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El virtuosismo de Antonio Cisneros

Semblanza

Antonio Cisneros (1942) es, entre todos los poetas que publicaron por primera vez en los años sesenta, el que más libros ha editado y el que tiene más difusión en el extranjero. Entre 1964 y 1967 escribió el hasta ahora su libro más popular, Canto ceremonial contra un oso hormiguero. En el plano temático los poemas están muy ligados a las experiencias personales, con el mérito de tratarlas con versos sentenciosos que interesan a cualquier lector en las más diversas circunstancias. Hay poemas de la esfera familiar, desgarradores textos que aluden a la soledad del peruano en Europa; otros se refieren a experiencias colectivas limeñas o nacionales como el poema "Crónica de Lima".

Como higuera en un campo de golf, de 1972, enfrenta al lector con un tipo de poesía que por la virtuosidad con que es manejada se convierte en fiesta del intelecto. El impacto de estos versos viene tanto del diestro uso del idioma -una constante en la poesía de Cisneros- como del cuidado en la imbricación de los poemas. Pocas veces en la poesía peruana se ha visto un libro tan bien estructurado. Se trata de un texto armado con precisión de relojero: el libro consta de diez partes y por razones de estilo y de tema el lector se ve envuelto en ese tema tan rico de la especulación literaria: tradición e innovación no solamente en relación a lo que ocurre con otros autores sino en vinculación especial con la poesía del propio autor. Frente al verso solemne de "arte mayor", Cisneros reivindica todas las formas breves de composición que utilizó en sus primeros libros (Destierro, 1961, David, 1962, Comentarios reales, 1964). Las usuales referencias estilísticas que fueron válidas vuelven a ser verdad: el poema como totalidad se convierte en una imagen de una ironía corrosiva, vitriólico afán de disecar implacablemente cualquier realidad, incluso la más recóndita, la más personal, la más secreta, pero del tiempo del amor no sabemos más. Antes hubo siempre un resquicio, una posibilidad de salvación personal: el poeta anunciaba en 1964, al final de sus Comentarios reales, que se encontraba sobre la tierra para nuevas batallas y canciones; en Como higuera en un campo de golf no hay escape posible, todas las rendijas han sido cubiertas:

	Un chancho hincha sus pulmones bajo el gran limonero
	mete su trompa entre la realidad.

En esta poesía comienza a filtrarse el desencanto frente a alternativas que ofrece la sociedad, pero saca fuerzas de flaqueza y se complace en fustigar a todos los sistemas, sin ser una literatura de cartel. Como quería Goethe, en un afán exorcista, el poeta vuelve a encontrar satisfacción en su propio canto y escribe:

	caminaré como si hubiese
	vencido en el combate a la serpiente,
	al puma, a la gorgona,
	al soldado más fuerte de este reino
	del gran oso hormiguero.

En otro volumen suyo, El libro de Dios y de los húngaros, de 1978, Cisneros verbaliza la extrema soledad. Situado en una sociedad ajena en todo sentido, el poeta apela a Dios; tiene necesidad de integrarse a algo, una preocupación agónica por los temas sempiternos como la muerte en un desgarrador homenaje a Luis Hernández, que es una paráfrasis de un poema de Hölderlin, o el recuerdo de Robert Lowell, poeta católico, que murió en un taxi. En Cisneros hay, en esta época, un sentimiento permanente de desolación:

	Ocupado en guardar cabras,
	en pagar agua y luz
	perdí tu rostro
	y este mío, no puede distinguir
	un álamo temblón de una malagua,
	ni sombra cuál me da
	y el dardo cuál.
	Ocupado y veloz
	No en tus negocios
	Ni en los míos, Señor
	navego
	hacia la mar
	que es el morir.
	Ocupado y veloz como algún taxi
	Cuando cae la lluvia y anochece.

Curiosamente Cisneros, en su último libro, Las inmensas preguntas celestes (1993) ve la realidad peruana y personal con ojos menos cáusticos, se refugia en el hogar, pero el desencanto atraviesa su poética:

	A las inmensas preguntas celestes
	no tengo más respuesta
	que comentarios simples y sin gracia
	sobre las muchachas
	que viven por mi casa
	cerca del faro y el malecón Cisneros.
	Y no puedo pretender ver
	en la cháchara tinta esa humildad
	de los antiguos griegos.
	Ocurre apenas
	que las inmensas preguntas celestes
	sacan a flote mis desencantos y mis aburrimientos.

Antonio Cisneros obtuvo en 1964 el Premio Nacional de Poesía y en 1968 el Premio Casa de las Américas.