Fundación Telefónica Educared
    Semblanza
    Poesía
Eguren y nuestros sueños

Semblanza

José María Eguren (1874-1942) publicó los libros de poemas Simbólicas (1911) y La canción de las figuras (1916). Uno de sus más devotos lectores, Estuardo Núñez, estudioso de la literatura peruana, editó en 1961 Sombras y rondinelas, libro que recogía la producción lírica inédita de Eguren.

Eguren fue en vida, un poeta respetado, pero poco leído; la música de su poesía apenas se escuchaba en esos momentos de auge civilista. Parecía, ya en ese momento, un poeta del pasado que poco tenía que ver con el Perú de progreso y tecnología que daba la impresión de abrirse paso entonces. Algunos espíritus avisados, José Carlos Mariátegui, en sus Siete ensayos (1928) o Jorge Basadre en su libro Equivocaciones (1928), supieron ver la entraña simbolista, el manejo maestro del verso que tenía Eguren.

En el estro del poeta están los románticos alemanes, Novalis especialmente, y el maestro de la poesía francesa, Mallarmé. Pero su inspiración más profunda tiene una fuente personal. Los temas de que habla en su poesía provienen del mundo del ensueño, de la duermevela, del país maravilloso y a veces terrible del inconsciente, de las alucinaciones personales, de la fina garúa limeña. Y ese mundo aparentemente nada tenía que ver con lo que ocurría en el Perú que le tocó vivir y poco tiene que ver, también aparentemente, con el Perú de nuestros de nuestros días. Ya entonces Eguren parecía un hombre de otra época.

Sin embargo, Eguren expresaba y expresa una difícil contemporaneidad, una secreta concordancia con una aspiración sempiterna de los hombres: dar libre curso a los sueños. En su época tuvo una asombrosa isocronía, que nadie ha subrayado hasta ahora, con el psicoanálisis y una coincidencia con una aspiración de la literatura de todos los tiempos: ampliar el campo de la realidad.

Freud fue un pionero de la modernidad. El pone entre paréntesis los conocimientos más sólidos y propicia aquello que se ha llamado un realismo sin fronteras. De parecida manera, en el campo literario Eguren nos dijo, nos está diciendo todavía, que la realidad, no es, no puede ser sólo aquella que describían los versos de Chocano; la realidad era -y es también- la sonámbula, la fantasmagórica, la evanescente del mundo de los sueños.

Eguren cultivó sus versos de manera esmerada, con un gran conocimiento de los recursos técnicos (distribución d acentos, aliteraciones, conteo de sílabas, rimas, versos blancos), con una maestría inigualable en el siglo XX. Naturalmente, no es este dominio formal el que convierte a Eguren en un gran poeta. Él lo es porque cumple una vieja ley de la poesía de todos los tiempos: Su poesía, musical en el mejor sentido del término, tiene un tema central rítmico y numerosas variaciones que van acomodando su armonía a una polisemia de resonancias muy variadas. Es concentración. Dice más con menos palabras.

En el Perú de hogaño, como hemos venido diciendo, pareciera que no hay lugar para la poesía de Eguren, La lucha diaria es muy dura para la mayoría de los peruanos. Aparentemente hemos perdido el derecho de soñar, de perdernos en nuestra propia, enfebrecida imaginación. Por eso mismo, la poesía de Eguren aparece como un contraste necesario. Reivindica el derecho de soñar, la aspiración a que no pase nada, precisamente para que pase mucho, para que en lo que nos ocurra haya algo de elección personal.

Cuando Borges pensó en el Perú lo asoció a Machu Picchu, la vasta reliquia de piedra en la montaña; a un patio enrejado y de fuente; a una línea de José María Eguren. Ese país sutil, esa niebla que envuelve las palabras, ese encuentro con lo más hondo de nosotros mismos, es algo que necesitamos cada vez con más urgencia. Cuando lo tengamos, Eguren será reconocido como uno de los más ilustres peruanos.

Algunos poetas jóvenes se acercan a Eguren porque su poesía es un abismo, un camino a lo ignoto, una rememoración de la infancia y el mundo de los sueños. Y los jóvenes comparten ese misterio con la admiración por Rimbaud, con los recitales ruidosos y los amores centelleantes. Eguren es silencio, es palabra que rememora a "la niña de la lampara azul" , a los "reyes rojos" que "batallan en lejanías de oro azulinas", es adormido cielo, luz cadmio; es o parece ser, el pasado remoto.

Eguren marca, a principios del siglo XX, una manera de escribir asordinada que iba contra la corriente, contra todo lo que es estridencia, patetismo vacuo. Eguren fue el no Chocano, la no estridencia, la separación, la distancia. El Perú, que casi no tuvo poesía de calidad en el siglo XIX -salvo González Prada, verdadero fundador de la poesía lírica en nuestro país- tuvo en Eguren a un abanderado de los valores eternos de la lírica.

Puede conjeturarse que la rueda de la fortuna literaria, en el siglo XXI, volverá sus ojos a Eguren por múltiples razones, porque una línea suya nos simboliza tan bien como un huaco Chimú o una tela Paracas. Eguren es el Perú sutil, neblinoso, la palabra dicha a media voz, el Dios familiar que prende en la noche una luciérnaga llamada esperanza.