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La poesía humana de César Vallejo

Semblanza

Transcurridas varias décadas después de la muerte de César Vallejo, (1892-1938),el dilatado prestigio de su nombre cubre por igual toda su producción literaria, que fue variada y múltiple. Vallejo escribió artículos periodísticos, relatos, obras de teatro y, de modo muy especial, libros de poesía. Fue esencialmente un poeta, uno de los más importantes de la lengua castellana de todos los tiempos.

Cuando César Vallejo empezó a escribir, estaba vigente en el Perú lo que se ha llamado la estética modernista a través de la reconocida obra de José Santos Chocano (1875-1934), José María Eguren (1874-1942) y Abraham Valdelomar (1888-1919),quienes desde distintas perspectivas y ópticas continuaban las vetas temáticas y formales del nicaragüense Rubén Darío (1867-1916). Como se ha dicho muchas veces, el modernismo, siendo un movimiento literario exclusivamente americano, recoge algo del temblor de los románticos, el empaque formal de los parnasianos franceses que querían escribir versos como quien cincela estatuas, y el acercamiento a la música de los simbolistas. Los modernistas peruanos tuvieron, cada cual, sus propias características. El más conocido de ellos, Chocano, se propuso ser el cantor de América; su verso sonoro y estridente, de sílabas siempre bien contadas, describió paisajes, personajes y acontecimientos de la historia del Perú, en una suerte de gran fresco literario.

En los años de la gestación de Los Heraldos Negros (1915-1918), el primer libro de poemas de César Vallejo, el poeta formó parte de un grupo literario y amical en Trujillo que se llamó "Los bohemios de Trujillo" y compartió amistad con José Eulogio Garrido y Antenor Orrego, ambos muy informados de la actualidad literaria de aquellos días. Fue gracias a estas relaciones que Vallejo pudo conocer la poesía de Julio Herrera y Reissig, modernista uruguayo (1875-1910), escritor metafórico con gran preferencia por los temas que cantan a la naturaleza.Este marco literario (el modernismo) y estos nombres (Darío, Chocano, Eguren,Valdelomar, Orrego, Garrido) signaron al primer Vallejo, pero él traía algo propio y peculiar: su lenguaje castizo, arcaizante y ternuroso, propio de las gentes de su provincia, Santiago de Chuco; una gran seguridad en su arte; el íntimo convencimiento de que la literatura en general, y la poesía en particular, son formas de tradición, pero al mismo tiempo de ruptura porque todo buen lector busca la continuidad, pero también la variación.En 1919 empezó a circular el primer libro de poesía de César Vallejo: Los Heraldos Negros. Las personas acostumbradas a la música de los modernistas, a la sílabas bien contadas, a la distribución armónica de los acentos, trataron con mucha familiaridad al texto que tenían entre manos. Vallejo se mostraba como un eximio versificador, como un gran lector de Darío, de los otros modernistas, en especial Herrera y Reissig, y, entre líneas, del padre de la poesía moderna, Baudelaire, al que admiró toda su vida. Sin embargo, Los Heraldos Negros tenía otras características que lo convertían en un libro único: la exhibición a ratos impúdica de los sentimientos, la muestra descarnada del sufrimiento, la radical desnudez de la palabra. El asedio al dolor en este poemario se hace por distintas vías: tanto a través de afirmaciones apodícticas, como aquella que se desarrolla en el primer poema del libro ("¡Hay golpes en la vida tan fuertes, yo no sé...!") como por descarnadas expresiones de sufrimiento personal ante lo ineluctable del destino, o por continuos lamentos por la pérdida de la mujer amada. A todo esto añádase un sentimiento de culpa, de origen cristiano, frente a las apetencias de la carne y un enfrentamiento a Dios y a todos sus símbolos paternos, que se va desarrollando entre líneas en muchos de sus versos.

Pero tal vez la clave para todo este manojo inicial de sus poemas, que sigue teniendo validez para el conjunto de sus poesías, sea aquello que en filosofía se llama el principio de alteridad, la posibilidad de ponerse en el lugar del otro. El poeta concibe la vida como una sucesión de sufrimientos. La pasión amorosa sólo es un remanso en el camino dificultoso y está teñida de culpa. En el terreno estrictamente literario, una influencia sobre el primer Vallejo es Calderón de la Barca en su aseveración de que el mayor delito del hombre es haber nacido. Por eso el grueso de poemas de Los Heraldos Negros está emparedado por dos composiciones que le dan sentido: el primer poema ya aludido que aparece en todas las antologías, donde el hombre aparece inerme ante los golpes del destino y "Espergesia", el último del libro, donde se señala que el poeta nació un día que Dios estuvo enfermo, grave.

Entre 1919 y 1922 Vallejo tuvo una acelerada maduración literaria. En 1922 publicó Trilce, su segundo libro, que lleva como título un palabra inventada por él mismo cuyo significado nadie ha podido precisar. En ese libro el vate se enfrenta a un asunto mayor de la poesía de todos los tiempos: la necesidad de forzar la lengua heredada. Los lingüistas nos hablan siempre de una relación arbitraria pero obligatoria dentro de la lengua entre el significado y el significante. Esta afirmación no es compartida necesariamente por los poetas o por algunos de ellos. Justamente la originalidad más radical en poesía está en forzar esta relación, en ponerla entre paréntesis, en violentarla. Un poeta experimental vuela los puentes de la tradición, de la retórica, del buen decir, desafía el buen sentido, no teme la muerte del lenguaje y crea uno nuevo, balbuceante, confuso lleno de retazos de significación. En lengua española sólo dos poetas han llevado hasta el extremo de la incomunicación o del silencio esta búsqueda, César Vallejo con Trilce (1922) y Vicente Huidobro con Altazor (1931).

En Trilce Vallejo tomó ciertas cuestiones formales de la vanguardia (la ausencia de títulos, el uso arbitrario de las mayúsculas, la utilización de números romanos para cada poema, la puntuación muchas veces arbitraria). No obstante, tiene otros elementos que le son propios y que por su intermedio se incorporan a la modernidad. No renuncia al yo romántico, si no que lo expresa de manera disociada. Así como la diccíón del poeta, su vida misma es fragmentada; los poemas expresan ese gran desorden y una voluntad secreta de orden, por cierto, lexicalmente los textos se internan en los meandros de (¿del?) idioma recurriendo a numerosos arcaísmos y neologismos, circunstancias que nos recuerdan que en condiciones de dificultad el migrante suele recurrir a su lenguaje más recóndito, más personal.

En líneas generales, un libro como Trilce pone en cuestión nuestras nociones sobre poesía, incluso las más arraigadas. Nos dejan un gran desconcierto. Solo percibimos una voz que nos habla en lo oscuro, que muchas veces nos deja en la ignorancia; nos quedamos sin saber en qué consiste ese gran sufrimiento sin embargo, no todos los poemas del libro son herméticos.

Vallejo casi no publicó poesías entre 1922 y 1938, año de su muerte. Él no preparó los originales de lo que después fue publicado con el título Poemas Humanos.

En general se considera que la mejor producción de Vallejo pertenece a este período. Estos poemas últimos de Vallejo exploran los sentimientos de los hombres en toda su intensidad. Vallejo empieza por auscultar el dolor dentro de sí. No es el poeta que contemplativamente habla de la pobreza, la miseria y el hambre.

La dificultad de vivir día a día está visceralmente expresada. Vallejo es al mismo tiempo poeta radical de la marginalidad y un poeta central del idioma. Él testimonia el dolor de quienes gastan toda su energía en vivir en las condiciones más ríspidas. Todos los poemas de la etapa final de Vallejo son antológicos. Vallejo parece un elegido por el destino. Recuperada la confianza en la lengua ya no necesita ser un poeta experimental. Vuelve a los ritmos conocidos que no se proponen poner ninguna mediación con el lector común y corriente.