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    Narrativa
La concentrada poesía de Marco Martos

Poesía

Oficio

Mi oficio es el canto 
el canto de las palabras, 
el dulce embrujo 
de las sílabas 
y las asonancias.
Éste es mi oficio 
y no lo cambio por nada, 
pero qué difícil es 
querer decir algo 
y no tener sino gana.

Lima

En Lima cada cuadra tiene un nombre me dijeron 
y es verdad que he comprobado; 
otras cosas se callaron las personas 
que en dar informes se solazan: 
en Lima cada coche, cada cola, cada rueda, 
sardinas y presagios, 
sudores ajenos 
y humos robustos 
sin quererlo respiramos; 
en Lima hay un desprecio 
por las gentes de otros lares 
y a la larga uno añora 
a su pueblo, a su gente, a sus calles.

(de Casa nuestra, 1964)


Ley

Tenga la palabra cosa vacío significado: 
lo real y lo ideal alejados habiten de su cáscara.
En virtud de la ley enunciada, 
pueda el caminante,
				infatigable buscador de verdades, 
hacer justo las cosas de las que ayer renegó.
Y en la rúa nadie lance sombras 
sobre el desconocido rostro, 
pues la palabra cosa, como la sombra misma, 
exige ojos y brazos humanos: voluntad de creación.
Así mismo con los ojos cerrados y en silencio tenaz, 
pueda la muchacha de voz serenísima 
decir la palabra cosa, 
murmullo de ola o tic-tac de reloj 
y pueda juntar en el aire 
blanco y negro, ser y nada.
Y no haya contradicción.

Casti connubi

Cada mañana, marido y mujer, sentados y limpios, comiendo tostadas, ruido de rata, 
leyendo los diarios, matando las moscas, 
hablando del clima, cada mañana, 
esperan la noche, el hastío sexual: 
fingirse dormidos, fingirse despiertos, 
decirse palabras de libros de amor, 
cada mañana, marido y mujer, 
van al trabajo, regresan, almuerzan, 
van al trabajo, regresan se acuestan, 
gordos, lustrosos, años de años, 
esperan la noche, matando tostadas, 
matando las moscas, matando los diarios, 
matando los climas, cada mañana, gordos, 
payasos, esperan la noche, el hastío sexual:
fingirse dormidos, fingirse despiertos, 
decirse palabras de libros de amor, 
cada mañana, rata y rata, rata y rata.

(de Cuaderno de quejas y contentamientos, 1969)

Leteo

Zumba una biela dentro de la cabeza cansada, 
va desollando por dentro la poca pulpa, 
por dentro erizadas semillas va dejando 
a flor de piel, siguiendo la gravedad 
se inclina y aquieta las aguas del Leteo.
Ampolleta que antes fue vaso comunicante, 
miserable vidrio estriado, roma punta hueca, 
se escapan cianuro con huesos, calaveras, 
aserrín, piratas de Salgari y todo.
Por fin el silencio avanzando triunfante, 
por fin la nada bañándolo todo, 
ese motor que ladra a lo lejos, 
ese humo que conduce mi noche, 
ese silbido que vive en la luna, 
el rencor que me tienes de ayer y mañana,
por fin el silencio avanzando triunfante, 
por fin la nada bañándolo todo.
Zumba la biela dentro de la cabeza cansada, 
zumba el olvido como una biela cansada, 
zumba Leteo como una furia cansada, zumba, 
zumba la biela y zumba y duele el silencio 
inaugurándolo todo.

(de Donde no se ama, 1974)

Varona y varón

Varona y varón, 
desnudos frente a frente, 
desnudos con esmero, 
son presencia impalpable 
de la gracia del quién sabe. 
Nada pueden contra ellos 
ni el miedo que bien sienten, 
ni lo espaciado de los encuentros, 
ni la envidia de los solitarios, 
ni el viento de los que murieron. 
El fuego es tan su salsa, 
tan feliz como un niño, 
tan se escapa por un tubo, 
tan se oculta o parece nada, 
que induce a la pareja 
a desnudarse con esmero, 
a juntar aire, y tierra, 
aumentando la ternura 
para empezar de nuevo el acto 
más hermoso de la vida: 
varona y varón.

(de Carpe diem, 1979)

Marina

Cuidadosa en su habitación la muchacha 
levanta el caracol en la mano, oye las olas, 
cierra o abre los ojos. El mar parpadea, 
el rumor del mar sobre la arena leve 
bate los cantos rodados y su lento trabajo 
orilla mi boca con sal perenne.
El mar, mirar el mar que huelo.
Con las esquirlas de mis manos 
cuarteadas me hurgo las cuencas 
colmadas de sal y luego aderezo
la música de tu piel, la música sólo, 
mientras la espuma veloz de febrero, 
blanquísima dibuja el caracol
indescifrable de la muerte.

(de El silbo de los aires amorosos, 1989)


Última hora de Abderramán III
(Córdoba, año 961)

Muere el sol en la mézquita de Córdoba 
y nace la noche en mi corazón. Y nunca más.
Mañana el astro volverá a su rito 
y no habrá corazón en su oscuridad definitiva.
Astrolabios, relojes de arena, arrugas de mi rostro, calendarios del Nilo, memoria de los creyentes, 
soldados de mi espada, todos saben 
y comentan cómo han goteado 
cincuenta años de emirato y califato.
Tesoros, honores, placeres, 
todo lo he tenido, todo 
lo he desperdigado.
Mis rivales, los más grandes, 
me estiman, me temen, me envidian, 
besan protocolariamente el suelo sagrado 
y suben arrastrándose hasta mi trono.
Todo aquello que los hombres desean 
me ha sido donado por el cielo.
La noche viene. Ya cantan los pájaros.
En este tiempo largo de aparente 
contentamiento he guerreado en Toledo, 
en Mérida, en Zaragoza, he vencido 
en todas las batallas, todas 
las perfidias del reino las he dominado.
Las más hermosas mujeres de al-Andalus 
me han sonreído en mi lecho, cada alborada.
La noche viene. Ya callan los pájaros.
Antes de irme quiero contar 
los días en que fui feliz. Mi memoria 
escudriña el pasado: sólo son catorce.
Creyentes, mortales, aprecien conmigo 
la grandeza del mundo y de la vida.
La noche llega. Me llamaba Abderramán III.
Esta es mi última palabra.

(de Cabellera de Berenice, 1990, 1992 y 1994)

Franz Kafka se compara con un erizo (1912)

Doy dolor 
a quien se me acerca. 
Doy dolor. 
Doy dolor. 
De propia voluntad 
entran en mi campo 
de imanes, ¡tantos imanes!, 
y salen descalabrados. 
Me traen una pitanza 
que he ganado lealmente 
y me la tiran a la cara 
como un escupitajo. 
Yéndose, 
me insultan 
y se alejan retorcidos, 
como tocados por el rayo 
del demonio. 
Y me dejan en carne viva, 
en estas brasas, 
con mis inútiles imanes 
en medio de la noche.

Soledad de Charles Baudelaire

Las plazas de París tienen encanto 
difícil de llevar a la escritura, 
salvo para el poeta que madura 
pensamientos en medio del espanto 
de crecer solitario con su canto, 
que es incienso subiendo a la hermosura 
de mujer zahorí de piel oscura, 
de fuego abierto y risas del amianto. 
Ni caricias ni besos lo transforman, 
Baudelaire anda inerme por los parques, 
buscando la belleza de lo horrible; 
las viejas desdentadas nos informan 
que besa en playa y muelles los embarques 
de rosas venenosas y terribles.

(de El mar de las tinieblas, 1999)

SAN MIGUEL DE PIURA

Encendí el corazón sobre los médanos,
en los soledosos algarrobos que continúan
la ciudad más allá de la postrera bandera blanca,
bordeando el camino de Los Ejidos, regado
por la bosta de las cabras. El cielo era azul
con sus nubes pintadas y había un viejo caballo
y un burro blanco entre los grises.
He olvidado a qué íbamos a Los Ejidos
pero puedo adivinarlo mientras aspiro todavía
el aire luminoso de la infancia.
Los Ejidos: el olor de las cabras, la leche
de cabra, el queso de cabra que jamás
he encontrado después en la tierra.
A la hora del regreso el sol reverberaba
sobre los médanos y en llegando al recodo
del camino que divisa a la cruz del Norte,
bajo la sombra benéfica de los sauces,
los pequeños pudimos sumergirnos
en el río suavísimo y verdoso.
Han pasado años de años; ¡me he mezclado
en tantas cosas!, y ahora que el sol
reverbera sobre el asfalto, no extraño
a esa patria, distante y diminuta.
O tal vez la extraño y por eso escribo.