Fantasía y realidad en la narrativa de Julio Ramón Ribeyro
Semblanza
Julio Ramón Ribeyro (1929-1995). Estudió derecho en la Universidad Católica. Viajó luego a España, Alemania y Francia. Se estableció en París y tuvo esporádicos regresos al Perú. En 1961 trabajó en la Universidad San Cristóbal de Huamanga, pero luego retornó a París. Al iniciarse la década del noventa regresó definitivamente al Perú, como lo había venido anunciando. Vivió sus últimos años rodeado del afecto de los lectores que lo reconocían en la calle y lo asediaban continuamente.
Aunque cultivó también el teatro y la novela, Ribeyro es considerado fundamentalmente un cuentista, probablemente el mejor de toda la tradición literaria del Perú. Sus colecciones de cuentos Los gallinazos sin plumas de 1955, Cuentos de circunstancias, de 1958, Tres historias sublevantes de 1964, Las botellas y los hombres de 1964, y todos los cuentos que escribió posteriormente, han sido reunidos en varias ediciones bajo el título general de La palabra del mudo. Este rótulo para una colección completa de cuentos tiene la evidente intención de resaltar la voluntad del autor de dar voz y presencia literaria precisamente a los que no la tienen. Los personajes de Riberyro, son en su mayor proporción tomados de la vida cotidiana y pertenecen a una clase media empobrecida, llena de sueños de grandeza y con problemas inmediatos. Los títulos de algunos de sus cuentos ilustran bien esta situación: El profesor suplente, El próximo mes me nivelo, Junta de acreedores. En todos estos relatos Ribeyro va penetrando en los intersticios de la sociedad peruana del siglo XX, como en otra época lo hizo Ricardo Palma. Ribeyro tiene piedad por sus personajes. Su visión llena de humor explora las situaciones ridículas, sin llegar nunca al sarcasmo.
En sus primeros cuentos de Los gallinazos sin plumas se percibe con mayor claridad que los personajes son individuos marginales que no están integrados a la producción social de los bienes materiales. Sus alternativas son asumidas como una tarea personal que siempre es infructuosa; esperan que una circunstancia especial transforme sus vidas; como esto no ocurre, viven permanentemente de ilusión en ilusión y de derrota en derrota. Son seres individualistas, que al final terminan por adaptarse resignadamente a la realidad que los rodea. La violencia está siempre presente, más de forma mental que física. El autor busca la complicidad del lector. Paralelamente a esta tendencia de suave realismo que sería la mayoritaria en toda la producción de Ribeyro, el autor cultiva otra que podemos llamar fantástica, en lo que consiguió logros verdaderamente antológicos. Llamamos literatura fantástica a la escritura que mezcla de un modo evidente para el lector hechos verosímiles con hechos aparentemente inverosímiles. La mayor habilidad del autor está en hacernos transitar, prácticamente sin percibirlo de lo creíble o lo increíble. Eso es lo que ocurre con el cuento La insignia. En esta veta puede advertirse el magisterio de Kafka y de Borges. En el conjunto de su obra cuentística, Ribeyro, a través de la acumulación de pequeños detalles, consigue atrapar al lector.
Ribeyro escribió tres novelas: Crónicas de San Gabriel (1960), Los geniecillos dominicales (1964) y Cambio de guardia (1976). La primera se inscribe dentro de la novela agraria, la segunda trata de un grupo de bohemios limeños y la tercera el tema tradicional de la dictadura. Como autor de teatro Ribeyro ha producido Santiago el pajarero (1965) y Atusparia (1981). También ha escrito La caza sutil, (1976), una compilación de ensayos y artículos de crítica literaria y Prosas apátridas (1975), un conjunto de pequeñas reflexiones sobre la vida cotidiana.
En 1992 Ribeyro publicó un diario personal que llamó La tentación del fracaso. Al contrario que otros escritores apenas si habla de sus lazos familiares y nos da más bien una imagen de su vida literaria, sus tropiezos, el fulgor de la amistad. Guarda una gran distancia entre los hechos que narra y la propia escritura. Dice "Todo diario íntimo surge de un agudo sentimiento de culpa. Parece que en él quisiéramos depositar muchas cosas que nos atormentan y cuyo peso se aligera por el solo hecho de confiarlas a un cuaderno. Es una forma de confesión apartada del dogma católico, hecha para personas incrédulas. Un coloquio humillante con ese implacable director espiritual que llevamos dentro todos los hombres afectos a ese tipo de confidencias. Todo diario íntimo nace de un profundo sentimiento de soledad. Soledad frente al amor, la religión, la política, la sociedad".
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