César Calvo, un renovado sentido del ritmo
Poesía
VENID A VER EL CUARTO DEL POETA
Venid a ver el cuarto del poeta.
Desde la calle
hasta mi corazón
hay cincuenta peldaños de pobreza.
Subidlos.
A la izquierda.
Si encontráis a mi madre en el camino,
cosiendo su ternura a mi tristeza,
preguntadle
por el amado cuarto del poeta.
Si encontráis a Evelina
contemplando morir la primavera,
preguntadle
por mi alma
y también por el cuarto del poeta.
Y si encontráis llorando a la alegría
océanos y océanos de arena,
preguntadle
por todos
y llegaréis al cuarto del poeta:
una silla, una lámpara,
un tintero de sangre, otro de ausencia,
las arañas tejiendo sordos ruidos
empolvados de lágrimas ajenas,
y un papel donde el tiempo
reclina tenazmente la cabeza.
Venid a ver el cuarto del poeta.
Salid a ver el cuarto del poeta.
Desde mi corazón
hasta los otros
hay cincuenta peldaños de paciencia.
¡Voladlos, compañeros!
(si no me halláis
entonces
preguntadme
dónde estoy encendiendo las hogueras)
Aquel bello pariente de los pájaros
Aquel bello pariente de los pájaros
que escondía su sombra de la lluvia
mientras tú dirigías
sobre ardientes cuadernos el vuelo de su mano.
El niño que subía
por el estambre rojo del verano
para contarte ríos de perfume,
cabellos rubios y país de nardos.
Tu niño preferido -¡si lo vieras!-
es el alma de un ciego que pena entre los cactus.
Es hoy el otro, el sin reír, el pálido,
rabioso jardinero de otoños enterrados.
¿Y sabiendo esto lo quisiste tanto?
¿Lo acostumbraste al mar,
al sol,
al viento, para que hoy ande respirando asfixias
en un pozo de náufragos?
¿Para esta pobre condición de niebla
defendiste su luz de enamorado?
Poesía, no quiero este camino
que me lleva a pisar sangre en el prado
cuando la luna dice que es rocío
y cuando mi alma jura que es espanto.
Poesía, no quiero este destino.
Llévate tus sandalias.
¡Devuélveme mis manos!
El final de la historia lo dirán las estrellas
y las hojas que cubren mi sueño sepultado.
(de Poemas bajo tierra)
Nocturno de Vermont
Me han contado que también allá las noches
tienen ojos azules
y lavan sus cabellos en ginebra.
¿Es cierto que allá en Vermont, cuando sueñas,
el silencio es un viento de jazz sobre la hierba?
¿Es cierto que allá en Vermont los geranios
inclinan al crepúsculo,
y en tu voz, a la hora de mi nombre,
en tu voz, las tristezas?
O tal vez, desde Vermont enjoyado de otoño,
besada tarde a tarde por un idioma pálido
sumerges en olvido la cabeza.
Porque en barcos de nieve, diariamente,
tus cartas
no me llegan.
Y como el prisionero que sostiene
con su frente lejana
las estrellas:
chamuscadas las manos, diariamente
te busco entre la niebla.
Ni el galope del mar: atrás quedaron
inmóviles sus cascos de diamante en la arena.
Pero un viento más bello
amanece en mi cuarto,
un viento más cargado de naufragios que el mar.
(Qué luna inalcanzable
desmadejan tus manos
en tanto el tiempo temporal golpeando
como una puerta de silencio suena).
Desde el viento te escribo.
Y es cual si navegaran mis palabras
en los frascos de nácar que los sobrevivientes
encargan al vaivén de las sirenas.
A lo lejos escucho
el estrujado celofán del río
bajar por la ladera
(un silencio de jazz sobre la hierba).
Y pregunto y pregunto:
¿Es cierto q ue allá en Vermont
las noches tienen ojos azules
y lavan sus cabellos en ginebra?
¿Es cierto que allá en Vermont los geranios
otoñan las tristezas?
¿Es cierto que allá en Vermont es agosto
y en este mar, ausencia…?
(de Ausencias y retardos)
El retorno
Todos los rostros se desprenden
De nuestros ojos caen como cáscaras los años
Sin embargo debemos sonreír como ese espejo
Donde un soplo borró la imagen más amada
Y desteñidos paisajes se aniegan en lo oscuro
Hasta que sentimos sobre nuestros ojos
Las primeras paladas de tierra
La última caricia inacabable
Y nos reconciliamos con nuestra procedencia
Así ha ocurrido siempre y así tendrá que ser
Y luego de la helada corriente y luego
De enterrada la luna entre sus aguas
En el siguiente día
El mismo solo muere por una sola vez
Caerá como un río sobre campos sin memoria
(de El último poema de Volcek Kalsaretz)
Edipo ciego
Con ella se ha acostado en aquel cuerpo
donde un padre retorna, sin saberlo
ha mordido su cálida cintura,
la vieja cera de un amor sin nombre
gotea entre sus piernas abrasadas.
Con inútiles paños ha cubierto
aquel espejo donde
envejece de pronto, poseída
por la capa del Rey. Tiniebla es el recuerdo
y los cuerpos jadean sin memoria
pero luego conversan en el muro
sus sombras, viejas cosas, y se sientan,
velan la breve muerte de los hijos saciados.
Fábula
El Rey escucha sólo
los pasos que se alejan, los disuelve
en su sueño,
ignora que es un sueño inacabable.
Soñando despertarse, un río de oro
cruza, corona roja, sobre el mundo.
Se despierta entonces y su muerte
desencadena el alba, la matanza.
Los utensilios propicios
Un árbol inocente, alguna cuerda.
El sabio
Permaneció en la ventana
durante largos, largos años, viendo
caer las hojas, la nieve, viendo caer
las hojas
y
la nieve.
Cuando se acordó de sus hermanos
éstos ya eran un pedazo de hierba.
Él durmió feliz: aquella noche
descubrió que los árboles
pierden sus hojas, que la nieve es blanca.
Homenaje a Freud
Tú dirás que en el vientre de mi esposa
aguardé nueve meses para nacer, y es cierto
que he nacido, pero luego
como que nos dejaste confundidos
hablándonos del mar desde tu tina
de porcelana rosa, Segismundo, mi viejo.
(de Pedestal para nadie)
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