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José Watanabe: El encuentro lírico de dos tradiciones

Semblanza

En 1946 nació José Watanabe en Laredo. Estudió en su lugar de nacimiento y más tarde en Trujillo. Después, en Lima, inició estudios de arquitectura, que abandonó pronto.

En 1971, con la publicación de Álbum de familia, José Watanabe inició una carrera literaria verdaderamente excepcional que lo iría colocando con el paso del tiempo a la altura de los mejores poetas del siglo XX en nuestro país.

Pareciera, por las publicaciones posteriores, El huso de la palabra de 1989, Historia Natural, de 1994, y la más reciente, Cosas del cuerpo, de 1999, que el poeta escribe por ciclos, indiferente al apresuramiento, ese afán desmedido por publicar seguido de algunos poetas hispanos y otros de nuestros lares que no tienen en cuenta la necesaria labor de pulido de los versos. En un país donde el reconocimiento suele llegar tarde, en 1989, El huso de la palabra fue consagrado por un conjunto de críticos y creadores como el mejor libro de poesía de la década.

Algunos poetas, los mejores, recuperan un lenguaje primordial, que puede usar o no procedimientos retóricos, pero que, sobre todo, eliminan la distancia entre el objeto referencial y la propia palabra. Ese es el caso de Watanabe. Su poesía, trabajada con despiadado rigor, trasmite una imagen de tersura. Es un nuevo objeto añadido a la realidad que incorpora situaciones que conciernen a todos los seres humanos.

Cualquier poema de Cosas del cuerpo, como una flecha, va a un blanco preciso. Leamos el texto "Nuestra Reina"

	Blanco tu uniforme y qué rosada
	tu piel 
	Entonces tus vísceras deben ser azules, doctora.
			Eres nuestra reina.
	Los enfermos estiramos las manos atribuladas
	hacia ti, en triste cortejo.
	Queremos tocarte cuando cruzas los pasillos,
	altiva,
	docta, saludable, oh sí, saludable,
	con tus vísceras azules.
	
	Imaginamos a los doctores a salvo de nuestros males,
	pero si el conocimiento no te exime
	y también te mueres, serías una bella
	muerta. Tienes
	nariz alta, boca
	que cierra bien, que se sella,
	párpados tersos, largo cuerpo para ser tendido
			voluptuoso
	sobre una mesa de hierba.
	También así serías nuestra reina
	y seguiríamos estirando las manos
			ya tranquilas y con flores 
	hacia ti, nuestra última señal de gozo.

En el poema se observa, desde la posición de un enfermo yaciente en la cama de un hospital, la salud y la belleza de una doctora, capaz de producir gozo con su sola presencia y que, sin embargo, también lleva el germen de la muerte. En ese texto Watanabe recrea una situación trabajada antes por Eliot y Dante: la idea de que la exultante salud parece lo más opuesto a la muerte y sin embargo la contiene y la expresa. Eliot, por ejemplo, observa a cientos de ciudadanos pululando en un puente que cruza el río Támesis y se pregunta cómo y por qué esos hombres serán pasto de la muerte.

En el poema "Nuestra Reina", José Watanabe pone en tensión los polos de enfermedad-muerte y vida. En un primer nivel, los enfermos portadores del mal son símbolo de muerte y anuncian su posibilidad; por su parte, la hermosa médica es fuente de salud y blanco del deseo de los condenados a la muerte, que se aferran a la vida. En un segundo nivel, la oposición se da entre el color de su tez, rosada, y el de sus vísceras, que según dice el poema deben ser azules. Es la reina con sus vísceras que algún día se detendrán en su funcionamiento; el conocimiento de la sanidad y de la enfermedad, no salvará a la doctora de la muerte. Será entonces una bella muerte con su cuerpo voluptuoso sobre una mesa de hierba. Aún ahí conservará su categoría de reina y los enfermos seguirán estirando las manos ya tranquilas, es decir despojadas de deseo, con flores hacia ella, como última señal de gozo.

Hemos comentado lo que el poema nos muestra. Menos visible es lo que dice entrelíneas: la concepción de vida y muerte que entraña su poesía. El poeta no sólo es respetuoso de la cultura de sus ancestros orientales, sino un conocedor de la tradición. Pertenece a la cultura japonesa la unión natural entre vida y muerte. En el Japón, finar es un acto natural de la vida; es el vacío final al que se llega. Pero vida y muerte están asociadas como dos caras de la misma moneda.

Hay algo más, escondido en el poema "Nuestra Reina", que es una idea universal, perteneciente a todas las culturas: lo inesperado de la muerte, su presencia súbita. Si bien en el hospital la doctora expresa la vida, podría ocurrir, como efectivamente pasa en el poema, que la mujer, símbolo de la vida, llegue primero al reino de las sombras y los pacientes puedan tener todavía, acallado el placer, "una última señal de gozo".

Por otra parte, la cultura campesina está arraigada en un fino poeta como Watanabe. Como Vallejo, él es un migrante que pasa de pequeños poblados a ciudades cada vez más grandes, pero que conserva en su imaginario un mundo arcádico de la niñez que se relaciona fluidamente con todas sus experiencias. En esta línea, uno de los poemas más hermosos salidos de su pluma es "En el desierto de Olmos", aparecido en su libro Historia natural.

	El viejo talador de espinos para carbón de palo
	cuelga en el dintel de su cabaña
	una obstinada lámpara de querosene,
	y sobre la arena
	se extiende un semicírculo de luz hospitalaria.

	Este es nuestro pequeño espacio de confianza.

	Más allá de la sutil frontera, en la oscuridad,
	nos atisba la repugnante fauna que el viejo crea,
	los imposibles injertos de lo seres del aire y la tierra
	y que hoy son para su propio y vivo miedo:
		La imaginación trabaja sola, aun en contra.
	
	La iguana sí es verdadera, aunque mítica. El viejo la decapita 
	y la desangra sobre un cacharro indigno,
	y el perro lame la cuajarada roja como si fuera su vicio.
	
	Rápida es olorosa
	la blanca carne de la iguana en la baqueta de asar.
	El viejo la destaza y comemos
		   y el perro espera paciente los delicados huesos.

	Impensadamente
	arrojo los huesos fuera de la luz
	y tras ellos el animal entra en el país nocturno y enemigo.
	Desde la oscuridad aúlla estremecido
	y seguramente queriendo alcanzar
		entre la inestable arena
	con ansia
	nuestro pequeño espacio de confianza. 
	Oigo entonces el reproche del viejo: Deja huesos cerca,
	El perro
	También es paisano

El poema invita a variadas reflexiones. Tiene esa línea de respeto característica de la cultura japonesa, y también de la nuestra, que los jóvenes tienen por los mayores. Este viejo no identificado del desierto de Olmos, diestro con las manos, fabrica su bestiario, como en otro tiempo el padre del poeta elaboraba efigies de santos. En el pequeño espacio de confianza que ofrece la lámpara de querosene la relación entre el narrador del poema y el viejo, en presencia del perro parece mítica. Las palabras pintan algo que da la impresión que sucede fuera del tiempo. El poema cobra mayor fuerza y tensión dramática en el momento que el narrador arroja un hueso fuera de la luz y el animal se interna en ese país nocturno y enemigo, quedando así fuera de la convivencia con los dos hombres. Luego se escucha la voz del viejo diciendo a manera de reproche que el perro es paisano.

Watanabe trae a la poesía peruana, en finísimo trabajo, la voz de la cultura campesina que debió en su infancia, que interiorizó con deleite y que la vida agitada de la megápolis no ha podido destruir. Es una percepción que cree en la indispensable complementación y no dominio de hombre y naturaleza.

De un modo no conflictivo la poesía de José Watanabe ha modificado radicalmente el panorama de la poesía peruana. Ha probado, con lo que ha hecho hasta ahora, a contracorriente de una poesía vitalista, callejera, que parecía única opción para los jóvenes de los años setenta, que es posible hacer en el Perú una lírica punzante y delicada que expresa al mismo tiempo la vida del campo y la ciudad, que se relacione con los sentimientos íntimos del hombre utilizando todos los recursos de la poesía universal.

Watanabe como quería Eleodoro Vargas Vicuña, es el poeta que tiene "ojo de ver", un hombre que en los repliegues más oscuros de la realidad sabe descubrir lo diferente. Detiene su mirada en lo más cercano al hombre y en su propia interioridad.