La guerra de los encomenderos
Dentro de la necesidad de la Corona de imponer orden y establecer las bases de un nuevo virreinato, junto a las constantes prédicas de Bartolomé de las Casas en contra de los abusos de los encomenderos, se establecieron un conjunto de leyes llamadas las Leyes Nuevas en noviembre de 1542. Con ellas se establecía el virreinato del Perú, se creaba la figura del virrey para el Perú y se regulaba que las encomiendas sólo podían ser designadas por el rey y debían regresar a la Corona una vez muerto el encomendero. Para llevar a cabo la aplicación de las leyes, se nombró como primer virrey del Perú a Blasco Núñez Vela, quien salió de España en 1543.
Llegada y muerte del virrey Blasco Núñez Vela
El flamante virrey llegó a Lima el 15 de mayo de 1544, y como era de esperarse ya contaba con no pocos detractores entre los encomenderos quienes veían en la figura del representante de la Corona una amenaza directa a lo que ellos consideraban sus legítimos derechos. Además, la personalidad del Virrey y su intención por ejecutar a rajatabla las Leyes Nuevas le granjeó más enemigos entre los pizarristas, sobre todo luego de encarcelar a Vaca de Castro y dar muerte al factor Suárez de Carbajal, personaje muy cercano a los Pizarro.
Mientras esto sucedía, Gonzalo Pizarro -hermano menor de Francisco- y otros encomenderos, organizaron en Cuzco un levantamiento en contra de la aplicación de las Leyes Nuevas y de la investidura de Blasco Núñez Vela. Para entonces el ambiente enrarecido y la falta de tino del Virrey -quien incluso intentó trasladar la capital del virreinato a Trujillo- llevó a la Audiencia de Lima a destituir al mismo Blasco Núñez Vela y desterrarlo rumbo a España el 18 de setiembre de 1544, en una acción por demás inusitada. De esta manera, los oidores nombrados por el mismo Virrey se hicieron cargo del virreinato y suspendieron la aplicación de las Leyes Nuevas, esperando así aplacar los ánimos de los encomenderos reunidos en torno a Gonzalo Pizarro, quien llegó a Lima con su hueste en octubre. La Audiencia ordenó al menor de los Pizarro a deshacer su ejército y deponer las armas, pero Gonzalo, por el contrario, exigió que lo nombraran gobernador del Perú y para ello mandó a Francisco de Carbajal a entrar a Lima y amenazar con saqueos y desmanes. Ante la superioridad de fuerzas, los oidores nombraron el 23 de octubre a Gonzalo Pizarro como gobernador y capitán general del Perú.
Mientras Gonzalo Pizarro disponía de medidas para asegurar su gobernación, el destituido virrey lograba desembarcar en Paita y organizar un respetable ejército para recuperar su gobierno. Ambas tropas se enfrentaron en Añaquito el 18 de enero de 1546 resultando vencedor el menor de los Pizarro, mientras que la suerte del primer virrey que tuvo el Perú fue por demás dramática: fue degollado por el esclavo de Benito Suárez de Carbajal, hermano del factor asesinado por Núñez Vela.
Levantamiento de Diego Centeno y gobierno de Gonzalo Pizarro
Poco antes de la victoria de Añaquito, se informó a los pizarristas que un personaje leal a la Corona llamado Diego Centeno estaba preparando tomar la ciudad del Cuzco como afrenta a la usurpación de Gonzalo Pizarro. Sin embargo, sus intenciones fueron desbaratadas por Francisco de Carbajal, quien junto a los pizarristas del Cuzco pusieron orden en la meseta del Collao y en Charcas, derrotando a los realistas en Pocona en agosto de 1546. Diego Centeno logró salvarse gracias a que se escondió en una cueva, mientras que los líderes del levantamiento fueron ejecutados.
Con el flamante virreinato temporalmente pacificado, Gonzalo Pizarro dirigió descabellados planes para perpetuarse en el poder, entre los cuales se encontraba el casarse con su sobrina Francisca Pizarro, nieta de Huayna Cápac, con la finalidad de legitimar su cargo inclusive dentro de los pobladores andinos. También envió funcionarios a la Corona española para negociar la perpetuidad de la encomienda y la gobernación vitalicia para Gonzalo y un sucesor.
Sin embargo, la Corona no se cruzaría de brazos en su intención de controlar los territorios sudamericanos, pero esta vez elegiría con más tino al elegido para dicha tarea, que en este caso se trataría básicamente de un hombre de letras, antiguo rector de la Universidad de Salamanca y miembro del Consejo de la Inquisición, además de un hábil negociador y militar. Así, Carlos V encargó a Pedro de la Gasca a embarcarse al Perú en mayo de 1546.
El pacificador Pedro de la Gasca
Con el cargo de presidente de la Audiencia de Lima, Pedro de la Gasca tenía como objetivos pacificar el territorio peruano de manera pacífica en la medida de lo posible. Para ello haría valer sus dotes de negociador, las cuales demostró tempranamente al llegar en noviembre de 1546 a Panamá donde lo esperaba el pizarrista Pedro de Hinojosa, al cual le otorgó el perdón por los delitos cometidos además de grandes encomiendas de indios para él y sus seguidores, ante lo cual Hinojosa pasó al bando de los realistas.
Fue desde Panamá que La Gasca intentó utilizar la misma estrategia con Gonzalo Pizarro, pero sin éxito, pues el líder de los encomenderos negó los ofrecimientos de perdón del enviado de Carlos V. En cambio muchos otros encomenderos que en un inicio se habían alineado detrás del menor de los Pizarro, acogieron los jugosos ofrecimientos del pacificador, mientras que él mismo organizaba la formación de un ejército desde México, Panamá, y Cartagena de Indias. La primera flota salida de Panamá en junio de 1547 comandada por Lorenzo de Aldama no sólo consiguió la adhesión de las ciudades norteñas del virreinato, sino que consiguió llegar hasta el mismo puerto del Callao, debido a lo cual Gonzalo Pizarro debió abandonar la ciudad de Lima con destino a Arequipa.
Fue camino a esa ciudad que la suerte pareció darle la espalda a Pizarro, pues nuevamente Diego Centeno había organizado un levantamiento y logró tomar la ciudad del Cuzco. Ambos ejércitos chocaron en la llanura de Huarina el 20 de octubre de 1547, y gracias nuevamente al genio militar de Francisco de Carbajal, Centeno fue derrotado.
Pedro de la Gasca salió de Panamá, desembarcó en el puerto de Manta y se adentró en los andes, mientras ofrecía el perdón y encomiendas a todos los que se plegaran a su bando, incluyendo al mismo Pizarro. A su bando se unieron combatientes de Chile, Guatemala y personajes como Pedro de Valdivia, Benito Suárez de Carbajal y hasta Diego Centeno, logrando reunir un importante contingente comandado por el otrora pizarrista Pedro de Hinojosa. La superioridad numérica, logística y moral del bando del pacificador -que blandía la bandera real- los llevó a una fácil victoria en Jaquijahuana el 9 de abril de 1548, donde el derramamiento de sangre fue mínimo gracias a que la mayoría de los pizarristas se pasaron al bando de La Gasca, llegando a contarse sólo veinte los muertos en batalla.
Gonzalo Pizarro fue apresado, enjuiciado sumariamente junto a los líderes de la rebelión y decapitado -gracias a su condición de hidalgo-, mientras que Francisco de Carbajal -el "Demonio de los Andes"- fue sentenciado a la horca y posterior descuartizamiento, pena nada exagerada si se toma en cuenta que se le acusó de asesinar a más de 300 españoles. Al final fueron ejecutadas 48 personas, con lo cual se dio por finalizado el primer levantamiento de los encomenderos.
Levantamiento de Francisco Hernández Girón y ordenamiento del virreinato
La victoria de Pedro de la Gasca sobre Gonzalo Pizarro no resolvió por completo la situación en el virreinato. El ofrecimiento de encomiendas había superado largamente las posibilidades del pacificador de contentar a todos los que se habían pasado a su bando, por lo cual dividió las encomiendas existentes -que no pasaban las 150- en unas 218, pero siendo más de mil los beneficiados, entregó una suma de oro a los restantes. El 24 de agosto de 1548 se realizó el reparto en el Cuzco, generando mucho descontento entre los presentes, evidenciando que la situación estaba muy lejos de pacificarse.
Siguiendo las órdenes del Rey de España, Pedro de la Gasca empezó a realizar modificaciones y a dictar normas para el mejor funcionamiento de la administración virreinal, sobre todo en lo que al ordenamiento del sistema fiscal se refiere pues era éste una de las principales preocupaciones de la Corona. Así, mandó acuñar nuevas monedas, juntó la mayor cantidad de metal extraído de las minas de Potosí, estableció definitivamente una nueva Audiencia en Lima el 29 de abril de 1549, estableció el sistema de corregimientos para administrar justicia en las ciudades españolas, y se establecieron los límites del virreinato del Perú, el cual comprendería las gobernaciones de Nueva Castilla, Nueva Toledo, Quito, Río de San Juan, Popayán y del Río de la Plata. También veló por el bienestar de los indios encomendados, prohibiendo maltratos y explotaciones tanto en las minas como en el trabajo cotidiano, además de realizar la primera visita y tasa general de las encomiendas, con la finalidad de regular el pago del tributo de los indígenas a los encomenderos y de esta manera reducir su poder.
En el momento de regresar a la metrópoli, La Gasca sugirió al Rey una serie de medidas para el mejor funcionamiento del virreinato, entre las cuales resaltan la reorganización de los pueblos de indios en reducciones, medida llevada a cabo décadas después. El pacificador deja como legado un virreinato cuyo poder ya no descansa en los hombros de los conquistadores, sino en una aristocracia encomendera y en un aparato estatal cada vez más fuerte y articulado, además de establecer las bases para el buen funcionamiento de la república de indios, castigando los abusos pero sin darles la libertad lascasiana. Partió del puerto del Callao el 27 de enero de 1550, mientras que la Audiencia de Lima se hacía cargo del gobierno del virreinato del Perú hasta la llegada del nuevo virrey.
Antonio de Mendoza, saliente virrey de México, llegó al Callao el 12 de setiembre de 1551 para asumir el cargo en la ciudad de Lima. Su valiosa experiencia sólo duró 10 meses y la Audiencia se encargó de nuevo del gobierno del virreinato, pero para entonces dicha institución ya había intentado abolir el trabajo remunerado de los indígenas, disposición que se había mantenido sin aplicación ante el descontento latente entre los encomenderos. Esta situación enfureció a los encomenderos, que se unieron con los combatientes de las guerras contra Gonzalo Pizarro que no recibieron la prometida encomienda, quienes se organizaron en torno a la figura de Francisco Hernández Girón desde 1550. Luego de algunas revueltas en diversos puntos del virreinato, Hernández Girón se levantó en la ciudad del Cuzco -centro de oposición tradicionalista al poder real en el Perú- en noviembre de 1553 en lo que sería la rebelión más importante desde la de Gonzalo Pizarro.
Francisco Hernández Girón, combatiente del lado realista en las batallas de Añaquito y Jaquijahuana, fue nombrado capitán general y procurador por los vecinos peruleros de Cuzco, Huamanga y Arequipa, acto seguido reunió un ejército y se dirigió a la ciudad de Lima. Por otra parte la Audiencia, advertida de esta situación, organizó resistencia bajo el mando de Hernando de Santillán, y en la zona de Potosí se organizó el realista Alonso de Alvarado. Hernández Girón bajó hacia la costa por la zona de Cieneguilla hasta Pachacamac junto a 700 hombres, pero luego de algunas escaramuzas, se retiró hacia la costa sur. El avance de Alvarado junto a un poderoso ejército rindió sus frutos y se enfrentó a Hernández Girón en Chuquinga (Apurímac) el 21 de mayo de 1554, resultando vencedor el encomendero cuzqueño, quien se dirigió luego a la región del Collao.
Los combatientes derrotados en Chuquinga se acoplaron a las huestes de la Audiencia ahora reunida bajo el mando de Pablo de Meneses, quienes se dirigieron a la sierra central y avanzaron hacia la región del Collao encontrándose con las tropas de los encomenderos en la fortaleza incaica de Pucará. La superioridad militar de los realistas y las deserciones de los gironistas echaron la suerte de su líder el 8 de octubre de 1554, el cual emprendió fuga hacia la costa de Acarí, para ser luego capturado y remitido a Lima. Luego del juicio sumario fue condenado ser decapitado en la plaza mayor el 7 de diciembre de 1554.