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    Poesía
La poesía comprometida de Alejandro Romualdo

Poesía

Sobre la infancia

La infancia nos llena la cabeza de luciérnagas,
de polvo las rodillas y los ojos nos cubre 
dulcemente. La infancia nos llena las manos 
de globos y limosnas; la boca de pitos y azucenas 
y nos cobre las espaldas con con sus plumas de cigüeña. 
En la infancia son monarcas los ratones y los dientes. 
¡Oh la infancia, la hora blanca del reloj, 
el tierno silabario, el bonete de los ángeles y el duende! 
Uno se siente nuevo, herido por un corcho, 
muerto heroicamente sobre un caballo de madera: 
amo mi infancia, mi corazón en pantalones cortos.

(de La torre de los alucinados)

El cuerpo que tú iluminas

Porque eres como el sol de los ciegos, Poesía, 
profunda y terrible luz que adoro diariamente. 
Mis ojos se queman como los ojos de las estatuas 
mi corazón padece como una vaso de vino un armario.

Tú eres un puente de agonía, un mar animado 
de agua viva y palpitante. Tú te alzas y brillas: 
yo giro alrededor de ti; alta y pura te miro 
como los perros a la luna, como un semáforo para morir.

¡Oh Poesía incesante, mi buitre cotidiano, 
me tocó servirte en el reparto de sufrimientos: 
como un niño exploraba las tierras pálidas del sol.

¡Oh Poderosa! Yo soy para ti uno de los miembros 
de esta numerosa familia sideral 
compuesta de padres e hijos milenarios. 
Yo soy para ti la noche: Tú me enciendes, 
ardo en el vientre universal, 
rabio con las olas y las nubes, 
escribo al girasol que me ama diariamente deslumbrado.

Yo te devuelvo, amor mío, como un espejo desierto 
en cuyas entrañas están las cenizas de donde Tú renaces. 
Yo te devuelvo amor, mi vientre se renueva sin cesar. 
Tú te ocultas y muerdes, entonces, como una ola gloriosa, llena de dulzura y vigor.

¡Oh Poesía, mi rayo divino y cruel, clava tu pico, 
devora el fuego que me abate, apaga esta zarza inmortal!

He aquí mi cuerpo, roído por las estrellas, 
pálido y silencioso como un dios que ha cesado 
y que Tú arrastras, borrándolo, como el mar o la muerte.

(de El cuerpo que tú iluminas)

Si me quitaran totalmente todo

Si me quitaran totalmente todo 
si, por ejemplo, me quitaran el saludo 
de los pájaros, o los buenos días 
del sol sobre la tierra, 
me quedaría 
aún 
una palabra. Aún me quedaría una palabra 
donde apoyar la voz.

Si me quitaran las palabras, 
o la lengua, 
hablaría con el corazón 
en la mano, 
o con las manos en el corazón.

Si me quitaran una pierna 
bailaría en un pie. 
Si me quitaran un ojo 
lloraría en un ojo. 
Si me quitaran un brazo 
me quedaría el otro, 
para saludar a mis hermanos, 
para sembrar los surcos de la tierra, 
para escribir todas las playas del mundo, con tu nombre, amor mío.

(de Edición extraordinaria)

Responso por un payaso negro

AQUÍ YACE SAM BROWN. Aquí descansa su rueda pálida, 
la que hacía girar sencillamente bajo sus pies como 
un planeta o una ola. 
Lejos de su infancia silvestre, de la fiebre sexual, del 
tambor y de la danza hirviente. 
Lejos. Dejó su infancia de leopardos y grullas y flores exóticas. 
Aquí yace, más frío que la luna, más triste que el vino, 
derramado y oscuro como un vaso de miel para todas las 
moscas de la destrucción. 
Una familia de arlequines le reza. Los astros del circo lloran 
y se apagan: 
la muerte es una rueda muy traicionera, un jaguar silencioso 
que cae desde lo alto -desde cualquier hora- 
como un fruto encendido cae desde cualquier estación. 
Aquí yace Sam Brown, más pálido que un espejo bajo la 
hierba mortal. 
Su último traje ya no se arruga, el traje de la función final 
en la cual tenía que caer junto con el telón 
de la vida y la rueda. 

Pidamos que la muerte no nos deje decir nada.
Pidamos que la muerte nos separe, nos desgaje suavemente.
Pidamos que nos haga desaparecer como un ilusionista.
Roguemos porque la muerte llegue como el extraño que nos pregunta por la hora.
Porque Sam Brown ya no se mueve.
Porque aquí yace Sam Brown como un girasol ciego.

(de Cuarto mundo)

CANTO CORAL A TÚPAC AMARU, QUE ES LA LIBERTAD

 Yo ya no tengo paciencia para aguantar todo esto 
 				Micaela Bastidas


Lo harán volar
con dinamita. En masa,
lo cargarán, lo arrastrarán. A golpes
le llenarán de pólvora la boca
Lo volarán:
	¡y no podrán matarlo!

Lo pondrán de cabeza. Arrancarán 
sus deseos, sus dientes y sus gritos,
Lo patearán a toda furia. Luego
lo sangrarán
	¡y no podrán matarlo! 

Coronarán con sangre su cabeza;
sus pómulos, con golpes. Y con clavos 
sus costillas. Le harán morder el polvo
Lo golpearán:
	¡y no podrán matarlo!

Le sacarán los sueños y los ojos
Querrán descuartizarlo grito a grito.
Lo escupirán. Y a golpes de matanza 
lo clavarán:
	¡y no podrán matarlo!

Lo podrán en el centro de la plaza,
boca arriba, mirando al infinito.
Le amarrarán los miembros. A la mala
tirarán:
	¡y no podrán matarlo!

Querrán volarlo y no podrán volarlo.
Querrán romperlo y no podrán romperlo.
Querrán matarlo y no podrán matarlo.

Querrán descuartizarlo, triturarlo,
mancharlo, pisotearlo, desalmarlo.

Querrán volarlo y no podrán volarlo.
Querrán romperlo y no podrán romperlo.
Querrán matarlo y no podrán matarlo.

Al tercer día de los sufrimientos,
cuando se crea todo consumado,
gritando ¡libertad! sobre la tierra,
ha de volver.
	Y no podrán matarlo.