, el panorama informativo se ha vuelto igualmente más complejo. La abundancia de fuentes, el contenido generado por inteligencias artificiales y la desinformación nos obligan a convertirnos en consumidores más críticos y con un mayor nivel de alfabetización mediática.
Hace algunas décadas, bastaba con comprar un periódico o sintonizar la radio para escuchar el noticiero de confianza y estar actualizados. Quizás, al final del día, ver el noticiero nocturno también era suficiente para mantenerse informado. El consumo de noticias solía tener un momento y lugar definidos, y existía un grado razonable de confiabilidad en lo que se transmitía. Sabíamos que a veces no recibíamos la historia completa, pero era más fácil decidir qué periódico comprar, qué canal de televisión ver y qué estación de radio sintonizar.
Lo que caracterizaba a este modelo era que los medios de comunicación tradicionales solían mantener estándares de calidad más altos. Había un auge en el periodismo de investigación y los reportajes que ofrecían actualizaciones continuas. El ritmo era más pausado, lo que en algunos casos era positivo. A pesar de ello, este ritmo lento también era limitado en su alcance y, a menudo, la pluralidad de voces y perspectivas era reducida. Se solía ver a los mismos protagonistas una y otra vez.
Hoy en día, vivimos bajo una constante inundación de noticias e información, muchas veces irrelevante, que llega directamente a nuestros teléfonos. Todo es inmediato. Ante cualquier acontecimiento de relevancia, resulta difícil no estar conectados a las redes sociales en busca de actualizaciones constantes. Esta vorágine informativa incrementa la posibilidad de que la desinformación se filtre y prolifere.
Encender la televisión o comprar un periódico ya no garantiza la misma confiabilidad de antes. Como audiencia, hemos aprendido a ser más escépticos, reconociendo que lo que vemos puede estar sesgado o manipulado. En varias ocasiones, hemos sido testigos de la influencia de intereses particulares en los medios de comunicación tradicionales. La confianza, por tanto, se ha erosionado. Entonces, ¿cómo confiar en la información que nos brindan cuando esa confianza ha sido minada?
En respuesta a esta desconfianza, muchas personas han comenzado a buscar alternativas: medios independientes, canales en Telegram, perfiles en X (anteriormente Twitter), entre otros. Si bien esto podría interpretarse como un esfuerzo por encontrar fuentes más confiables, también puede conducir a lo que los expertos denominan "burbujas informativas" o "cámaras de eco". En estas, las opiniones y noticias que recibimos, tanto por nuestra propia selección como por los algoritmos de las redes sociales, solo refuerzan nuestras creencias previas, sin exponernos a perspectivas diferentes o interpretaciones alternativas de la realidad. Este fenómeno puede favorecer la proliferación de puntos de vista altamente sesgados, lo que podría derivar en actitudes extremas, creencias en teorías conspirativas o fanatismos.
Recientemente, el gobierno de Brasil emitió un fallo contra la red social "X", y bloqueó temporalmente la plataforma debido a su falta de medidas para combatir la desinformación o contenido que atentara contra la democracia. La falta de moderación en plataformas digitales como esta ha provocado en el pasado la difusión de narrativas peligrosas, como el intento de toma del Capitolio en Estados Unidos.
Además del problema de la desconfianza en los medios generada por humanos, debemos sumar la creciente influencia de los bots y el contenido generado por inteligencias artificiales (IA). Los avances en esta área de la tecnología, aunque nacen de intenciones positivas, han traído consigo una serie de desafíos.
Se estima que cerca del 50 % del contenido textual en internet es generado o traducido por IA, y esta cifra podría llegar al 90 % para 2025. Además, en 2022, aproximadamente el 42 % del tráfico en internet correspondía a bots, no a usuarios humanos. Lo que alguna vez fue un espacio para la interacción entre personas parece haberse transformado en un terreno en el que máquinas interactúan entre sí, una realidad que, aunque antes sonaba a ciencia ficción, hoy está cada vez más cerca.
En episodios anteriores mencionamos brevemente las “alucinaciones” de las IA y el “sludge content”, o contenido de lodo. Este último hace referencia a la cantidad masiva de información falsa, inventada o irrelevante que inunda las plataformas digitales, dificultando la tarea de encontrar información confiable. Empresas como Google, al incorporar herramientas de generación automática de texto, están contribuyendo a este fenómeno.
Recientemente, Google introdujo AI Overview, una herramienta que responde automáticamente a las preguntas de los usuarios en los resultados de búsqueda. Sin embargo, muchos han señalado que estas respuestas son erróneas o poco fiables. Este tipo de fallos proviene de la incapacidad de las IA para discernir entre la realidad y la sátira, lo que ha generado preocupación sobre su uso generalizado.
Entonces, ¿cómo podemos navegar en este vasto mar de desinformación? Aparte de las redes sociales más populares, existen otros espacios donde los autores tienden a ser más creíbles, como Substack o Medium. Además, plataformas como YouTube cuentan cada vez con más periodistas independientes dedicados a desmentir noticias falsas.
Existen herramientas que permiten detectar contenido generado por IA, como GPTZero o QuillBot, aunque no están exentas de errores. Por eso, desde este espacio sugerimos algunas estrategias prácticas:
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Los jóvenes y la información de los medios de comunicación
[Herramienta] ¿Cómo enseñar a los niños a identificar fake news?
A menudo creemos estar protegidos frente a las noticias falsas. Entendemos la importancia de verificar fuentes, contrastar la información y no dar por cierto todo lo que circula en internet. Sin embargo, seguimos cayendo en historias falsas, como la supuesta muerte de algún cantante o político. Este fenómeno se enmarca en lo que se conoce como infodemia, es decir, el exceso de información no filtrada al que estamos expuestos diariamente a través de medios digitales. En este contexto, resulta complicado mantenernos siempre alertas. Con tantos estímulos constantes, es normal que en algún momento nuestro cerebro “desconecte” y permita la entrada de información sin filtro.
Entonces, ¿cómo podemos estar bien informados en 2024? ¿Qué estrategias nos permitirán navegar de manera eficiente este vasto y contaminado océano de información?
En esta era en la que el acceso a la información es más fácil que nunca, el panorama informativo se ha vuelto igualmente más complejo. La abundancia de fuentes, el contenido generado por inteligencias artificiales y la desinformación nos obligan a convertirnos en consumidores más críticos y con un mayor nivel de alfabetización mediática.
Hace algunas décadas, bastaba con comprar un periódico o sintonizar la radio para escuchar el noticiero de confianza y estar actualizados. Quizás, al final del día, ver el noticiero nocturno también era suficiente para mantenerse informado. El consumo de noticias solía tener un momento y lugar definidos, y existía un grado razonable de confiabilidad en lo que se transmitía. Sabíamos que a veces no recibíamos la historia completa, pero era más fácil decidir qué periódico comprar, qué canal de televisión ver y qué estación de radio sintonizar.
Lo que caracterizaba a este modelo era que los medios de comunicación tradicionales solían mantener estándares de calidad más altos. Había un auge en el periodismo de investigación y los reportajes que ofrecían actualizaciones continuas. El ritmo era más pausado, lo que en algunos casos era positivo. A pesar de ello, este ritmo lento también era limitado en su alcance y, a menudo, la pluralidad de voces y perspectivas era reducida. Se solía ver a los mismos protagonistas una y otra vez.
Hoy en día, vivimos bajo una constante inundación de noticias e información, muchas veces irrelevante, que llega directamente a nuestros teléfonos. Todo es inmediato. Ante cualquier acontecimiento de relevancia, resulta difícil no estar conectados a las redes sociales en busca de actualizaciones constantes. Esta vorágine informativa incrementa la posibilidad de que la desinformación se filtre y prolifere.
Encender la televisión o comprar un periódico ya no garantiza la misma confiabilidad de antes. Como audiencia, hemos aprendido a ser más escépticos, reconociendo que lo que vemos puede estar sesgado o manipulado. En varias ocasiones, hemos sido testigos de la influencia de intereses particulares en los medios de comunicación tradicionales. La confianza, por tanto, se ha erosionado. Entonces, ¿cómo confiar en la información que nos brindan cuando esa confianza ha sido minada?
En respuesta a esta desconfianza, muchas personas han comenzado a buscar alternativas: medios independientes, canales en Telegram, perfiles en X (anteriormente Twitter), entre otros. Si bien esto podría interpretarse como un esfuerzo por encontrar fuentes más confiables, también puede conducir a lo que los expertos denominan “burbujas informativas” o “cámaras de eco“. En estas, las opiniones y noticias que recibimos, tanto por nuestra propia selección como por los algoritmos de las redes sociales, solo refuerzan nuestras creencias previas, sin exponernos a perspectivas diferentes o interpretaciones alternativas de la realidad. Este fenómeno puede favorecer la proliferación de puntos de vista altamente sesgados, lo que podría derivar en actitudes extremas, creencias en teorías conspirativas o fanatismos.
Recientemente, el gobierno de Brasil emitió un fallo contra la red social “X”, y bloqueó temporalmente la plataforma debido a su falta de medidas para combatir la desinformación o contenido que atentara contra la democracia. La falta de moderación en plataformas digitales como esta ha provocado en el pasado la difusión de narrativas peligrosas, como el intento de toma del Capitolio en Estados Unidos.
Además del problema de la desconfianza en los medios generada por humanos, debemos sumar la creciente influencia de los bots y el contenido generado por inteligencias artificiales (IA). Los avances en esta área de la tecnología, aunque nacen de intenciones positivas, han traído consigo una serie de desafíos.
Se estima que cerca del 50 % del contenido textual en internet es generado o traducido por IA, y esta cifra podría llegar al 90 % para 2025. Además, en 2022, aproximadamente el 42 % del tráfico en internet correspondía a bots, no a usuarios humanos. Lo que alguna vez fue un espacio para la interacción entre personas parece haberse transformado en un terreno en el que máquinas interactúan entre sí, una realidad que, aunque antes sonaba a ciencia ficción, hoy está cada vez más cerca.
En episodios anteriores mencionamos brevemente las “alucinaciones” de las IA y el “sludge content”, o contenido de lodo. Este último hace referencia a la cantidad masiva de información falsa, inventada o irrelevante que inunda las plataformas digitales, dificultando la tarea de encontrar información confiable. Empresas como Google, al incorporar herramientas de generación automática de texto, están contribuyendo a este fenómeno.
Recientemente, Google introdujo AI Overview, una herramienta que responde automáticamente a las preguntas de los usuarios en los resultados de búsqueda. Sin embargo, muchos han señalado que estas respuestas son erróneas o poco fiables. Este tipo de fallos proviene de la incapacidad de las IA para discernir entre la realidad y la sátira, lo que ha generado preocupación sobre su uso generalizado.
Entonces, ¿cómo podemos navegar en este vasto mar de desinformación? Aparte de las redes sociales más populares, existen otros espacios donde los autores tienden a ser más creíbles, como Substack o Medium. Además, plataformas como YouTube cuentan cada vez con más periodistas independientes dedicados a desmentir noticias falsas.
Existen herramientas que permiten detectar contenido generado por IA, como GPTZero o QuillBot, aunque no están exentas de errores. Por eso, desde este espacio sugerimos algunas estrategias prácticas:
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Sí, concuerdo con este texto, especialmente en el contexto educativo. Como profesor, considero que es crucial enseñar a los estudiantes a navegar en este vasto mar de información de manera responsable y crítica. Vivimos en una era donde la información está al alcance de un clic, pero también es importante ser conscientes de los riesgos que implica la desinformación.
¡Muy acertado! En la era de la información, ser consumidores críticos es más importante que nunca. Es fundamental desarrollar habilidades para filtrar la información y buscar fuentes confiables, sin dejarse llevar por la inmediatez o la popularidad de las noticias. La alfabetización mediática, la verificación de fuentes y el pensamiento crítico son claves para navegar en este mar de datos. Solo así podremos asegurarnos de estar bien informados y contribuir a un ecosistema digital más responsable y saludable.