Llegada y conquista del Perú
Preparativos y acontecimientos en Cajamarca
En el año de 1530, una vez reclutados los 180 hombres que conformaron la expedición, se inició en tercer y definitivo viaje de la empresa conquistadora del Perú. Desde el extremo sur de la actual Colombia, se inició el avance por tierra hasta Coaque. En este emplazamiento permanecieron por varios meses. La estancia en dichas tierras fue todo menos tranquila y reparadora para los expedicionarios. El clima los castigó duramente, los nativos no cesaron de hacer notar su descontento ante la presencia de los forasteros; y la verruga atacó a las huestes conquistadoras con inclemencia.
Mas adelante lograron avanzar hasta Guayaquil, y casi un mes antes de finalizar el año de 1531 hicieron una nueva parada, esta vez en la isla de Puná. El curaca de dicha isla, pronto se arrepentiría de la invitación que voluntariamente hizo a los expedicionarios. Tal vez fue la escasa comprensión que los españoles tenían de los criterios de redistribución y reciprocidad que regían las relaciones sociales andinas; lo que terminó por exterminar la buena voluntad y el buen clima con los que los nativos de dicha isla recibieron a los españoles. El caso es que los conquistadores dejaron la isla tras graves enfrentamientos.
Al llegar a Tumbes se encontraron con que el poblado había sido arrasado. Gracias a los intérpretes que habían capturado en su segundo viaje; y a los que habían logrado enseñar el castellano de alguna manera; Pizarro y sus hombres se enteraron de la guerra que estaba librándose entre Huáscar y Atahualpa por la sucesión al poder en el Tahunatinsuyo. Asimismo supieron que el poblado de Tumbes apoyaba a Huascar; y que esa había sido la razón de su destrucción en manos de las fuerzas del ya inca Atahualpa.
Ante estas noticias se tomaron distintas decisiones. Por un lado fue el fin de la expedición para los que no estuvieron dispuestos a enfrentarse a los riesgos que implicaba el continuar con la aventura. En este sentido, el 15 de agosto de1532 se funda la ciudad de San Miguel de Tagarará, donde se quedaron, en calidad de vecinos, los españoles que no quisieron continuar. Pizarro y la gran mayoría de sus hombres (165) continuaron, sin embargo, la expedición con rumbo a Cajamarca, donde se decía se encontraba el inca Atahualpa.
El 15 de noviembre de 1532 las huestes conquistadoras alcanzaron dicho emplazamiento luego de atravesar la Cordillera de los Andes.
Sin embargo el inca no se encontraba en la ciudad. Pizarro envió a un grupo de jinetes a la cercana Pultumarca donde Atahualpa y su ejercito habían acampado. Durante dicha entrevista el nuevo inca exigió a los españoles que respondieran y rindieran cuentas por todo lo que habían tomado del Tahuantinsuyo desde que habían puesto pie en dicho territorio; y además accedió a entrevistarse con ellos en la ciudad de Cajamarca al día siguiente.
Captura del Inca
Al aceptar Atahualpa la entrevista en Cajamarca, Pizarro y sus expedicionarios planearon una emboscada en la plaza central de la ciudad. Las huestes conquistadoras permanecieron toda la noche en guardia, apertrechada en los edificios que colindaban con la plaza. Sin embargo, el amanecer dio paso a la mañana y el inca ni si quiera emprendía el viaje desde el campamento hacia la cercana ciudad donde se realizaría la reunión. Finalmente Atahualpa llegó a la ciudad de Cajamarca, transportado en su litera y acompañado de una inmensa corte.
A pesar de que el inca era consciente de que lo esperaba una emboscada, tenía la seguridad de que la pequeña hueste española no sería un enemigo difícil de vencer. Tal sería sus confianza que sus soldados ni si quiera ingresaron armados a la plaza de la ciudad. A su encuentro salió Fray Vicente de Valverde. Haciendo uso de los servicios de sus inadecuados intérpretes (cuya lengua nativa era distinta del quechua y del castellano, por lo que tenía un pésimo manejo de ambas) el sacerdote intentó presentar al inca el requerimiento de someterse al emperador Carlos V y abrazar la religión católica. Incluso si se hubiera podido superar la barrera del idioma, resultaba más que imposible que Atahualpa o cualquier hombre andino, comprendiera lo que implicaba la figura del requerimiento. Este concepto lleno de sentido y de significado en la Europa de la época, no tenía parangón en la sociedad inca.
Este abismo cultural habría desencadenado el principio del ataque. Se dice que el clérigo entregó a Atahualpa una Biblia. Este acto representaba de manera simbólica la entrega de la revelación cristiana. Atahualapa, ante la imposibilidad de comunicarse, y careciendo totalmente de una noción de escritura que le permitiera sospechar qué era lo que tenía en las manos; arrojó el libro y exigió airadamente que los españoles devolvieran todo lo que habían ido tomando a su paso por el Tahuantinsuyo.
Fray Valverde, que tampoco comprendía ni la lengua, ni los códigos andinos; consideró la reacción de Atahualpa como un abierto sacrilegio. El clérigo huyó ofendido y dio el llamado de ataque a los soldados que esperaban la señal del sacerdote.
Los españoles iniciaron el ataque al grito de Santiago. Las espadas, los caballos y las pocas armas de fuego con las que atacaron al ejército inca fueron suficientes para apabullar al adversario. Al terminar la batalla miles de indios habían perecido, mientras que la mayoría huyó de la plaza, ocasionando en su huída, la única baja del ejército español: un esclavo negro que murió arrollado por la multitud. Ante el abandono de su ejército, Atahualpa fue derribado de su litera por el mismo Pizarro, que junto con otros soldados, tomó al inca prisionero.
Al enterarse de la caída del inca, muchos de los seguidores del recién derrotado Huáscar se acercaron a Cajamarca para ofrecer sus servicios a los conquistadores. Atahualpa, buscando la manera de ganarse la amistad de sus captores, y habiendo descubierto cuánto ambicionaban estos el oro y la plata; ofreció a los españoles llenar un cuarto dos veces de plata y una de oro. Los españoles nuevamente tergiversaron la intención del inca, entendiendo el ofrecimiento como un rescate.
Los españoles accedieron al ofrecimiento y vieron finalmente aparecer el tan anhelado botín, que era traído a Cajamarca desde cada punto del imperio. Los propios españoles comenzaron a formar parte de las comitivas que traían los objetos de metal, y muchos volvieron de Pachacamac y del Cuzco con verdaderos tesoros. Sin embargo a pesar de que Pizarro reconoció al mismo Atahualpa que la promesa estaba cumplida no lo liberó. Por un lado se sentía más fuerte al haber llegado Diego de Almagro con los esperados refuerzos. Asimismo los constantes e inquietantes rumores de que grandes ejércitos incaicos se aproximaban con la misión de liberar a Atahualpa; habían calado y puesto en alerta a Pizarro. De esta manera, los españoles recibieron el prometido tesoro, pero no cumplieron con liberar al inca por motivos de seguridad. El rescate, como lo entendieron los españoles, ascendió a 971,125 pesos de oro y 40,860.3 marcos de plata (sin contar el quinto real) y se reconoce como el rescate más alto pagado en la historia de la humanidad.
Finalmente, al intensificarse los rumores de los ejércitos liberadores que venían en pos del inca, se hizo evidente que conservar a Atahualpa era tan peligroso como liberarlo. La ejecución de Atahualpa fue la mejor solución que algunos conquistadores encontraron para esta encrucijada; y el supuesto acecho de los ejércitos incaicos terminó por convencer al resto de españoles. El inca Atahualpa fue ejecutado el 26 de julio de 1533.
Resulta paradójico que luego de morir Atahualpa se haya descubierto que la amenaza de los ejércitos de liberación del inca era infundada. Una vez muerto el inca los españoles continuaron su expedición de conquista hacia el Cuzco, el corazón del imperio.