Tradición y modernidad en la poesía de Carlos Germán Belli
Poesía
POEMA
Nuestro amor no está en nuestros respectivos
y castos genitales, nuestro amor
tampoco en nuestra boca ni en las manos:
todo nuestro amor guárdase con pálpito
bajo la sangre pura de los ojos.
Mi amor, tu amor esperan que la muerte
se robe los huesos, el diente y la uña,
esperan que en el valle solamente
tus ojos y mis ojos queden juntos,
mirándose ya fuera de sus órbitas,
más bien como dos astros, como uno.
ASIR LA FORMA QUE SE VA
Hay quienes creen en la Divinidad, únicamente acosados por el pavor ante la posible nada.
Igualmente hay quienes adoran la forma artística ante el temor de que termine por
desintegrarse para siempre. Pero en este caso la angustia no es la única causa, sino que
a la vez hay una tácita devoción, tan antigua como los propios objetos estéticos. Es la
fe en la forma, no por el riesgo del vacío, sino por el puro placer de disfrutarla.
Igualmente como cuando se adora a la Divinidad por sí misma, y aun si no existiera. En
realidad, ni espuria ni imputable a barrocos o parnasianos decadentes. No hay que
avergonzarse de ella. No hay que reducirla a la postración. Obrar así no es otra cosa
que renegar de nuestro continente. Porque los cuerpos en que moramos también poseen un
contorno, también una estructura donde se encuentran en perfecto orden y concierto los
secretos órganos vitales. Aferrémonos a ella, como nos aferramos a nuestra forma corporal,
ante el embate del tiempo, ante la aproximación de la ineludible muerte.
Oh Hada Cibernética
Oh Hada Cibernética
cuándo harás que los huesos de mis manos
se muevan alegremente
para escribir al fin lo que yo desee
a la hora que me venga en gana
y los encajes de mis órganos secretos
tengan facciones sosegadas
en las últimas horas del día
mientras la sangre circule como un bálsamo a lo largo de mi cuerpo
(de Dentro & fuera)
Amanuense
Ya descuajeringándome, ya hipando
hasta las cachas de cansado ya,
inmensos montes todo el día alzando
de acá para acullá de bofes voy,
fuera cien mil palmos con mi lengua,
cayéndome a pedazos tal mis padres,
aunque en verdad yo por mi seso raso,
y aun por lonjas y levas y mandones,
que a la zaga me van dejando estable
ya a más hasta el gollete no poder,
al pie de mis hijuelas avergonzado,
cual un pobre amanuense del Perú.
(de El pie sobre el cuello)
La tortilla
Si luego de tanto escoger un huevo,
y con él freír la rica tortilla
sazonada bien con sal y pimienta,
y del alma y cuerpo los profundos óleos,
para que por fin el garguero cruce
y sea ya el sumo bolo alimenticio
albergado nunca en humano vientre;
¡qué jeringa! si aquella tortilla
segundos no más de ser comida antes,
repentinamente una vuelta sufra
en la gran sartén del azar del día,
cual si un invisible tenedor filoso
le pinche y le coja su faz recién frita,
el envés poniendo así boca arriba,
no de blancas claras ni de yemas áureas,
mas un emplasto sí de mortal cicuta.
(de Por el monte abajo)
Sextina de los desiguales
Un asno soy ahora, y miro a yegua
bocado del caballo y no del asno,
y después rozo un pétalo de rosa,
con estas ramas cuando mudo en olmo,
en tanto que mi lumbre de gran día
el pubis ilumina de la noche.
Desde siempre amé a la secreta noche,
exactamente igual como a la yegua,
una esquiva por ser yo siempre día,
y la otra por mirarme no más asno,
que ni cuando me cambio en ufano olmo,
conquistar puedo a la exquisita rosa.
Cuánto he soñado por ceñir a rosa,
o adentrarme en el alma de la noche,
mas solitario como día u olmo
he quedado y aun ante rauda yegua,
inalcanzable en mis momentos de asno,
tan desvalido como el propio día.
Si noche huye mi ardiente luz de día,
y por pobre olmo olvídame la rosa,
¿cómo me las veré luciendo en asno?
Que sea como fuere, ajena noche,
no huyáis del día; ni del asno, ¡oh yegua!;
ni vos, flor, del eterno inmóvil olmo.
Mas sé bien que la rosa nunca a olmo
pertenecerá ni la noche al día,
ni un híbrido de mí querrá la yegua;
y sólo alcanzo espinas de la rosa,
en tanto que la impenetrable noche
me esquiva por ser día y olmo y asno.
Aunque mil atributos tengo de asno,
en mi destino pienso siendo olmo,
ante la orilla misma de la noche;
pues si fugaz mi paso cuando día,
o inmóvil punto al lado de la rosa,
que vivo y muero por la fina yegua.
¡Ay! ni olmo a la medida de la rosa,
y aun menos asno de la esquiva yegua,
mas yo día ando siempre tras la noche.
(De Sextinas y otros poemas)
La cara de mis hijas
Este cielo del mundo siempre alto,
antes jamás mirado tan de cerca,
que de repente veo en el redor,
en una y otra de mis ambas hijas,
cuando perdidas ya las esperanzas
que alguna vez al fin brillara acá
una mínima luz del firmamento,
lo oscuro en mil centellas desatando;
que en cambio veo ahora por doquier,
a diario a tutiplén encegueciéndome
todo aquello que ajeno yo creía,
y en paz quedo conmigo y con el mundo
por mirar esa luz inalcanzable,
aunque sea en la cara de mis hijas.
(de En alabanza del bolo alimenticio)
Villanela
Llevarte quiero dentro de mi piel,
si bien en lontananza aún te acecho,
para rescatar la perdida miel.
Contemplándote como un perro fiel,
en el día te sigo trecho a trecho,
que haberte quiero dentro de mi piel.
No más el sabor de la cruda hiel,
y en paz quedar conmigo y ya rehecho,
rescatando así la perdida miel.
Ni viva aurora, ni oro, ni clavel,
y en cambio por primera vez el hecho
de llevarte yo dentro de mi piel.
Verte de lejos no es asunto cruel,
sino el raro camino que me he hecho,
para rescatar la perdida miel.
El ojo mío nunca te es infiel,
aun estando distante de tu pecho,
que haberte quiero dentro de mi piel,
y así rescatar la perdida miel.
(de Canciones y otros poemas)
No salir jamás
¿Cuándo, cuándo de nuevo volveré
en qué minuto, día, año o centuria,
al sacro rinconcillo de mi dueña,
paraje oculto para mí guardado,
y a merced de su excelsa carne allí
yacer adentro y no salir jamás?
A aquel lugar yo quiero retornar,
hasta el punto central eternamente,
introducido en el secreto valle,
y en ella cuerpo y alma así cuajado.
No quiero nada más sino volver
adonde fugazmente ayer estuve,
cruzar el umbral con seguro paso
y ahora para siempre allí quedarme,
no como dueño de un terrenal sitio,
mas por entero rey del universo.
(de Bajo el sol de la medianoche rojo)
El nudo
Esa increíble infinitud del orbe
no codicio ni un mínimo pedazo,
mas sí el espacio de tu breve cuerpo
donde ponerme al fin a buen recaudo,
en el profundo de tus mil entrañas,
que enteras conservaste para mí.
Al diablo el albedrío de la vida,
sumo don de los hados celestiales,
y nada más que estar en ti prefiero
sujeto a tu carnal y firme lazo,
que si vas a las últimas estrellas
contigo ir paso a paso yo también.
Es así el vivir día y noche siempre
bien atado a ti con el carnal nudo,
aunque en verdad del todo libremente.
pues de la tierra al cielo voy y vengo.
(de Bajo el sol de la medianoche rojo)
¡Salve, Spes!
X
(El dioscuro inmóvil y el dioscuro andante)
Estos de Zeus y Leda amados vástagos
qué situaciones tan distintas viven
desde que vieron el primer lucero:
uno fijo en la terrenal corteza,
en tanto como flecha avanza el otro
hasta coronar el remoto Orión;
que haber o carecer
de movimiento es harto decisivo,
bien para ser un ave,
o un clavo en la madera hasta las cejas.
Es Pólux el inmóvil sempiterno
en el suelo, en el agua y en el aire,
que privado de pies, aletas y alas
está en un mismo sitio resignado
como un árbol que no camina nunca,
que el cetro de la múltiple parálisis
a cada cual le puede
tocar al nacer en aquellos reinos,
y sea acá o allá
queda en la más atroz de las quietudes.
El otro es Cástor -el dioscuro andante-
que a Pólux las espaldas no le vuelve
desde cuando estuvieron en el mundo,
aunque sí parte en pos de su destino
que en cada punto cardinal lo aguarda,
y en donde pisa fuerte el duro suelo
con las plantas ligeras
ambas centuplicadas con las otras
del hermano inactivo,
a quien le usurpa su personal tránsito.
Que el injusto reparto de la vida
ocurre prono cuando brilla el alba,
y acá el rincón sombrío queda íntegro
para allí gatear a duras penas
entre un montón de cosas inservibles
como él inanimadas justamente,
que es la jurisdicción
de la paterna casa donde nace,
que aunque diáfana y vasta
tal punto oscuro para sí lo escoge.
En tanto el otro erecto cual coloso
sobre los dos talones firmemente,
no en las aguas pescado horizontal
como aquel mortal en el suelo a rastras;
y en verdad de su asombro no se libra
al ver los pies distintos por entero,
que son sin duda alados,
y en cambio los de su entrañable prójimo
en el presente inmóviles,
como ayer y mañana puntualmente.
Que por ti, Pólux, tu feliz hermano
no deja de sentirse un inmortal,
compendio de la gran familia azul
al que le han dado el sacro movimiento,
que a perpetuidad debió ser de ti,
y merced al cual llega a las antípodas
por ese impulso puro
que tuyo era y pasó a él de repente
por mandato divino,
que ni tú entiendes ni tampoco Cástor.
Y son éstos los hechos insondables,
si bien, inmóvil Pólux, tu confianza
prosigue inmarchitable pese al tiempo,
que tus talones a la vez se empeñan
en discurrir como los de un ser sumo
que es volátil, acuático y campal,
como Cástor que quiere
vivir con los sentidos palpitando,
aunque raudos los pies
son mejor que afinados los sentidos.
Porque quien nunca pudo ir y venir
e inalcanzable le resulta el mínimo
trayecto de la hormiga pequeñuela,
es más justo empeñarse en codiciar
el ir y venir de los otros reinos,
que así al valle de Josafat arribas
primero que tu par,
y de allí al más allá directamente,
pues qué alados resultan
tus talones por mucho imaginártelos.
Y merced a Spes ambos satisfechos
en el albor de las postrimerías,
porque en ondas ligeras ha trocado
por fin Pólux el inactivo ser,
y también parte en pos de su destino
que por suerte no es ya de un gris efebo;
y Cástor ¡qué rareza!
que la grandeza humana la corona
a través de su hermano,
al velar cada átomo de él siempre.
Por lo uno y lo otro Zeus y Leda
al pie de los confines siderales
esperándolos por igual felices
a los dioscuros, que son sus amados
vástagos, por aquellas circunstancias
únicas en el globo sublunar,
uno por tan andante,
el otro por no andar nunca ni un trecho;
y Zeus y Leda observan
que los dioscuros y ellos son un todo.
Laus Deo
(De En las hospitalarias estrofas)
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