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El reino poético de Jorge Eduardo Eielson

Semblanza

En la poesía de Jorge Eduardo Eielson (1924) pueden distinguirse tres formas de composición que se entrecruzan sin constituir una misma textura: un modo recargado cadenciosamente de una compulsiva sensualidad con algunos toques panteístas donde se advierte el magisterio de Rilke, Rimbaud y San Juan de la Cruz; otra manera de versificación, aparentemente más descuidada pero de un alto contenido lírico, de poemas que podrían prolongarse indefinidamente, en los cuales los versos prosaicos se combinan con hallazgos inesperados y la temática es más cotidiana, más avasalladora, más impositiva; y una tercera modalidad predominantemente visual que viniendo de Apollinaire tiene prosapia latinoamericana en la poesía de Oswald de Andrade y más cercanamente en la poesía concreta brasileña, tradición que está enriquecida por el propio Eielson.

El primer modo de composición cuidadosamente musical y sensorial es el que predomina en toda la poesía que podemos denominar "escritura en Lima" y abarca los años 42-47 aunque bien puede extenderse hasta Primera muerte de María, poema firmado en París en 1949. Esta porción de la obra de Eielson tiene como centro paradigmático a Reinos, libro que mereció en 1945 el Premio Nacional de Poesía cuando su autor tenía 23 años. Por eso las observaciones que sobre esos poemas puede hacerse son válidas para todo el conjunto "limeño" donde también destaca nítidamente Canción y muerte de Rolando, escrito en 1943 pero recién publicado en 1959.

En esta primera fase Eielson ya domina la versificación y en sus hileras de verso libre puede advertirse, junto con el talento que le es proverbial y que le es reconocido por todos, un conocimiento científico de la métrica tradicional castellana que propicia una poesía musical capaz de apoderarse del ánimo del lector porque seduce con sus acordes hasta el extremo de hacer creer, por un instante, que lo poeta le brota naturalmente. Habría que remontarse a Carlos Oquendo de Amat para encontrar en la poesía peruana de este siglo un verso más flexible, grato y fluido que el de Eielson en Reinos. Cumple así Eielson la primera condición de poeta: escribir bien.

Ese escribir bien con imágenes sorprendentes utiliza un recurso bastante original: en el recetario surrealista figura una máxima que, expresada con simpleza, dice que una buena imagen debe unir objetos extremos con la finalidad de sorprender. Eielson hace lo mismo, sorprende, pero con términos que son vecinos semánticamente, que pertenecen más a la cotidianidad. Máxima calidad de un poeta: juntar palabras que sólo a él se le ocurren: fronda maldita, pastor subterráne, fauno sonoro, augusta polilla, cielo de ciervos. Eielson sabe arrancar belleza insólita a la realidad uniendo palabras en contextos no habituales, ni siquiera por la tradición más heterodoxa, palabras que aisladamente pertenecen al habla común. Porque sus términos pertenecen a lo conocido por todos, puede decirse que Eielson es un mantenedor renovante de la tradición, que su poesía es muy occidental, muy antigua y al mismo tiempo muy personal. Da al lector algo que éste conoce y algo completamente nuevo.

La segunda manera de poetizar se muestra con más nitidez en los poemas de Habitación en Roma, de 1954. Pareciera que el poeta, enfrentando a la miseria, a la soledad, ya no rilkeana y buscada si no real, de latinoamericano en urbe europea, por primera vez siente crujir los andamios de su fulgurante retórica. La siente demasiado alquitarada para los nuevos efluvios de la crueza (palabra que existe en el diccionario) que sufre y que quiere volcar en la página en blanco, y se ve impelido a encontrar la simpleza del verso que fluye y a veces se atasca en lo horrible y el hastío y el recuerdo; y en medio de todo mantiene y levanta en el nuevo edificio lírico, una gana ubérrima de vivir. De este conjunto que cualquier poeta social de los años cincuenta firmaría con gusto, es oportuno resaltar el memorable poema "Azul ultramar", que muestra a las claras esa recóndita ansia de inmortalidad que torturaba al maestro Unamuno y que se expresa triunfalmente en Eielson.

Simultáneamente con esta línea vital y descarnada, Eielson empieza a cultivar otra que con el correr del tiempo se ha ido constituyendo en la dominante: aquella que pone mayor peso que en la composición, en el espacio, que busca lo visualmente hermoso; es el dibujo desplazando a la palabra; y en la palabra, delectación en el hallazgo de alteraciones, especialmente si son simples (y difíciles de percibir por lo tanto).