EL SIGLO XVIII  EN EL PERÚcronologíapersonajesglosariobibliografíaenlaces de interés
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El cambio dinástico en España

Hacia fines del siglo XVII, España, otrora primera potencia europea, se encontraba en un estado de decadencia, ejemplificada por el reinado de Carlos II, "El Hechizado" (1665-1700). El último de los Habsburgo españoles resultó un gobernante incapaz, permanentemente enfermizo y sin mayor autoridad sobre sus dominios.

Las riendas del gobierno se encontraban en las manos de la aristocracia terrateniente, los "Grandes", quienes dominaban el gobierno central a través de los diferentes consejos (Consejo de Castilla, de Indias, etc.), y a la vez controlaban enormes feudos en los que su autoridad era casi absoluta. A los privilegios aristocráticos se agregaban los de la Iglesia y las diversas órdenes religiosas, que controlaba gran cantidad de tierras y recursos.

La autoridad del monarca también estaba limitada en el resto de su dominio por los diversos fueros regionales (por ejemplo, los de Cataluña y Aragón), lo que redundaba en la incapacidad de la Corona para elevar los impuestos en ellos. Impedida de incrementar la carga tributaria sobre estos reinos, la Corona dependía de los recursos de Castilla y las Indias para cubrir sus gastos. Al estar la aristocracia y la Iglesia exentas de impuestos, la presión fiscal recaía sobre los campesinos castellanos, que con el paso de las décadas se empobrecían cada vez más. La situación era grave, dado que las constantes guerras en Europa representaban gastos enormes, absorbiendo los ingresos de la Corona. Para cubrir los apremiantes gastos militares la Corona recurría a un constante endeudamiento y a la devaluación de la moneda, acuñando crecientes cantidades de vellón (moneda de cobre) con la finalidad de reservar la plata para el pago de los acreedores reales. A las cargas fiscales del reino se agregaban las cargas señoriales y eclesiásticas sobre una agricultura en general atrasada. Esta situación devino en la pauperización del campesinado castellano, una masiva inmigración hacia las ciudades, hambruna y debacle demográfica.

La ruina de Castilla llevó a una creciente dependencia de los envíos de la plata de América, pero incluso éstos venían disminuyendo desde hacía varias décadas. Las razones eran el contrabando, una economía americana más diversificada, menos dependiente de las importaciones españolas, y los crecientes costos de la administración colonial. De igual modo, la economía castellana recibía cada vez menos beneficios del comercio con América, a pesar del monopolio oficial. Los productos exportados de la península a América eran principalmente agrícolas, pues la mayor parte de las manufacturas en las flotas y galeones (incluso los mismo barcos) de Indias venían de otros países europeos, principalmente Francia, pero también de Inglaterra y Holanda. Los mismos mercaderes andaluces se habían convertido en meros intermediarios entre los grandes comerciantes de Europa y sus clientes americanos.

La debacle alcanzó su punto más bajo entre 1680 y 1685. Hacia este último año se empiezan a percibir señales de recuperación. Finalmente, la Corona impuso una cierta estabilidad monetaria, volviendo a la acuñación de monedas de oro y plata. La población experimentó cierto repunte, lo mismo que la producción agrícola, mientras que las epidemias empezaban a ceder. Zonas periféricas del imperio como Cataluña y el País Vasco mostraban un gran dinamismo económico, pero aún así la situación seguía siendo crítica.

Carlos II no dejó descendencia, por lo que a su muerte en 1700 legó el trono a Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV, quien fue bien recibido por las Cortes de Castilla. Pero su sucesión al trono fue disputada por el archiduque Carlos de Austria, un Habsburgo quien no sólo tenía el apoyo de su país natal, sino también de Gran Bretaña, Holanda, Portugal y Saboya, naciones que recelaban que la sucesión de un Borbón en España, porque aumentaría el poderío francés, alterando el equilibrio de poder en Europa. Además, Carlos contaba con el apoyo de Cataluña, Aragón y Valencia, recelosas del autoritarismo Borbón, lo mismo que parte de la aristocracia castellana.

La disputa iniciaría la larga Guerra de Sucesión Española (1701-1713), que culminaría con el tratado de Utrecht (1713), por el cual las potencias europeas reconocieron los derechos de Felipe (ahora Felipe V) al trono de España a cambio de varias concesiones: En Europa, España debió ceder los Países Bajos, Nápoles, Cerdeña y Milán a Austria; Gibraltar y Menorca a Gran Bretaña, y Sicilia a Saboya. En América, España se comprometió a no ceder ninguna colonia a Francia, y cedió la colonia de Sacramento, en el estuario del río de la Plata, a Portugal.

Más grave aún fue la ruptura del monopolio comercial español con sus colonias, al tener que ceder el asiento de esclavos durante treinta años, junto con el navío de permiso, el envío anual de un navío con 500 toneladas de mercancías. Además, con la cesión de la colonia de Sacramento a Portugal se abrió el camino para un contrabando masivo.

La guerra demostró la lealtad de las colonias americanas para con Felipe V, pues a pesar de la brillante oportunidad generada por el vacío de poder en la península, no hubo ninguna rebelión en las Indias. La razón de esta conducta se encuentra probablemente en los fuertes vínculos de la clase dirigente criolla con España y la carencia de una fuente de legitimidad alternativa a la figura del Rey. Sin embargo, el conflicto también trajo ciertas consecuencias indeseables para América. Con el pretexto de proteger el comercio español, se autorizó a los franceses a enviar barcos de guerra a las Indias, abriendo otra puerta al contrabando. En la práctica, los franceses llegaron a establecer un comercio directo con América en momentos en que las flotas y galeones se espaciaban cada vez más. Particularmente en el estrecho de Le Maire en el extremo meridional de América del Sur, el cual emplearon para comerciar directamente con el Pacífico.