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Los levantamientos iniciales

La historia del siglo XVIII virreinal es un relato de rebeliones anticoloniales. Las más conocidas, las de Juan Santos Atahualpa (1742-1752) y la de Túpac Amaru II (1780-1782), han recibido gran atención de parte de los investigadores, pero no se han dejado de lado otros levantamientos de importancia relativa que completan la coyuntura rebelde del siglo XVIII. Hasta la fecha se han identificado 100 movimientos diferentes entre rebeliones, levantamientos y conspiraciones a lo largo de ese siglo, pero futuros estudios y la utilización de nuevas fuentes podrían duplicar esa cifra.

La primera coyuntura rebelde del siglo XVIII la encontramos durante el gobierno del virrey Castelfuerte (1726-1737). Había un intento por incrementar las arcas de la Real Hacienda mediante la mita minera y el tributo indígena. Si bien es cierto que la producción minera de Potosí se recuperó a partir de la década de 1730, sus métodos no se renovaron y se siguió basando principalmente en la explotación de mitayos, sin ninguna innovación tecnológica que aliviara su carga. Una de las características más importantes de esta primera coyuntura es la ausencia de líderes mesiánicos, tomando en cuenta la importancia posterior del tema, sobre todo en el caso de Juan Santos Atahualpa y de Túpac Amaru II.

Otra característica importante de esta primera etapa es que los movimientos no llegaron a tener gran envergadura ni presentaron planes muy elaborados. Buscaban sobretodo conseguir objetivos inmediatos. Una tercera característica destacable es que estos movimientos pedían reivindicaciones o cambios solo parciales dentro de las estructuras coloniales de poder, y hasta juraban lealtad al rey de España. Hubo rebeliones cuyo grito de lucha fue "Viva el Rey, muera el mal gobierno", demostrando el carácter fidelista e inmediato de la coyuntura rebelde. Quizá trataban de evitar que las autoridades virreinales les imputaran el cargo de "lesa majestad", que acarreaba la pena de muerte.

Las dos rebeliones de 1730, la de Cochabamba y la de Cotabambas, se produjeron en directo rechazo a las revisitas que ahora incluían a los mestizos para los efectos de las mitas. Esto no solo afectaba a los mestizos, también perjudicaba a los terratenientes, pues iban a ver reducida su mano de obra. La rebelión de Cochabamba, en Bolivia, se inició en noviembre de 1730 y comprendió a indios, mestizos, criollos y curas liderados por el mestizo platero Alejo Calatayud. Esta rebelión buscaba cambiar la naturaleza del corregidor, al exigir que fuese un criollo quien ocupase el cargo. El movimiento fue reprimido con crueldad y su líder ahorcado el 31 de enero de 1731, junto a once participantes. La rebelión de Cotabambas (Cusco), también en 1730, se inició con el asesinato del corregidor de dicho pueblo por parte de un grupo de indios y mestizos, que reclamaban contra el sistema de repartos y el incremento del sistema de mitayos. Los cabecillas rebeldes fueron ejecutados.

Uno de los movimientos más importantes antes del de Juan Santos Atahualpa fue la conspiración altoperuana de Oruro (1738-1739). Fue liderada por el criollo Juan Vélez de Córdoba y apoyada por Eugenio Pachacnica, cacique de Oruro, y por los plateros y artesanos del lugar, que tenían intereses en la mina de Potosí y en todo el movimiento comercial que producía. La importancia del movimiento radica en su manifiesto (1739), siendo así uno de los primeros movimientos con un plan político elaborado y considerado por algunos como el primer programa político del siglo XVIII. En él se propone la ausencia de corregidores, que los alcaldes debían ser criollos y que ellos debían nombrar al revisitador. Además, se mencionaba en dicho manifiesto que los españoles peninsulares cometían una serie de abusos y agravios, tanto a los criollos como a los mestizos e indígenas, aun siendo todos legítimos dueños de la tierra. También aluden a las mitas mineras de Potosí y Huancavelica, y a la gran distancia que los separaba de las Audiencias, donde se ventilaban los procesos judiciales. El carácter principal del documento es conseguir una alianza entre criollos, mestizos e indígenas, llegando a proponer una restauración del imperio de los Incas. En él se justifica la rebeldía por la opresión en que se hallaban diversos los sectores sociales, debido a los abusivos cobros y discriminaciones. Sin embargo, el documento es contradictorio en sus planteamientos de cambios en el ámbito político, pues dice claramente que no buscan cambiar radicalmente la estructura política virreinal, sino tan sólo abolir la mita, los repartos y los impuestos. Es decir, la conspiración que nunca llegó a llevarse a cabo en el fondo, jugaba dentro de las reglas del coloniaje, conservando la fidelidad al Rey. Así, el anuncio de la restauración incaica no pasaría de un método para conseguir el apoyo de la población indígena, sin la cual el movimiento sin duda fracasaría.

La importancia a largo plazo del manifiesto de Oruro es que las exigencias de su programa serían tomadas en cuenta por muchas de las rebeliones posteriores del siglo XVIII, incluyendo la de José Gabriel Condorcanqui, con el que las similitudes son diversas. La conspiración de Oruro habría influido de manera diferente a la de otros movimientos de gran envergadura y duración, sobretodo en el campo de las ideas políticas, que provocaron cambios en el imaginario de los indígenas y resquebrajaron la tranquilidad del virreinato peruano, como fue el caso de la rebelión de Juan Santos Atahualpa.