En el caso peruano, como veremos a continuación, la férrea defensa del virrey Abascal, un absolutista acérrimo, con el apoyo de la elite limeña, ante cualquier intención de cambio no sólo en el virreinato peruano al no establecer una junta de gobierno y resistirse a implementar la constitución liberal de 1812, sino en los virreinatos limítrofes al enviar expediciones militares de represión. Ello agudizó no sólo la crisis económica y fiscal de la elite y del Estado, sino que separó aun más a las elites regionales que luchaban en contra de las políticas monopolizadoras defendidas por la aristocracia limeña.
Una serie de levantamientos y rebeliones se produjeron entonces en diversos lugares del virreinato peruano. La mayoría proponía reformas económicas y sociales, y en algunos casos separatismo. La rebelión del Cuzco en 1814 abrió una nueva posibilidad de articulación social que no se veía desde el movimiento de Túpac Amaru II, pero finalmente ese proyecto fue abortado por la elite al abandonarlo por temer ante un desborde de las masas indígenas.
Así, vemos que el virreinato del Perú se establecía como el eslabón fidelista y realista en América, y debía ser derribado para consolidar la independencia del continente. La dura represión y la fidelidad de la elite dominante provocaron que este proceso no se pudiera articular dentro del virreinato, por peruanos. Se debía esperar otro momento de la historia para llevarla a cabo.