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La magia de Francisco Bendezú

Poesía

LOS AÑOS

	A Carlos Araníbar

¿Dó está, amigo mío,
el aire transparente
de las noches de estío?
¡Oh mágico relente
de los años! Olvido...
Ya todo está dormido
La virgen que adoramos,
¡ay!, ya no la buscamos:
¿por qué mortal pradera
rodó su cabellera?
(Las desiertas estancias,
remotas, palidecen).
Las cortinas fenecen.
El corazón no suma
los meses a los meses;
el corazón rezuma
eternidad... ¡a veces!
¿Dó está, amigo mío,
el aire transparente
de las noches de estío?

Eternidad
Solamente una mujer. Solamente una ciudad. Y la espesura del amor, al mediodía, como un vasto palacio de flores y miel. Mi juventud en las plazas, eterna. Y las horas, leyenda. Las horas, amada -desnudas. (de Los años) Melancolía
Los días pasan como tranvías. El amor muere. Melancolía. Sal, cabelleras. Sangre que mana de mis heridas: sangre perdida… Las tardes rielan en mi memoria tal amarillas fotografías. Arcano
¡Las ventanas arden con luz de ayer! Éxtasis. Oasis. El tiempo es mujer. ¿Qué sombra sedienta desmonta, a mi puerta, del caballo blanco del atardecer? Con el hilo lento que su sien destila, la mesa ensangrienta de mi padecer. Visiones… (¡Oh luna que remas -isleña- por mi frente: nuda rosa de mi ser!) El silencio silba y parte de las copas. Las ventanas arden. El tiempo es mujer. (de Arte menor) Saudade
Ya no está en ninguna parte la tarde de febrero. Me imantabas como el ojo nupcial de la serpiente o las líquidas trompetas del ocaso. (La luna arrastraba cintas por las plazas.) Tu cintura duerme -fascinante óvalo de humo- tensa y hueca. Tu negra blusa de pavesas cuelga inerte de la percha invisible de la ausencia. Tus cabellos -febril llama- ya no tiemblan -esbeltos- en la lluvia. (La luna arrastra cintas por la arena.) Ya no está en ninguna parte la tarde de febrero. (El molde de tu cuerpo la soledad lo llena.) Y detrás de los trenes y naufragios gritan lunas desfloradas. Twilight
A Mercedes Yo soy el granizo que entra aullando por tu pecho desquiciado. Soy tu boca. Yo atesoré a ras del sueño, debajo de las horas, el latido de tus pasos por el polvo de Santiago, y tu densa fragancia de magnolia, y tu lenta cabellera con perfil de éxtasis o algas, y el ardor fulmíneo de tus ojos, que de noche, como naves sobre el mar, la bruma iluminaban. Como guijarros en la playa, o nostálgicos boletos entre cintas y violetas olvidados, enterré en mi corazón la línea de tu frente, la piedra gastada de tus codos, tus sílabas nocturnas, el fulgor de tus uñas, tus sonrisas, la loca luz de tus sienes. ¿No sientes trasminar mi dolor a través de tu cuchara? Mi memoria quedó tal vez en ti como las ediciones vespertinas en las bancas de los parques deshauciadas. Tu sombra es mi tintero. Juventud. ¡Juventud mía! ¿Qué tumbos socavaron la torre más alta de mi vida? ¡No habrá nunca hilo más puro que tu larga mirada desde lo alto de las escaleras, ni lampo de poeta comparable a la curva nevada de tus dientes! Cantaba la mañana en las pálidas cortinas y la hierba. El tiempo cintilaba en tus vidrieras como sólo una vez el tiempo parpadea. Ya no estás entre las flores. Ni volverás jamás a estarlo. ¿Qué tu amor sino labios que escrituras en el viento fueron? ¡Yo quiero que me digan si el amor, como los pájaros, se va a morir al cielo! Me acuerdo de una noche de trenzas y peldaños, y óxido, y collares, me acuerdo, como ayer, de lo futuro. ¡Quiero acuñar, como el otoño, medallas en las calles, o beberme llorando tu ausencia en los teléfonos, o correr, correr a ciegas por los tejados de todas las ciudades hasta perderme para siempre o encontrarte! ¡Otra vuelta estar contigo! ¡Oh día de verano extraviado en alta mar como una mariposa! Contra el flujo incoercible de los años los días, uno a uno, absurdamente buscan tu lámpara en las sombras, no la penumbra, no el espejo de la muerte, sino el cristal de la esperanza: tu ventana que sólo está en la Tierra. ¡Aspersiones de ceniza para tu boca cerrada! Otra vez tengo veinte años, y sonámbulo, y en llanto a la puerta de tu casa estoy llamando, al pie de tu reja, como antaño, bajo la lluvia sin telón ni máscaras ni agua. ¡Oh zumbantes calendarios que en vano el cierzo, como a encinas, deshojara! ¡No me digas que te quise! Te quiero. Te debía este lamento, y aunque un grito mi sangre apenas sea, también te lo debía: un solo interminable de un corazón en las tinieblas. Súplica ¡Oh sal de los espejos, reverdece en las sábanas de lino, atraviesa los tabiques y los muros, aparécete de pronto en las más ciegas estancias o el balcón más desolado! Me faltas en las bancas, en el plexo, en la penumbra. Por ti la noche arrolla el horizonte en los cipreses y devanan las alondras la madeja del olvido. Te he perdido. Ni bebiéndome todo el cielo podré recuperarte ni habrá talismán ni filtro ni hierba calcinada que vuelva a hacer rayar el oro salvaje de tus hombros contra el azul exhausto de las puertas de antaño. ¡Oh, desmantela la distancia, detén las nubes, fulmina las semanas, paraliza las mandíbulas del jaguar desmedurado! ¡Ven! ¡Oh, ven! Como el oro entre el limo de los ríos, como el vivo en las naranjas de la aurora, como el bálsamo del sol en los pámpanos de enero. (de Cantos)