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José Watanabe: El encuentro lírico de dos tradiciones

Poesía

ANTOLOGÍA

Poema trágico con dudosos logros cómicos

Mi familia no tiene médico 
ni sacerdote ni visitas
y todos se tienden en la playa
saludables bajo el sol del verano.

Algunas yerbas nos curan los males del estómago
y la religión sólo entra con las campanas alborotando los
	canarios.

Aquí todos se han muerto con una modestia conmovedora, 
mi padre, por ejemplo, el lamentable Prometeo
silenciosamente picado por el cáncer más bravo que las
	águilas.

Ahora nosotros
		ninguno doctor o notable
en el corazón de modestas tribus,
la tribu de los relojeros
la más triste de los empleados públicos
la de los taxistas
la de los dueños de fonda
de vez en cuando nos ponemos trágicos y nos preguntamos
	por la muerte.

Pero hoy estamos aquí escuchando el murmullo de la mar
que es el morir.

Y este murmullo nos reconcilia con el otro murmullo del río
por cuya ribera anduvimos matando sapos sin misericordia,
reventándolos con un palo sobre las piedras del río tan
	metafórico
					que da risa.

Y nadie había en la ribera contemplando nuestras vidas hace
	años
sino solamente nosotros
los que ahora descansamos colorados bajo el verano
como esperando el vuelo del garrote
				sobre nuestra barriga
				sobre nuestra cabeza
					nada notable
						nada notable.

(de Albúm de familia, 1971)

LA MANTIS RELIGIOSA 

Mi mirada cansada retrocedió desde el bosque azulado por el sol 
hasta la mantis religiosa que permanecía inmóvil a 50 cm. de 
	                                                                              mis ojos.
Yo estaba tendido sobre las piedras calientes de la orilla del
	                                                                     Chanchamayo
y ella seguía allí, inclinada, las manos contritas, 
confiando excesivamente en su imitación de ramita o palito seco.

Quise atraparla, demostrarle que un ojo siempre nos descubre, 
pero se desintegró entre mis dedos como una fina y quebradiza 
                                                                           	 cáscara.

Una enciclopedia casual me explica ahora que yo había destruido
a un macho 
	      vacío.
La enciclopedia refiere sin asombro que la historia fue así:
el macho, en su pequeña piedra, cantando y meneándose, llamando
hembra
y la hembra ya estaba aparecida a su lado,
acaso demasiado presta
		  Y dispuesta.

Duradero es el coito de las mantis.
En el beso
ella desliza una larga lengua tubular hasta el estómago de él
y por la lengua le gotea una saliva cáustica, un ácido,
que va licuándole los órganos 
y el tejido del más distante vericueto interno, mientras le hace gozo,
y mientras le hace gozo la lengua lo absorbe, repasando
la extrema gota de sustancia del pie o del seso, y el macho
se continúa así de la suprema esquizofrenia de la cópula
					a la muerte.
Y ya viéndolo cáscara, ella vuela, su lengua otra vez lengüita.   

Las enciclopedias no conjeturan. Ésta tampoco supone qué última palabra
queda fijada para siempre en la boca abierta y muerta
                                                    del macho.
Nosotros no debemos negar la posibilidad de una palabra
          de agradecimiento.

SALA DE DISECCIÓN

Un cadáver puede provocar una filosofía del ensimismamiento,
sin embargo los estudiantes admirablemente
estaban entusiasmados con su muerto,
lo rodeaban
y discutían con fervor la anatomía de ese cuerpo de piel coriácea.
Yo aprendía otra lección:
la vida y la muerte no se meditan en una mesa de disección.
Los estudiantes me previnieron
que iban a extraer el cerebro. Permanecí con ellos:
a veces soporto lo siniestro sin perturbarme demasiado.
No hay sofisticación instrumental para retirar un cerebro,
una modesta sierra de carpintero 
cortó el cráneo a la altura de las sienes,
luego sumergieron el órgano mítico en un frasco lleno de formol.

Yo me dedique a observarlo, solo, en otra mesa
mientras los estudiantes seguían cotejando su denso libro con el 
	    muerto.
Sorpresivamente 
una bruja brillante brotó del interior del cerebro
como un mensaje venido de la otra margen,
y no había boca que lo pronunciaría.
				    No había boca.
La burbuja, muda, se deshizo en ese aire levemente podrido.

POEMA DEL INOCENTE

Bien voluntarioso es el sol                                                                          
en los arenales de Chicama.	
Anuda, pues, las cuatro puntas del pañuelo sobre tu cabeza
y anda tras la lagartija inútil
entre esos árboles ya muertos por la sollama.
De delicadezas, la del sol la más cruel
que consume árboles y lagartijas respetando su cáscara.
Fija en tu memoria esa enseñanza del paisaje,
y esta otra:
de cuando acercaste al árbol reseco un fosforito trivial
y ardió demasiado súbito y desmedido
como si fuera de pólvora.
No te culpes, quien iba a calcular tamaño estropicio!
Y acepta: el fuego ya estaba allí,
tenso y contenido bajo la corteza,
esperando tu gesto trivial, tu mataperrada.
Recuerda, pues, ese repentino estrago (su intraducible belleza)
sin arrepentimientos
porque fuiste tú, pero tampoco.
Así
en todo. 				

EN EL DESIERTO DE OLMOS

El viejo talador de espinos para carbón de palo
cuelga en el dintel de su cabaña
una obstinada lámpara de querosene,
y sobre la arena
se extiende un semicírculo de luz hospitalaria.

Este es nuestro pequeño espacio de confianza.

Más allá de la sutil frontera, en la oscuridad,
nos atisba la repugnante fauna que el viejo crea,
los imposibles injertos de los seres del aire y la tierra
y que hoy son para su propio y vivo miedo:
	La imaginación trabaja sola, aun en contra.

La iguana sí es verdadera, aunque mítica. El viejo la decapita
y la desangra sobre un cacharro indigno,
y el perro lame la cuajarada roja como si fuera su vicio.

Rápida es olorosa
la blanca carne de la iguana en la baqueta de asar.
el viejo la destaza y comemos
	y el perro espera paciente los delicados huesos.

Impensadamente
arrojo los huesos fuera de la luz
y tras ellos el animal entra en el país nocturno y enemigo.

Desde la oscuridad aúlla estremecido
y seguramente queriendo alcanzar
		      entre la inestable arena
con ansia
nuestro pequeño espacio de confianza.
Oigo entonces el reproche del viejo: deja los huesos cerca,
el perro
también es paisano. 	

LA ORUGA

Te he visto ondulando bajo las cucardas, penosamente, 
                   					[trabajosamente,
pero sé que mañana serás del aire.

Hace mucho supe que no eras un animal terminado
y como entonces
arrodillado y trémulo
te pregunto:
¿sabes que mañana serás del aire?
¿te han advertido que esas dos molestias aún invisibles
serán tus alas?
¿te han dicho cuánto duelen al abrirse
o sólo sentirás de pronto una levedad, una turbación
y un infinito escalofrío subiéndote desde el culo?

Tú ignoras el gran prestigio que tienen los seres del aire
y tal vez mirándote las alas no te reconozcas
y quieras renunciar,
pero ya no: debes ir al aire y no con nosotros.


Mañana miraré sobre las cucardas, o más arriba.
Haz que te vea,
quiero saber si es muy doloroso el aligerarse para volar.
Hazme saber
si acaso es mejor no despejar nunca la barriga de la tierra.

EL LENGUADO

		Soy
lo gris contra lo gris. mi vida 
depende de copiar incansablemente
el color de la arena,
		pero ese truco sutil
que me permite comer y burlar enemigos
me ha deformado. He perdido la simetría
de los animales bellos, mis ojos
y mis narices
han virado hacia un mismo lado del rostro. soy
un pequeño monstruo invisible
		 tendido siempre sobre el lecho del mar.
Las breves anchovetas que pasan a mi lado
creen que las devora
una agitación de arena
y los grandes depredadores me rozan sin percibir
mi miedo. El miedo circulará siempre en mi cuerpo
como otra sangre. Mi cuerpo no es mucho. Soy 
una palada de órganos enterrados en la arena
y los bordes imperceptibles de mi carne
no están muy lejos.
A veces sueño que me expando
y ondulo como una llanura, sereno y sin miedo, y más grande
que los más grandes. Yo soy entonces
toda la arena, todo el vasto fondo marino.

ANIMAL DE INVIERNO

Otra vez es tiempo de ir a la montaña
a buscar una cueva para hibernar.

Voy sin mentirme: la montaña no es madre, sus cuevas
son como huevos vacíos donde recojo mi carne
y olvido.
Nuevamente veré en las faldas del macizo
vetas minerales como nervios petrificados, tal vez
en tiempos remotos fueron recorridos
por escalofríos de criatura viva.
Hoy, después de millones de años, la montaña
está fuera del tiempo, y no sabe
cómo es nuestra vida
ni cómo acaba.

Allí está, hermosa e inocente entre la neblina, y yo entro
en su perfecta indiferencia
y me ovillo entregado a la idea de ser de otra sustancia.

He venido por enésima vez a fingir mi resurrección.
En este mundo pétreo
nadie se alegrará con mi despertar. Estaré yo solo
y me tocaré
y si mi cuerpo sigue siendo la parte blanda de la montaña
sabré
que aún no soy la montaña.

REGRESANDO AL PERÚ EN BARCO

                       Supremas
inmensidades del mar y del cielo, mírenme,
yo soy el que va a su patria,
el que lame la sal que se cristaliza
en las barandas del barco, el que
apoya su peso
en una pierna y otra
para compensar el bamboleo de la nave y así mantener
la línea del horizonte y la línea del corazón.

Hace días que estoy hipnótico en el centro                                                                                                                   
del Atlántico. La única referencia
para saber que avanzo
es  mi propio pasado: está ahora delante
como un tigre que me dio una tregua.

He dejado atrás varios días eternos 
y una cáscara de naranja
flotando
en el Mediterráneo. La cáscara parece
gracia o ingenio 
de la poesía, y en verdad es 
algo aterrador cuando cae sobre esos mis días 
y las aguas:
es un documento humano, lo mismo
que mi brazo o mi zapato.

Y otra vez voceo:
yo soy el que voy, y salto
para que las inmensidades
me vean. Mírenme
trayendo en mis brazos mi propio cuerpo
para entregarlo a sus dueñas, mi madre
y mi esposa
          que me esperan
sabiendo
que nada puede cambiar: ir y volver, un giro
dentro de la misma fuente de salmuera.

                   Allá en las costas amarillas
de mi país
coma mi carne cualquiera de ellas.

EL GUARDIÁN DEL HIELO

Y coincidimos en el terral
el heladero con su carretilla averiada
y yo
que corría tras los pájaros huidos del fuego
de la zafra.
También coincidió el sol.
En esa situación cómo negarse a un favor llano:
el heladero me pidió cuidar su efímero hielo.

Oh cuidar lo fugaz bajo el sol…

El hielo empezó a derretirse
bajo mi sombra, tan desesperada
como inútil.
			Diluyéndose
dibujaba seres esbeltos y primordiales
que sólo un instante tenían firmeza 
de cristal de cuarzo
y enseguida eran formas puras
como de montaña o planeta
que se devasta.

No se puede amar lo que tan rápido fuga.
Ama rápido, me dijo el sol.
y así aprendí, en su ardiente y perverso reino,
a cumplir con la vida:
yo soy el guardián del hielo.

El maestro de kung fu

Un cuerpo viejo pero trabajado para la pelea
madruga y danza
frente a los arenales de Barranco
Se mueve como dibujando
una rúbrica antigua, con esa gracia, y
sin embargo, está hiriendo, buscando el punto
de muerte
de su enemigo, el aire no, un invisible
de mil años.
Su enemigo ataca con movimientos de animales
agresivos
y el maestro los replica
en su carne: tigre, águila o serpiente van sucediéndose
en la infinita coreografía
de evitamientos y desplantes.
Ninguno vence nunca, ni él ni él,
y mañana volverán a enfrentarse.
-Usted ha supuesto que yo creo a mi adversario
cuando danzo- me dice el maestro.
Y niega, muy chino, y sólo dice: él me hace danzar a mí.


Del libro Cosas del cuerpo

LA ESTACIÓN DEL ARENAL

La prodigiosa lagartija corre
		y ya no la veo más.
Oculta entre el color del médano, imperturbable, me observa
mientras el halcón huye de la resolana
y la arena cae suavemente desde las trombas de aire
sobre nadie.
Ningún ruido la inquieta. Huiría
Si resonara en el aire lo que confusamente está dentro de mí:
Discrimino una campana, la estridencia
de un tren
y un balido de oveja sobre las espaldas de un viajero.
Esta era la estación del arenal.
Queda un trecho de la vía desdibujada por la herrumbre,
un durmiente se quiebra como una hojarasca,
y ninguna sombra: El desierto calcinó los ficus
y sembró
sus propias plantas de largas espinas que se ensañan
		en el esqueleto de una cabra.
Aquí la única sustancia viva es la arena, y nadie
que duerma en las bancas rotas del andén
			la sacude de su sombrero.
Abandono este lugar. Y yéndome siento una porosidad en mi propio cuerpo,
una herencia: Aquí mi madre ofrecía su vendeja de frutas
a los viajeros. La siento correr
a mis espaldas
como un cuerpo de arena
que sin cesar se arma y se desintegra con su canasta.

EL CIERVO

El ciervo es mi sueño más recurrente.
Siendo animal de manada aparece mirándome con alzada
			y orgullo
			de hombre solo.
A media distancia pasta en un espacio pequeño, y alrededor
		todo petrificado, ningún cuerpo
de carne
que se le compare.
El ciervo se mueve como articulado por fuertes elásticos
				internos
que convergen en un poderoso órgano desconocido y central.
De allí su caminar gracioso
	que disimula su enorme fuerza
		elástica, su potencial
			de vuelo.
Imaginemos la eventualidad de un cazador y de un certero disparo,
ya el ciervo está desarrollando su instantáneo salto
				en el cielo.
La jauría sólo llegará a su primera sangre, a la sorprendida,
y luego no lamerá
		ninguna
porque en el ascenso 
el ciervo curará su herida
			con simple
				saliva.
Y aterrizado y salvo aparecerá otra noche en mi sueño.
				de hipocondriaco
Mi miedo volverá a cubrirlo de atributos
			de inmortal y así mirándolo
		yo mismo me miro
					pero sólo en mi sueño
porque la voz de mi vigilia no entra allí, y el ciervo
		nunca oye
		mi cólera:
No eres de vuelo y vivirás en el suelo, mordido
				por los perros.

IMITACIÓN DE MATSUO BASHO

Fuimos rebeldes  audaces. Yo lo convencí de la nueva moral que ni aun yo tenía, y huimos sin 
ceremonia ni consentimiento. Ella trepó ágilmente a la grupa de mi caballo y así cabalgamos 
hasta las primeras estribaciones de la sierra. Bordeábamos los poblados y con ramas 
desgajadas íbamos cubriendo nuestras huellas. Nos detuvimos en una aldea cuyo nombre 
alude a la contemplada limpidez del río que la atraviesa.

Había clara luz de la tarde cuando el posadero nos abrió la pesada puerta de palo. A pesar de 
reconocer en él a un hombre sin suspicacias, le mentimos nuestros nombres. Le encargué una 
buena habitación para nosotros y cuidados para nuestro caballo. Ella, azorada y hambrienta, 
mordía a mi lado una manzana.

El cuarto era blanco y olía a resinas de eucalipto. Aunque ofrecido con excesiva modestia por
el posadero, allí hallamos seguridad. Desde el pie de nuestra ventana los trigales ascendían 
hasta las faldas riscosas donde pastaban los animales del monte. Las cabras se perseguían 
con alegre lascivia y se emparejaban equilibrando peligrosamente sobre las agujas rocosas. 
Ella cerró la ventana y yo empecé por desatar su largo cabello.

Fuimos rebeldes y audaces. Sin embargo, ahora nos perdonan nuestras familias y nos 
perdonamos nosotros mismos. Nuestro hogar ha sido tardíamente consagrado. Eso es todo.
Nunca traicioné otras grandes verdades porque quizá no las tuve, excepto el amor que me hizo 
edificar una casa, excepto el amor que nunca debió edificar una casa.

A veces pienso cabalgar nuevamente hasta esa posada y colgar en su puerta estos versos:
					
				En la cima del risco
				retozan el cabrío y su cabra
				Abajo, el abismo.