“Laura es autista por lo que no va a poder participar de la celebración de aniversario del colegio.
Hablemos con su mamá para que esos días no venga.”
Desde una concepción tradicional, se entiende que un o una docente “hace inclusión” al tener en su aula un o una estudiante con discapacidad o con algún problema o trastorno del aprendizaje.
Como ya hemos visto previamente, esto no se ajusta a la idea actual de cómo entendemos la educación inclusiva. La inclusión se trata de un proceso de transformación del entorno para reducir las barreras al aprendizaje y participación de las y los estudiantes en mayor riesgo de fracaso o bajo logro de aprendizajes. Todo esto partiendo de la idea de que las barreras no son inherentes a una característica o condición del estudiante, sino que pueden estar presentes en cualquier elemento que conforma el entorno del aula. Así, podemos encontrar barreras a la participación y aprendizaje en los objetivos de aprendizaje, en los materiales, en la metodología o didáctica, en las interacciones sociales, en las actitudes docentes, etc.
Dada la variedad de barreras que pueden experimentar las y los estudiantes, es fundamental el proceso de identificación de las mismas, y para ello será necesario revisar cada situación y desafío que encontremos con nuestras estudiantes poniendo por delante del diagnóstico, las altas expectativas que tengamos y la búsqueda de la inclusión.
Por ejemplo, ante el caso presentado como apertura del presente artículo, la respuesta de la escuela puede parecer acertada en tanto minimiza las posibilidades de que la situación “sobrepase” la capacidad de la escuela de atender en un momento específico a Laura. Sin embargo, una revisión más atenta, nos plantea algunas preguntas: ¿No es esta forma de abordar el caso una “sentencia” sobre lo que va a suceder basada en el diagnóstico de Laura? ¿No se están cerrando posibles acciones de intervención que podrían ser efectivas para favorecer al máximo la participación de Laura? ¿No se están negando posibles apoyos por poner adelante el diagnóstico de Laura?
Por el contrario, si ante el mismo caso, partimos el análisis identificando las barreras del entorno que al interactuar con la condición de autista de Laura, pueden limitar su participación, es ahí donde podemos encontrar que se abren algunas puertas e ideas de intervención que permitirían explorar las posibilidades de participación de Laura:
“Laura experimenta dificultades para regularse ante situaciones nuevas y con muchos estímulos. Reduzcamos la primera barrera preparando un cuaderno con pictogramas donde le expliquemos previamente todo lo que va a pasar en la celebración de aniversario del colegio. Para la segunda, hablemos con su mamá para ver en qué actividades podría participar y qué apoyos necesitará para lograrlo.”
En esta nueva mirada, vemos cómo se identifican de manera más precisa qué aspectos organizativos (barreras) de la celebración de aniversario pueden ser un problema de gestionar para Laura. Además, se plantean opciones para reducir cada una de esas barreras, y finalmente, se plantea una aproximación hacia la familia que les permite participar y colaborar, justamente para tomar las mejores decisiones y ampliar las posibilidades de acción a partir de la expertise conjunta tanto de la escuela como de la madre de Laura.
Como hemos visto, es necesario hacer un adecuado análisis de las barreras que experimentan las y los estudiantes para poder abrir las posibilidades a la implementación de los mejores apoyos para ellos y ellas. Este será un proceso para el que no hay una receta, y es más bien de prueba y error, pero así es como se hace la educación inclusiva, desde el lenguaje que pone por delante las altas expectativas, desde el cambio de mirada que deja atrás el diagnóstico, y desde las prácticas que se dirigen firmemente hacia la inclusión total de todo el alumnado.
“Laura es autista por lo que no va a poder participar de la celebración de aniversario del colegio.
Hablemos con su mamá para que esos días no venga.”
Desde una concepción tradicional, se entiende que un o una docente “hace inclusión” al tener en su aula un o una estudiante con discapacidad o con algún problema o trastorno del aprendizaje.
Como ya hemos visto previamente, esto no se ajusta a la idea actual de cómo entendemos la educación inclusiva. La inclusión se trata de un proceso de transformación del entorno para reducir las barreras al aprendizaje y participación de las y los estudiantes en mayor riesgo de fracaso o bajo logro de aprendizajes. Todo esto partiendo de la idea de que las barreras no son inherentes a una característica o condición del estudiante, sino que pueden estar presentes en cualquier elemento que conforma el entorno del aula. Así, podemos encontrar barreras a la participación y aprendizaje en los objetivos de aprendizaje, en los materiales, en la metodología o didáctica, en las interacciones sociales, en las actitudes docentes, etc.
Dada la variedad de barreras que pueden experimentar las y los estudiantes, es fundamental el proceso de identificación de las mismas, y para ello será necesario revisar cada situación y desafío que encontremos con nuestras estudiantes poniendo por delante del diagnóstico, las altas expectativas que tengamos y la búsqueda de la inclusión.
Por ejemplo, ante el caso presentado como apertura del presente artículo, la respuesta de la escuela puede parecer acertada en tanto minimiza las posibilidades de que la situación “sobrepase” la capacidad de la escuela de atender en un momento específico a Laura. Sin embargo, una revisión más atenta, nos plantea algunas preguntas: ¿No es esta forma de abordar el caso una “sentencia” sobre lo que va a suceder basada en el diagnóstico de Laura? ¿No se están cerrando posibles acciones de intervención que podrían ser efectivas para favorecer al máximo la participación de Laura? ¿No se están negando posibles apoyos por poner adelante el diagnóstico de Laura?
Por el contrario, si ante el mismo caso, partimos el análisis identificando las barreras del entorno que al interactuar con la condición de autista de Laura, pueden limitar su participación, es ahí donde podemos encontrar que se abren algunas puertas e ideas de intervención que permitirían explorar las posibilidades de participación de Laura:
“Laura experimenta dificultades para regularse ante situaciones nuevas y con muchos estímulos. Reduzcamos la primera barrera preparando un cuaderno con pictogramas donde le expliquemos previamente todo lo que va a pasar en la celebración de aniversario del colegio. Para la segunda, hablemos con su mamá para ver en qué actividades podría participar y qué apoyos necesitará para lograrlo.”
En esta nueva mirada, vemos cómo se identifican de manera más precisa qué aspectos organizativos (barreras) de la celebración de aniversario pueden ser un problema de gestionar para Laura. Además, se plantean opciones para reducir cada una de esas barreras, y finalmente, se plantea una aproximación hacia la familia que les permite participar y colaborar, justamente para tomar las mejores decisiones y ampliar las posibilidades de acción a partir de la expertise conjunta tanto de la escuela como de la madre de Laura.
Como hemos visto, es necesario hacer un adecuado análisis de las barreras que experimentan las y los estudiantes para poder abrir las posibilidades a la implementación de los mejores apoyos para ellos y ellas. Este será un proceso para el que no hay una receta, y es más bien de prueba y error, pero así es como se hace la educación inclusiva, desde el lenguaje que pone por delante las altas expectativas, desde el cambio de mirada que deja atrás el diagnóstico, y desde las prácticas que se dirigen firmemente hacia la inclusión total de todo el alumnado.
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