La inteligencia artificial no reemplaza al docente, sino que actúa como una herramienta complementaria que apoya y mejora la labor educativa. Al automatizar tareas repetitivas, personalizar el aprendizaje, ofrecer retroalimentación en tiempo real y facilitar el análisis de datos, la IA libera tiempo para que los docentes puedan enfocarse en aspectos más humanos y pedagógicos de su rol, como la motivación, el acompañamiento emocional y la construcción de relaciones significativas con los estudiantes. De esta manera, la inteligencia artificial puede mejorar la calidad educativa sin sustituir la interacción y el juicio profesional que solo los docentes pueden proporcionar.
Para liderar la integración ética y efectiva de la IA en sus prácticas pedagógicas, los docentes deben desarrollar un conjunto diverso de habilidades que abarcan desde la comprensión tecnológica hasta la capacidad crítica y ética. Además, deben comprometerse con el aprendizaje continuo y con la reflexión constante sobre el impacto de la IA en la enseñanza y el aprendizaje. Solo mediante un enfoque equilibrado y responsable los docentes podrán aprovechar al máximo el potencial de la IA mientras mantienen su rol esencial como guías y facilitadores del aprendizaje.